La pandemia también enferma a las instituciones
Marcos Pérez Esquer.- En una reciente y agradable conversación que sostuve a través de Facebook Live con mi amiga Yadhira Tamayo, caí en cuenta de algo que no había observado antes: que si bien la pandemia de covid ha enfermado a mucha gente, parece ser que también ha enfermado a algunas instituciones.
Concretamente el Congreso de la Unión está siendo claramente debilitado con la emergencia sanitaria; y con ello se debilita el sistema de pesos y contrapesos, y al final del día es la propia democracia la que enferma.
Ciertamente el Congreso no es la única institución que ha enfermado con la pandemia, muchas otras se han visto también gravemente afectadas, la mayoría de ellas por la vía del austericidio, pero por su especial relevancia es en el Congreso en el que quiero detenerme.
Lo primero que habría que decir, es que en situaciones de crisis como la que estamos viviendo, lo deseable es que el Congreso siga sesionando.
El parlamento no debe suspender su trabajo porque hay muchos aspectos de la emergencia que pueden y deben ser atendidos desde esa institución; pero además, porque la historia del mundo demuestra que en situaciones de emergencia -de cualquier tipo-, el Poder Ejecutivo tiende a tomar mayor relevancia, tiende a concentrar el poder en detrimento principalmente del Legislativo que, por su parte, suele ver mermado su poder de control.
Si el parlamento deja de sesionar, abre una rendija para que el Ejecutivo actúe sin control, e incluso, deja un espacio que puede terminar siendo ocupado por este, pero sobre todo, deja de atender su obligación de tomar medidas para la contención de la emergencia. Con un Presidente que maneja tan mal la pandemia, y que tiene propensión por concentrar el poder, no podemos darnos esos lujos.
Por eso, cuando tras la suspensión del anterior periodo ordinario de sesiones el Congreso empezó a convocar a sesiones extraordinarias, sentimos una suerte de bálsamo. Ciertamente debió sesionar de manera virtual y no presencial como lo hizo, pero al menos sesionaba.
Sin embargo, pronto pudimos ver que los asuntos que se abordaban en esas sesiones, nada tenían que ver con la pandemia.
Antes de terminar el periodo ordinario, el Senado rompió su cuarentena el 20 de abril, para aprobar ese mismo día y apresuradamente, la Ley de Amnistía, una ley demagógica que hasta hoy no ha aplicado a absolutamente nadie.
Terminado el periodo ordinario, se convocó a un extraordinario los días 29 y 30 de junio, para aprobar de manera expedita, dos nuevas leyes y reformas a dos más, vinculadas con el T-MEC. Se argumentaba que la urgencia devenía del hecho de que el nuevo tratado entraría en vigor el 1 de julio, sin embargo, en realidad el propio tratado contemplaba plazos más amplios para realizar esos ajustes.
El 22 de julio, la Cámara de Diputados sesionó de nuevo en extraordinario, esta vez para elegir a dos consejeras y dos consejeros del INE. De nuevo el tema nada tenía que ver con la pandemia, y perfectamente podía haber sido postergado, pero en el ambiente se percibía una intención malsana de aprovechar las prisas que la pandemia provocaba, para meter a algunos incondicionales a ese instituto.
Por último, los días 29 y 30 de julio sesionan ambas cámaras; en esta ocasión para reformar la Ley General de Salud, pero no para abordar algún aspecto que tuviera relación con la emergencia sanitaria, sino en materia de suicidio. Se reformó también el Código Nacional de Procedimientos Penales para ampliar el catálogo de delitos que ameritan prisión preventiva oficiosa, así como la Ley de Transparencia para dar publicidad a las sentencias, y se modificaron varias leyes más para ajustarlas al principio de paridad. Nada vinculado a la pandemia.
El único tema que sí tenía alguna relación con la crisis sanitaria, fue la reforma que se hizo a la Ley de Adquisiciones para poder comprar medicinas en el extranjero sin licitación pública, sin embargo, la adición era innecesaria porque ya la ley disponía en otro precepto la manera de hacerlo. De hecho, la adición es inconstitucional.
A todas luces, la decisión de la mayoría en el Congreso de la Unión de celebrar sesiones durante la pandemia, no respondió a la intención de hacer algo para contener la pandemia, o de vigilar al Ejecutivo, sino todo lo contrario, la de tramitar con prisa y sin suficiente reflexión la agenda del Presidente de la República.
Así, nuestro Congreso terminó asumiendo el rol de oficialía de partes del Ejecutivo. La pandemia lo enfermó y debilitó, y con él, a la democracia misma.