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El combate en Washington D.C., y el caso mexicano

Julio Faesler.- La invasión al Capitolio de Washington D.C., por parte de cientos de hombres y mujeres procedentes de varias partes del país, los cuales llegaron en hordas embravecidas y que se treparon por sus muros, se introdujeron a su interior invadiendo y vandalizando todo lo que se encontraban a su paso, fue producto de las arengas de Trump, quien durante los últimos cuatro años como presidente de Estados Unidos secuestró a su partido y, gracias a su peculiar carisma, magnetizó a sus seguidores, inundando la palestra política con noticias falsas, lo cual afectó la vida de todos los norteamericanos.

Trump dedicó su administración a cumplir su lema de grandeza, America First. Así, sintetizó todas sus decisiones. Desde la oficina Oval, dirigió una constante campaña centrada en el gran electorado rural y obrero.

Más que transformar al país, el todavia presidente Donald Trump se avocó a usarlo bajo su cruda concepción empresarial que le había rendido una fortuna de mediano rango, lejos de la dimensión de los multimillonarios internacionales. Sus éxitos sin escrúpulos lo convencieron de que todo, pero todo, se compra, incluso la presidencia del país más poderoso del mundo.

En ésta su corta carrera política que perseguía un interés propio, la estrechez de su visión explica que nunca entendiera la importancia de las relaciones de su país con el resto del mundo.

El manejo de las relaciones internacionales que dirigió como asuntos de negocios, como lo demostró su íntima amistad con el príncipe heredero de Arabia Saudita, con Putin o Netanyahu; su negativa a suscribir el Acuerdo Climático de Paris, su desprecio hacia las organizaciones multilaterales como la ONU, la OTAN, la desatención a la función arbitral de la OMC y su altivez hacia la Organización Mundial de Salud, son decisiones que dañaron seriamente la confiabilidad internacional de su país.

Su concepción del gobierno como un instrumento de negocios lo llevó a concentrar toda acción en su persona asumiendo actitudes dictatoriales sojuzgando a miembros del poder legislativo y maniobrando los mecanismos de designación de ministros de la Suprema Corte.

Donald Trump aspiró un segundo periodo, pero su ambición lo cegó al grado de negar el triunfo de su rival demócrata Joe Biden.

El final desastroso de Trump puede llevarlo a consecuencias judiciales, como las que han tenido otros presidentes en otros países. Además, su rechazo a admitir la realidad insinúa un desequilibrio mental.

El respeto a los principios de la democracia a veces hace posibles abusos de individuos que han llegado legítimamente a los rangos más altos del poder. Es el caso de la presidencia de Donald Trump.

La vigilancia ciudadana, con su respectiva acción correctora, es extremadamente importante para evitar que pasos aparentemente insignificantes resulten, en realidad, escalones hacia el ejercicio dictatorial antidemocrático.

El que un líder carismático procedente de cualquier sector, sea empresarial o político, haya llegado por vías electorales legitimas a ocupar la más alta responsabilidad de un país, no garantiza que evitará que caiga en la tentación de centralizar en su persona poderes omnímodos en lugar de compartir y asesorarse sobre las decisiones que tome.

Hay ciertas semejanzas entre el reciente fenómeno norteamericano y el nuestro. El que un presidente se lance a decisiones inconsultas aprovechando la confianza que goza de sus electores, es una vía azarosa que puede, como estamos viendo en México, implicar el uso incorrecto de recursos, e incluso corrupto, mientras se desatienden urgentes necesidades. La verdadera democracia representativa tiene la virtud de unificar la acción ciudadana incluyente.

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La insistencia en el discurso de sólo ver leales y adversarios en la comunidad fue una de las muchas fallas que determinaron el penoso fiasco de Trump.

Es imperativo insistir en que 2021 ha de ser el año de la unidad nacional y de la composición equilibrada de la Cámara de Diputados.