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El valor de contradecir

Por Alejandro Díaz.- Durante los años de la Dictadura Perfecta (Vargas Llosa dixit) en la práctica nadie osó contradecir al Presidente de la República porque sabía que sería el fin de su carrera política. Hay dos casos paradigmáticos: Octavio Paz, quien prefirió renunciar a su puesto de Embajador de México en la India (1968) y el de Adrián Lajoús, Director del Instituto Mexicano de Comercio Exterior en 1976. Renunciar al puesto como protesta a la masacre de Tlatelolco le dio más prestigio a Paz que el ser embajador; lo mismo con la renuncia de Lajoús por la nacionalización de los bancos.

Es difícil contradecir un superior, en especial si éste se cree dueño de la verdad. Aún a los más nobles caracteres, contradecirlos desata toda la presión de su ego, exacerbado por la adulación de los que los rodean. Quien sueña con grandezas utópicas no le agrada oír contradicciones.

En el mundo criminal contradecir a un superior puede ser fatal. Ahí la voz del que manda es ley absoluta; quien lo contradice -en palabra o acción- seguramente será eliminado. En el mundo militar es mínima la posibilidad práctica de contradecir a un superior; las órdenes no se discuten, se cumplen. No llevarlas a cabo en la forma y tiempos indicados acarrea sanciones que llevan al arresto o la degradación. En el mundo de los negocios lícitos la sanción por contradecir al superior es menos severa dependiendo del carácter del superior; cuando más lleva al despido.

Pero en el mundo de la política contradecir al superior es complicado. No sólo es cuestión de jerarquías, también es de ideología. La decisión de decirle al superior que está equivocado se mezcla entre la obediencia ciega (y la permanencia en el cargo para mitigar los efectos del error) y los dictados de conciencia. En el primer caso estuvo David Ibarra, Secretario de Hacienda de López Portillo, que permaneció en el cargo a pesar de los desatinos económicos del Presidente. En el segundo caso estuvo Carlos Urzúa, primer Secretario de Hacienda del actual.

No creamos que estos casos se dan sólo en México: ahora en Brasil el Presidente Jair Bolsonaro criticó el informe del INPE, ente responsable del monitoreo de la desforestación y el medio ambiente. Opinando en un tema que no conoce bien, el Presidente no toleró la disidencia del físico responsable del organismo técnico autónomo y lo despidió. Como no es un tema que afecte sólo a Brasil, sino al mundo entero la voz de alerta se alzó con fuerza: la selva amazónica está siendo devastada.

La Amazonia es uno de los grandes pulmones de la tierra y su destrucción afecta a todos, no sólo a Brasil que para su conservación recibe desde 2008 apoyos europeos, en especial de Alemania y Noruega. El desdén presidencial por la selva amazónica reduce la captura de bióxido de carbono y acentúa el efecto invernadero. La ceguera presidencial sobre la Amazonia permitió invasiones de terreno y que hubiera incendios forestales cuya nube alcanzó a São Paulo a 2,300 kilómetros de distancia.

Se requiere valor para disentir del superior, por lo que cuando un funcionario decide hacerlo se deben valorar sus razones. Quizá quien lo contrató no lo hizo en función de sus conocimientos sino sólo para tener un especialista para adornarse. Bolsonaro va a perder más que los apoyos europeos, va a perder la estima internacional, y seguramente de sus conciudadanos. Por supuesto no es el caso de nuestro Presidente.