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Fidel y los Centenarios / Joaquín Pérez Rodríguez.

En 1955 observaba un partido de baseball por la televisión cubana cuando interrumpieron el juego 20 estudiantes universitarios con letreros contra la represión de la dictadura de Batista. Tenía 15 años y no estaba interesado en la política. Las imágenes que se sucedieron en el televisor fueron las de una pacífica manifestación seguida por una violenta represión policial. Brutal represión ante indefensos estudiantes. Aquello me impactó de tal forma que desde allí comencé a conspirar y a trabajar activamente contra la dictadura batistiana.

Fue un trabajo al principio pasivo y después cada vez más activo. Pocos meses después desembarcó Fidel y su grupo para formar un frente guerrillero en la Sierra Maestra.

Todos queríamos ir a la guerrilla, pero la dirigencia local del 26 de Julio no lo permitía. Alegaban que hacía falta gente en la guerrilla urbana, que era mucho más peligrosa.

Fue una batalla desigual. Los órganos represivos mataban. Lo sabíamos bien, si alguien era capturado en acción su final era la muerte inmediata. Por eso, fue grande la alegría cuando la dictadura cayó y Fidel prometió una revolución democrática, tan cubana como las palmas.

Durante la guerra nunca habíamos tenido apoyo de los comunistas. Éramos católicos y los comunistas apoyaban a Batista. Posteriormente, el sistema político iniciado después de la caída de la dictadura fue derivando hacia el comunismo.

En las muchas conversaciones que tuve con Fidel, yo era dirigente estudiantil de la escuela de Agronomía, jamás me habló del comunismo. Recuerdo que una vez me preguntó si conocía algún experto en tomates. Le mencioné a un compañero que había trabajado en una finca de tomates. El capitán Núñez Jiménez, que estaba allí y que era comunista, preguntó: “¿es progresista?”, pero Fidel lo interrumpió para decirme: “no, no, lo importante es que sepa de tomates”.

Pero en la universidad los comunistas comenzaron a ganar terreno. Trataron de ganar las elecciones internas y perdieron, así que decidieron expulsarnos de la Universidad de La Habana. Fueron momentos de gran incertidumbre que se aclararon cuando los grupos no comunistas decidieron tomar acciones cada vez más fuertes en la creencia de contar con el apoyo final de Fidel.

Cuando el Viceprimer Ministro de la Unión Soviética, Anastás Mikoyán, visitó Cuba buscando firmar pactos comerciales con el gobierno, decidimos protestar públicamente. Mikoyán era el funcionario que, unos años antes, había dado la orden para que los tanques soviéticos masacraran a los húngaros. El estudiantado cubano no podía pasar por alto esa visita.

Se organizó un evento público, en el Parque Central de La Habana, ante la estatua de José Martí. Mikoyán había puesto una corona de flores con una hoz y un martillo en ese mismo lugar. Teníamos que hacerle un desagravio a Martí. Los carteles que portábamos decían muy claramente: “Viva Fidel, abajo el comunismo”. Pero la policía fidelista nos reprimió como a aquellos estudiantes que en el estadio de baseball habían protestado contra Batista.

De allí en adelante comenzó la persecusión. Los disidentes, que habían luchado muy duro en la revolución contra Batista, terminaron presos, exilados o muertos.

De nuevo se instauró una dictadura que decía ser comunista, pero parecía más estalinista, en donde el que se oponía terminaba neutralizado. Donde las libertades fueron eliminadas, las cárceles llenas, el paredón de fusilamiento reactivado.

Cuba fue descendiendo de ser un país próspero a ser un país del cuarto mundo. Con hambre, carencias, miedo. Esa revolución, que tantas esperanzas nos trajo, se trasladó a otros países del hemisferio llevando división, guerras, muertes y odio.

Nuestra generación se frustró. Aquella generación de jóvenes heróicos que daban la vida y la libertad para una Cuba mejor, terminó en el exilio, en el largo presidio político o en el cementerio.

Todo esto por la voluntad de un hombre que tuvo todo en sus manos para transformar esperanzas en realidades, pero que decidió mantener su ambición de poder por encima de todo.

Ahora ha muerto sólo con su ambición. Con un país en quiebra, con el 80 por ciento de los jóvenes cubanos queriendo abandonar el suelo que los vio nacer.

¿Cuál fue su mayor crimen? Frustrar una generación que lo apoyó corriendo todos los peligros, inclusive la muerte, y que se vio engañada, perseguida y asesinada. La generación de los Centenarios, la que comenzaba a desarrollarse alrededor del centenario del nacimiento de José Martí.

Sería bueno que en América Latina dejáramos de seguir creyendo en líderes mesiánicos, que sólo nos han traído más tristeza, hambre y desilusión.

Joaquín Pérez Rodríguez participó en la Revolución Cubana como miembro del Movimiento 26 de Julio. Fue golpeado y perseguido por no ser comunista. Ha vivido 56 años en el exilio.

 

Con información de Revista La nación.