La dama de Hamburgo
Esther Quintana.- Su nombre completo es Angela Dorothea, hija de un pastor luterano y de una profesora de latín e inglés. Nació en Hamburgo, Alemania, el 17 de julio de 1954. Tiene dos hermanos menores, Marcus de 62 e Irene de 54. Es física de profesión, egresada de la Universidad de Leipzig. Estuvo casada con Ulrich Merkel, físico también, de quien se separó en 1977. Contrajo nuevas nupcias en 1998 con Joachim Saurer, químico, con quien continúa casada. No tiene hijos. El 9 de noviembre de 1989, fecha en que cayó el muro de Berlín, se afilió al partido “Despertar Democrático”.
Presidenta del partido político alemán Unión Demócrata Cristiana de 2000 a 2018. En 2005 se convierte en la canciller de Alemania, la primera mujer nacida en el Este, que ocupa este cargo. Vive en el mismo piso que tenía desde antes de ser la número 1 del gobierno alemán, hace sus compras en un súper del vecindario, como cualquier ama de casa. Es fanática del futbol. Le gusta cocinar y cuando lo hace escucha música clásica. La revista Forbes la reconoció entre 2010 y 2018 como la persona más influyente y poderosa del mundo. Este año concluye su encargo político y ya ha anunciado que es el último. Se trata de una mujer cuyo liderazgo no se ha dejado deslumbrar por el poder, no levita, para que quede claro.
Es una política que combina de manera excepcional su capacidad de análisis y de escucha, con un aguante físico y sicológico capaz de tumbar al político más experimentado, destacan quienes conocen su desempeño. Angela Merkel se ha ganado a pulso el derecho a ser escuchada, que más que un derecho, como lo apunta Michael Ignatieff en su libro “Fuego y cenizas, éxito y fracaso en política”, es un privilegio que conceden los electores después de salir a ganárselo con hechos, no con lengua, frente a frente, casa por casa, para que sientan que se es uno de ellos, y que se está en el cargo para defender sus intereses, y no los propios.
No ha sido fácil mantener a Alemania en equilibrio, han sido 16 años de labor intensa, de entrega absoluta para lidiar con la crisis financiera del euro, la de los inmigrantes y refugiados y hoy la del COVID-19. Atesora en su haber el apoyo del 75 por ciento de sus gobernados y también el de otros europeos que le agradecen la defensa a brazo partido por la integración de aquel continente y el multilateralismo, frente a la irracionalidad de los nacionalismos y de los deleznables populismos. No fue miel sobre hojuelas tomar la decisión de acoger a un millón de refugiados en 2015, recurrió a dos vertientes, la humanitaria y la demográfica y con ellas se armó, le costó que aumentaran en un diez por ciento las simpatías electorales por la ultraderecha. Pero su firmeza dio resultados, vetó acuerdos con ellos y hoy la ultraderecha va a la baja.
Dice Barak Obama que es una mujer con gran sentido del deber: “sólida, honesta, intelectualmente rigurosa y amable por instinto… Si fuera alemán, le daría mi voto…”. Y es que no cualquiera se atreve a tomar este tipo de decisiones, cuando sabe que eso tendrá un costo en las urnas. Lo que hoy día impulsa para paliar la pandemia es propio de ella. Junto con Emmanuel Macron, el presidente de Francia, promueve la financiación de la reconstrucción con deuda europea. En sus palabras: “La respuesta es que Europa tiene que actuar junta. El Estado nación por sí solo no tiene futuro (…). A Alemania solo le irá bien si a Europa le va bien”. No hay de otra, hay que ir juntos. Una prueba más de su vocación integradora, de su perfil de estadista consumada. Tanto la izquierda como la derecha alemanas reconocen su liderazgo moralmente intachable, con el que ha podido apelar a la responsabilidad y generosidad de sus compatriotas.
Cómo anhelo que un día en nuestra noble tierra haya políticos de esa talla, que con su desempeño ejemplar le devuelvan a la política sus galas de instrumento para generar bien común y confianza a la democracia representativa, frente a la debacle de fracaso que arrojan los populismos. Hoy vivimos uno de los más despreciables.