Un mal insufrible…
Esther Quintana.- Agustín de Hipona la describe de manera clara, precisa: “…la soberbia no es grandeza, sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande pero no está sano.” Y es que detrás de semejante apariencia lo que por lo general se esconde es una debilidad tan grande que solo así se desdibuja. La soberbia es flaqueza, todo lo contrario de la humildad. El soberbio es astuto como la zorra, pero no es sabio. En el diccionario de la Real Academia Española, se apunta que el vocablo proviene del latín superbia que significa: “Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros. Satisfacción y envenenamiento por la contemplación de las propias prebendas con menosprecio de los demás”.
El maestro Fernando Savater subraya que: “La soberbia es el valor antidemocrático por excelencia. Los griegos condenaban al ostracismo a aquellos que se destacaban y empezaban a imponerse a los demás. Creían que así evitaban la desigualdad entre los ciudadanos. Pensaban: usted, aunque efectivamente sea el mejor, tiene que irse porque no podemos convivir con un tipo de superioridad que va a romper el equilibrio social”.
Hoy día es uno de los peores males que padece nuestra democracia. Proliferan como hongos –con perdón de los champiñones– una caterva de ignorantes infestados de este mal, se creen que traen a Dios de las orejas y que México es suyo por el poder que tienen atrás, como Fulgor Sedano, el malo de “Pedro Páramo”, y parapetados en esa sordera y ceguera alimentadas en su vacuidad, desprecian cuanto no provenga de su arrogancia, así de pagados de sí mismos se placean. No hay argumentos que embonen en su anémica lógica, su “superioridad” no les permite enterarse de que México es otro, que ni siquiera se parece al de hace una semana.
Si esta actitud de que nada ni nadie los merece es una sierpe en cualquier tipo de relación, cuando se instala en el ámbito del poder público, se convierte en algo peor que las siete plagas de Egipto. Nuestro País hoy está atravesando por una de sus peores crisis de gobernanza, porque el señor que ganó la presidencia de la República en 2018 no entiende razones, salvo que sean las suyas, y eso está desmantelando el cauce por el que transitan el diálogo, la inclusión, la pluralidad, elementos sine qua non de la democracia, que es el único tipo de gobierno en el que cabemos todos los mexicanos, al margen de nuestras humanas diferencias.
Hoy tenemos un jefe de Estado, que no tiene ni idea de lo que eso significa y si la tiene le vale una pura y dos con sal. Asistimos todos los días, porque se proyecta en sus mañaneras, a la exhibición de una soberbia excluyente y supremacista de un nacionalismo trasnochado, a la compulsión morbosa de un narcisismo que raya en la ñoñez enfermiza de alguien plagado de traumas y vacíos interiores sin superar, su hambre de reflectores y sus venganzas personalizadas, lo gritan.
Y todo esto que el señor es, se replica en la actitud del rebaño morenista y anexos que campea en las dos cámaras del Poder Legislativo de la Unión. Vemos su proclividad a derribar puentes y levantar barreras. Su afán por alimentar odio al adversario y llevar al máximo del jaloneo los equilibrios de un sistema ya tan tensado, no augura tiempos mejores. La ausencia de talento parlamentario y la cuantía sobrada de mezquindad de tan infausta mayoría, van a reventar al país. Qué horror ver a tanto inútil pavoneándose.