¿CÓMO LLEGAMOS AQUÍ? Por Esther Quintana
Pertenezco a una generación en la que recibir un par de cintarazos para que entendieras que en tu casa había reglas de conducta que tenías que respetar, no era considerado como una violación a los derechos del niño. Mis posaderas y mis pantorrillas sufrieron infinidad de veces por mi tozudez, y les juro que no me traumé, no requerí de consultas con el sicólogo y no le guardo ningún rencor a mi madre por haberme enseñado a ser persona, es decir, a tener bien claro, que no vivía en una isla, sino en una comunidad, que para ser respetada debía de tratar a los demás con respeto, que lo que no era mío era ajeno y que si lo tomaba sin autorización era robo, y que los rateros acababan en la cárcel, y que nunca le hiciera a los demás lo que no deseaba que me hicieran a mí.
Son principios muy básicos. Le agradezco a mi madre habérmelos enseñado. Han sido norma en mi vida. Mi infancia fue muy feliz, mi madre se encargó de que lo fuera. Juguetes no tuve por montones, con los que hubo, mi imaginación, desde siempre muy vívida, contribuyó a que se convirtieran en castillos, en hadas, en estrellas, en la luna, y etc.
Hoy que lo veo desde mi adultez, sé que fui una niña muy afortunada, mi madre me adoraba y me lo hizo sentir siempre. Y es que saberse querido es lo mejor que le puede pasar a un ser humano. Te da mucha seguridad en ti mismo. No andas buscando afuera lo que llevas adentro. No abres puertas falsas para escabullirte, ni para llenar vacíos interiores.
Hoy día y desde hace ya algunas décadas, hay demasiada soledad interior en las personas, niños abandonados física y o emocionalmente, por sus padres. Huérfanos con padres vivos se multiplican en estos días aciagos. Los niños crecen como hierbitas del campo, como si hubieran brotado por generación espontánea. El ser humano fue concebido para convivir, no para ser anacoreta o ermitaño. La mayoría de los estudios que se hacen para conocer las causas que llevan a una persona a olvidarse de que lo es y seguir caminos que le causan daño, a veces irreparables, derivan de la ausencia de sus padres o de tenerlos nada más de nombre. El grueso de los delincuentes proviene de una familia disfuncional. Delincuentes de cualquier nivel socioeconómico, porque luego se piensa que es privativo de los marginados materiales, y no es así.
Y traigo todo esto a colación porque el México del siglo XXI se viene caracterizando por un escalofriante aumento de la violencia. Este aumento se acompaña además en muchos casos de una crueldad indescriptible. El fenómeno ha trascendido a tal grado que se ha convertido en una especie de animal incontrolable y va más allá de la doméstica, que ya es terrible. Invade las calles, y se ha ido posesionando de cada rincón de nuestro país.
Es una violencia renovada, vinculada a las actividades de los grupos criminales que se dedican al tráfico de drogas, a la extorsión, al secuestro, al contrabando, incluso a la industria de la falsificación, y la trata de personas. El clima de terror e impunidad que se está comiendo al país, se sale ya del control de las autoridades, incluso las propias autoridades, en muchos casos, se ayuntan con estos criminales.
Investigaciones realizadas muestran que durante la segunda mitad del siglo XX, ni los altos mandos políticos ni la policía mostraron interés por la erradicación del crimen organizado, por el contrario, trataron de contenerlo vía la corrupción y la negociación con las redes delincuenciales. Ese trafique les permitió enriquecerse a título personal y deshacerse de opositores al régimen hegemónico.
Público y sabido fue el caso de Arturo Durazo, jefe de la policía durante el Gobierno del «Jolopo». ¿Se acuerda del Partenón?… una de sus tantas porquerías que salieron a la luz. Pero no inauguró ese «estilo», simplemente lo sistematizó y lo exacerbó. No era novedad que los políticos salieran podridos en billetes concluido su periodo. Prevalecía la idea de que esas prácticas «permitían el desarrollo con estabilidad». «Los de arriba así le hacen», decía el común de los mexicanos. Es normal…
Vuelvo al «negocio» de la delincuencia organizada, que hoy domina en muchos puntos de esta tierra nuestra. Ocurrieron dos fenómenos que contribuyeron a su arraigo y expansión, la firma del TLCAN y la forma de introducir cocaína en Estados Unidos. Con la firma del Tratado aumentó el tráfico de camiones de los dos países, para transportar productos hechos en las maquiladoras o bien mercancías agrícolas. El otro fue que la policía antidrogas norteamericana y la colombiana dificultaron la introducción de la cocaína por las islas del Caribe y de la Florida. Entonces México se convirtió en paso obligado del trasiego.
