Una plaga maldita: la corrupción tolerada
Esther Quintana Salinas.- Cuando nacemos somos oro puro. Traemos una ley moral intrínseca, sabemos desde que somos pequeños que decir mentiras, no es bueno. Después, nos vamos contaminando, hacemos mal uso del libre albedrío del que venimos dotados, empezamos a restarle relevancia a las acciones indebidas, nos vamos desafanando de nuestra sensibilidad hasta que dejamos de ser responsables de nuestros hechos por motu proprio. La conciencia se convierte en un estorbo.
Decía Tácito, el historiador romano, que “en un espíritu corrompido no cabe el honor”. Y así vivimos, y así hemos ido pudriendo el mundo del que somos parte. Es historia ancestral. Las grandes civilizaciones se hicieron polvo cuando se permitieron darle manga ancha a la corrupción. Roma, uno de los más grandes imperios que ha tenido la humanidad, cayó por el peso innoble de las perversiones de sus gobernantes y la indiferencia y/o complicidad de sus gobernados.
El problema más grave de la sociedad de hoy no es ni por asomo la economía desastrosa, ni la administración de los sinvergüenzas que nos gobiernan, ni la ausencia de cultura política, ni la información tergiversada que recibimos, ni toda esa basura de la que nos quejamos, sino la inconciencia colectiva que relativiza los valores sustantivos e impide vivir acorde con nuestra dignidad de personas.
Relativizar significa, considerar un asunto introduciendo determinadas circunstancias que, en general, disminuyen su importancia o valor. Hoy se vive una ética en la que los valores no se toman en cuenta, porque lo único que se busca es la satisfacción personal por encima del derecho social y esto ha venido destruyendo el tejido social y por ende a la sociedad.
Me explico, hoy día ya no se habla de aborto, sino de la salud reproductiva y del derecho que tenemos las mujeres para decidir sobre nuestro cuerpo. Tampoco se menciona la eutanasia, sino del derecho a morir con dignidad.
Ni por asomo se toca la manipulación o adoctrinamiento de los gobiernos sobre la población, sino de educación a la ciudadanía. Y todo esto nos ha ido llevando al abandono de valores como el esfuerzo, la responsabilidad, el compromiso, la prudencia, el respeto, la lealtad, la consideración.
Los hacedores de esta “nueva doctrina” han hecho creer a la sociedad que quienes no comulgamos con esta degradación, somos unos radicales anticuados, conservadores a ultranza y cofrades de la extrema derecha. La búsqueda del bien común, la ética, la honestidad, el trabajo, la fidelidad, la verdad, están a la cola de valores que jamás debimos de haber abandonado. A la familia también, como núcleo aglutinante, la han ido pulverizando, cuando ella es la principal transmisora de valores en una sociedad.
Y si a esto le sumamos la educación que se está enseñando en las escuelas, con una falta absoluta de formación, pues estamos aviados. Esto explica por qué la corrupción ha ido invadiendo día a día a nuestro país, y porque al grueso de la población ya ni escozor le genera. El escritor y novelista francés George Benanos, decía que “…el primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es que el fin justifica los medios”.
Al futuro solo lo vamos a poder afrontar si nos convencemos de que necesitamos una profunda regeneración como sociedad. Es hora de actuar, de aportar soluciones a nuestros males de hoy.
¿Cómo cambiar y mejorar lo que sabemos que está mal? Un periodista le preguntó a la Madre Teresa qué cambiaría de la iglesia si tuviera la posibilidad de hacerlo. Y su respuesta fue contundente: “Me cambiaría a mí misma”. La frase es un referente sine qua non. Para cambiar el mundo, iniciemos en primera persona, con eso tenemos un radio de acción enorme. Debo empezar por reconocer nuestros lados negativos, nuestras debilidades, pidamos perdón por los yerros con los que he ofendido, tendamos lazos de solidaridad con los demás, venzamos nuestro egoísmo, abandonemos nuestra zona de confort y comprometámonos con retos que son vitales para enderezar la plana.
Para cambiar el mundo, iniciemos en primera persona, con eso tenemos un radio de acción enorme
Tenemos que hacer germinar de nueva cuenta la confianza mutua para poder compartir una conciencia colectiva correcta. Somos muy dados a la crítica al de enfrente, pero la viga que nos traemos nosotros, ni en cuenta. Empecemos por ahí. Recuperemos nuestra humildad, eso nos hará más generosos con quienes compartimos tiempo y espacio. Reaprendamos a escuchar, abandonemos ya la caja el eco en la solemos pernoctar. La crítica situación que hoy estamos viviendo nos demanda impulsar acciones positivas, tanto a escala personal como política. Es clave la recuperación económica, pero lo es más la de conciencia colectiva. Es la que marcará nuestra fuerza para encarar el futuro. Necesitamos gobernantes comprometidos con las causas ciudadanas, no con su voracidad de poder, ni con los cómos van a mantenerse en el hasta la consumación de los siglos, para eso es urgente que dejemos de ser población a secas. Los dueños de México somos los mexicanos, ningún gobierno, ningún partido político. A ver si lo entendemos de una vez por todas.