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EL PRINCIPIO DEL FIN

Juan José Rodríguez Prats

 Es un mundo muy raro. Deberíamos decir de él que es un valle de equivocaciones

Benito Pérez Galdós

 

En la vida –y más en la política– los delitos suelen quedar impunes, no así las insensateces. El siglo XXI ha sido intenso en acontecimientos que han sacudido viejas creencias, preponderantemente en la cultura política. Pareciera que se está decantando un modelo de liderazgo menos ideologizado, más pragmático, permanentemente vigilado, más trasparente, con un discurso directo y menos retórico, cotidianamente evaluado en su desempeño. Diríamos que el poder se ejerce en la intemperie, agravando su fragilidad. Me remito a algunos conspicuos ejemplos de graves y equivocadas decisiones y sus lamentables consecuencias. 

En 2016, pensando en asegurar su elección, David Cameron se comprometió a realizar un referéndum para decidir si el Reino Unido debía continuar en la Comunidad Económica Europea. Nunca esperó una respuesta negativa, el voto a favor del Brexit. Ganó la contienda electoral, pero perdió el poder y le hizo un inmenso daño a su nación.

José María Aznar había tenido un buen desempeño como presidente de España. Apoyó con inexplicable esmero a Estados Unidos en la guerra contra Irak y Afganistán. En 2004, tres días antes de una elección que se veía favorable para ser ratificado en el cargo, se dio el atentado de Atocha, atribuido a una cédula yihadista. Torpemente, Aznar culpó a la ETA. El giro del electorado español fue estrepitoso. José Luis Rodríguez Zapatero, su sucesor, hizo un pésimo gobierno y provocó una grave crisis económica.

En 2018, Pedro Sánchez, implacable con Mariano Rajoy, su adversario, hizo alianzas impensables para deponerlo mediante una moción de censura. Con una precaria mayoría, Sánchez ha pretendido superar la actual debacle en que España se encuentra. No hay duda, cuando se hace lo que sea, soslayando consideraciones éticas para satisfacer una ambición, se obtienen éxitos efímeros. Bien lo decía Gandhi: “Nuestra fortaleza es el reconocimiento de nuestras limitaciones”.

 En Bolivia, el gobierno de Evo Morales (2006-2019), con sus claroscuros, arrojó un saldo positivo. Se engolosinó con el poder y pretendió conservarlo a como diera lugar. Hoy permanece en el exilio, con el gran riesgo de ser procesado penalmente.

 Jair Bolsonaro generó una esperanza enorme en el pueblo brasileño. Como buen populista, su arrogancia lo hizo sobreestimarse y pensó que se podía manipular la realidad. No percibió la magnitud de la pandemia. Hoy su gobierno es endeble en un sufrido país con una prolongada crisis de gobernabilidad.

 Mucho se puede decir del espantoso gobierno de Donald Trump. Su salida de la Casa Blanca el 1° de junio pasado, con una Biblia en la mano, en una burda maniobra demagógica y en un desplante autoritario, para apoyar la represión de manifestantes antirracistas, es clara señal de su derrota en noviembre.

 Los mexicanos estamos hartos del debate ríspido en torno al gobierno de López Obrador. En días recientes, al haberse despojado de la investidura presidencial para ser jefe de su partido, marcó el inicio de su derrota en 2021. AMLO siempre combatió al partido del gobierno y el gobierno del partido, reiteradamente dijo que no se retornaría a la perversa simbiosis del viejo sistema político. Sin embargo, dado que Morena no puede subsistir sin su directriz, asume el papel de contendiente en lugar de ser el jefe de la institución más relevante del Estado mexicano. El dedazo para ungir candidatos, el viejo palomeo de las listas, disfrazados de supuestas encuestas y consultas, están de regreso o, patéticamente dicho, nunca se fueron.

 Tip O’Neill decía “Toda la política es local”. De la periferia vendrá el castigo a las oprobiosas y obscenas tentaciones de concentrar el poder. El tiempo y el electorado, como en los casos referidos, se encargará de castigar al incongruente, al que promete y no cumple, al que no respeta la verdad, que constituye el valor fundamental de la democracia.