Fue un boom para los productores mexicanos de opio, mariguana y drogas sintéticas. Ahí nació la bonanza de los que fueron conformando los cárteles mexicanos. Las complicidades entre las aduanas y policías de México y Estados Unidos «facilitaron» el trafique. Se «generaron» muchos «empleos» calificados y no calificados. Recuerdo una investigación que leí en la que se decía que una familia que «trabajara» para la mafia, ganaba por integrante —esto en la frontera de Tijuana— 2 mil dólares a la semana. ¿Se imagina lo que eso significaba para personas castigadas por la pobreza?
Estas personas eran carne de cañón, no importaba que las mataran, las reponían en un santiamén. Ah, pero no únicamente este sector ha trabajado y trabaja para ellos, también ingenieros, químicos, contadores, exmilitares, y con equipos y armamento que ya quisieran los grupos de inteligencia de la policía y del ejército. Tienen profesionistas de diferentes áreas. Y subrayo porque es relevante, los lazos de parentesco entre las familias que laboran para ellos son sustantivos para mantener la cohesión de los cárteles. Es impresionante el número de gente que trabaja para el crimen organizado. Despachos de abogados penalistas de primer nivel, expertos en finanzas, bancos, casas de cambio, la industria de la construcción, concesionarias de automóviles. Bueno, joyeros, músicos.
Se convirtió en modus vivendi directa o indirectamente de millones de personas. En Colombia, en los tiempos de Pablo Escobar Gaviria, el 85% de la población estaba vinculada con el narco. El fiscal general de Colombia, de visita en aquellos años en México, les dijo a nuestros flamantes legisladores que si no se frenaba el trasiego, los narcotraficantes se iban a instalar aquí. No se hizo nada al respecto. Aquí están, y se siente su presencia.
Simplemente se cerraron los ojos, a todos los niveles de quienes debían combatirlos, a cambio de gruesos fajos de billetes, y mire usted como está el país al día de hoy. Son como una metástasis, y cada vez produce más dolor y sus víctimas van a la alza. A tal grado es su expansión que deciden hasta procesos eleccionarios, y a quien les estorba pues muy simple, lo matan.
Nos enteramos por los medios de comunicación de los asesinatos de candidatos en los comicios de este año. ¿Y qué? También les quitan la vida a reporteros que osan escribir sobre sus fechorías. La política de «abrazos y no balazos» obró a favor de su supremacía. Se ríen y se carcajean de la Guardia Nacional y del Ejército, verbi gratia, el tráfico de fentanilo es descarado. Se produce en China el desgraciado veneno y los cárteles mexicanos lo compran legalmente en algunas de las miles de páginas de internet que hay para ese mercado. Los envíos se hacen por paquetería, en especial por Federal Express y por el Servicio Postal de Estados Unidos (USPS). De a fuerza tienen que llegar a Estados Unidos, al centro de redistribución de Fedex o al de USP, y luego a México. Esto lo explica un agente especial del Servicio de Inmigración e Inspección de Aduanas norteamericano… ¿Y qué?
Los crímenes siguen viento en popa. En menos de una semana, han asesinado al secretario y al presidente municipal de Chilpancingo, Guerrero. El alcalde ya había solicitado mayor seguridad para desempeñar su encargo. No hubo respuesta del Gobierno del estado.
A tal grado gozan de impunidad los malandrines que no solo lo balacearon, lo decapitaron. ¿Cuántos más van a morir? El narco campea en Guerrero, hay más de mil 268 carpetas de investigación por homicidio entre enero y agosto de este año, según datos oficiales. La impunidad en los homicidios ronda el 99% en el estado.
Y no solo es Guerrero, están Sinaloa, Chiapas, Michoacán, Chihuahua… ¿Y qué? México se está desangrando. ¿Algo está mal? Pues sí ¿Y qué? La función primerísima del Estado, entendido como hecho político, es garantizar la seguridad de la población, pues será, pero en este país, eso vale pura …
Es muy difícil combatir a los cárteles con autoridades trabajando para ellos. ¿A que están empujando a la población? Nos tienen que salir los arrestos a los mexicanos. Quizá haya que seguir el ejemplo de Vicenzo Conticello, un chef de Palermo, que plantó cara a la mafia, y con ello marcó un punto de inflexión en la relación de la sociedad siciliana con una de las organizaciones criminales más temidas del mundo.
¿Qué y cómo le vamos a hacer quienes estamos acostumbrados a ganarnos la vida honradamente, para que el narco se largue de nuestro país? La autoridad hasta la fecha se ha negado a desmantelarles el «negocio» ¿cómo? Dándoles donde más les duele: sus finanzas. ¿Por qué no lo han hecho?
Y lo otro, aunque es de largo plazo el resultado, promover una campaña nacional de sensibilización a la población en base a acciones preventivas y de convivencia pacífica. Es la ruta para que recuperemos nuestro sentido de humanidad. Educación y cultura son dos aliados invaluables, y por supuesto irse con todo el peso de la ley sobre la corrupción y la impunidad que corroen amplios espacios del sector público.