El PAN: entre la paradoja y el precipicio
Luis Fernando Bernal.- Muchos cuestionamientos, dudas y autoanálisis provocó al interior del PAN la decisión de hacer coalición electoral con el PRI. Los escrúpulos y el pudor surgieron ante algo que nunca se había hecho. El máximo dirigente del PAN hizo con una amplitud e intensidad inusitada una consulta entre la militancia, órganos internos y grupos de notables dentro del partido con respecto a este asunto. Encomiable su disposición y consideración, pero, en realidad, la decisión no tenía mucha ciencia. En los hechos, el PAN vivió desde su fundación dos batallas culturales que terminaron vinculándolo con el PRI históricamente.
La vida está llena de paradojas que nos cuestionan constantemente la idea de que el mundo es racional; en particular, en la acción política, las paradojas irrumpen cotidianamente. El catolicismo, decía Chesterton al explicar su conversión, es una inmensa y hermosa paradoja que sólo puede sostenerse por la ortodoxia. Siendo su campo de acción natural la política y estando sus principios doctrinarios basados en la doctrina social-cristiana, no es extraño que el PAN se haya enfrentado a situaciones paradójicas desde su fundación y en su largo trayecto político. Surgió como antítesis del PRI lombardista de los años treinta y durante décadas intentó influir en el proyecto de Nación que construyó la Revolución triunfante y atemperar su vena autoritaria, sin mucho éxito. Aún así, predicó con hechos de manera ejemplar y sacrificada, formando políticos y dirigentes virtuosos que difícilmente podrían encontrarse en la política actual, no sólo de México, sino de otros países. Esa perseverancia, sin embargo, lo convirtió en la “oposición leal” que el PRI necesitó y utilizó para justificar su sistema como democrático, de partido hegemónico, mas no único. La batalla cultural que dio el PAN en esa época mostrando que la política y la ética podían conciliarse y que había ciudadanos y políticos que no eran materia de corrupción o de cooptación, ni temerosos al acoso, fue una batalla exitosa como forma de supervivencia.
Por otra parte, el PAN enarboló un proyecto de Nación diferente al que abanderaba el partido de la Revolución permanente. El PAN apeló sin cansancio por el respeto del voto universal, la separación de poderes, los contrapesos al poderoso, el valor de las libertades, por los derechos humanos, cuando ese lenguaje ni siquiera era permitido entre la clase política beligerante. Abogó también de manera continua por la salud de las finanzas públicas, por la transparencia, por el combate a la impunidad y por extirpar el cáncer de la corrupción. En una época en que el sistema priísta y sus tentáculos vetaban estos temas para la prensa, los intelectuales y el medio académico; cuando éstos eran, en general, corifeos del gobierno o al menos del Estado; y cuando si se toleraban críticas era porque venían desde la izquierda o desde el “progresismo” social, el PAN nadó a contracorriente entre ese turbio caudal defendiendo el libre mercado, la libre competencia y el espíritu empresarial. Todo esto fue lo que a finales de los años 80 se convirtió, finalmente, en su victoria cultural. Lo sucedido en esos años debe ser explicado y sujeto a una profunda autocrítica por parte del PRI, no del PAN. El cambió de rumbo y el golpe de timón fue del partido entonces oficial; él es el que toma el programa del PAN y no al revés. El PAN fue congruente, apoyó y aprobó lo que durante décadas propuso.
La derrota cultural del PAN vino cuando, volviéndose ya un partido de poder y de gobierno, en particular cuando consigue la presidencia de la República, no logra vencer o al menos contrarrestar los usos y costumbres de la política mexicana impuestos por la cultura priísta. El PAN, en su funcionamiento interno, tristemente se mimetizó con las formas pragmáticas y utilitaristas del priísmo, con su tradición de cacicazgos, mafias, “hombres fuertes” y cotos de poder, abandonando totalmente su cultura de debate y decisión democráticos que le habían dado vitalidad e identidad en los años más difíciles de su existencia. Victoria cultural externa, derrota cultural interna, el PAN vio involuntaria pero inexorablemente ligado su destino histórico al partido que fue su némesis. Ese partido que ahora, derrotado interna y exteriormente, está en vías de extinción.
Siguiendo su destino paradójico, la modernización del PAN está en volver a su tradición, su verdadera innovación está en respetar su ortodoxia, como dijera Chesterton. No está en ese aggiornamento que algunos le demandan, aludiendo a una supuesta adaptación a los criterios de la corrección política actual. No está en el infundado temor de aceptarse como partido de derecha, de derecha moderada, cuando las encuestas muestran que el electorado en México en su mayoría se asume como de centro-derecha. El mercado, la libre competencia, la apertura comercial y la salud macroeconómica no le dieron al liberalismo ni a la derecha tecnocrática la victoria cultural, le dieron eficiencia gubernativa, dieron mejora en la calidad de vida, pero eso no fue suficiente. Esos gobiernos cedieron el terreno cultural al progresismo por miedo a que les llamaran conservadores, y ahora vemos cómo esos gobiernos en el mundo, en especial en Latinoamérica, se desmoronan ante un electorado donde el relato ha triunfado ante el dato. Chile y México son un claro ejemplo de eso.
El discurso de la igualdad ha vencido al de la eficiencia económica y el consumo. Eso implica un triunfo cultural de la izquierda, de la izquierda disfrazada de progresismo social, de defensa de libertades, de nueva generación de derechos, de protección a las minorías, de feminismo radical, de ideología de género, etc. Esto, en realidad es un discurso lleno de falsedades, de engañifas cuyo objetivo verdadero es el encono social, exacerbar el individualismo, fortalecer al Estado y fomentar la represión social.
El PAN está vivo y puede aún tener larga vida, el PRI lo necesita y se une a él para no morir, México Libre lo necesita y se une a él para no morir, la sociedad civil lo necesita y se une a él para salvar al país, y así… El futuro del PAN está en no ceder a los apetitos de la coyuntura progresista actual, está en proteger y reivindicar sin complejos ni vergüenzas la vida desde la fecundación, el matrimonio entre hombre y mujer, el derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos, el fortalecimiento de la familia tradicional y otros valores inherentes a la dignidad de la persona humana. Si el PAN no hace eso, si no reafirma su paradoja de supervivencia, se dirigirá al precipicio de la agonía y la disolución.