¿Y cómo se recupera la confianza?
Esther Quintana.- Decía mi madre que recuperar la confianza equivale a pretender pegarle las plumas a una gallina a la que tú misma se las has arrancado. Y esto viene a colación por la realidad que exhibe la clase política mexicana en nuestros días, y no viene de hoy, el lastre tiene larga data. La política es algo despreciable para el grueso de los mexicanos y por ende los políticos. Y por supuesto que esta repulsa tiene fundamento, ahí están el actuar huérfano de ética de muchos que se dedican a ella, la desvergüenza de prometer lo que no van a cumplir cuando andan tocando puertas y pidiendo el voto, valiéndoles un soberano cacahuate pasarse por debajo de las extremidades inferiores la confianza que les otorgan los electores en las urnas. Bajo esta premisa tan deleznable la corrupción y la impunidad han permeado hasta convertirse para muchos gobernantes en un modus vivendi.
La demagogia ayuntada con la mentira de los políticos sin patria ni matria, ha desvirtuado la política. La sociedad está resentida con semejante hato de engaños, de simulaciones, de cinismo, de impudicia. Se han vulnerado instituciones que debieran ser ejemplo de la verticalidad del estado mexicano, se ha dañado a la democracia, y con esto se ha ido desmantelando la confianza y la credibilidad de los mexicanos hacia quienes los gobiernan desde los diversos espacios del poder público. La gente ve a los políticos como sus enemigos, no como sus representantes. La historia nos da ejemplos al por mayor de lo que resulta cuando el pueblo se harta de esta suerte de sátrapas. En México sabemos de esos dolores, pero seguimos sin aprender. Hoy estamos pasando por una crisis que debiéramos atender con inteligencia cada uno de los que aquí vivimos. Venimos de un régimen cargado de corrupción e impunidad que sigue vivo no obstante que el titular de la actual administración se vendió como el paladín que iba a desmantelarlo. Y lo único que estamos viendo en estos 2 años y casi tres meses de su gobierno es más de lo mismo. La ineficiencia, la corrupción y las mentiras siguen viento en popa.
¿Se van a resolver por sí solas? La respuesta es un no. No hay fórmulas mágicas. Estamos hoy por hoy frente a la necesidad imperiosa de una regeneración política. Una reinvención que demanda la vinculación sine qua non de un binomio político-ciudadano. Es indispensable cambiar la mentalidad de los gobernados para que su participación sea también un elemento imprescindible en el sector público. Tenemos que generar un equilibrio entre el desempeño cívico y la actividad política. Para decirlo sin tantas vueltas a la glorieta, directa y claramente: requerimos que los ciudadanos sean más políticos y los políticos más ciudadanos. Tenemos que generar conciencia en el pueblo de que son parte sustantiva del Estado y en consecuencia es clave su intervención en el mismo. Tenemos que entender que se trata de asuntos que nos competen y que no son para estarlos mirando de lejos, si no agarrarlos y resolverlos. La política se cambia con política, no con mentadas de madre, decepción y repudio entre cuatro paredes. Necesitamos políticos minuciosos, reflexivos, eficaces y eficientes en su desempeño, solo así podrán trasmitir confianza a la ciudadanía. Hechos son amores. Necesitamos que las nuevas generaciones de dirigentes demuestren su vocación política actuando con congruencia, administrando con eficiencia los recursos públicos y ciñéndose a pie juntillas a las exigencias de quienes los eligieron para que les sirvan, en el marco de lo prescrito por la ley. La política, como lo expresaba el expresidente uruguayo José Mújica, es “para servirle a la gente”. La confianza se gana a diario, en el contacto permanente con los ciudadanos, y recuperarla demanda compromiso, mucho trabajo, y actuando siempre a favor del bien común. Este país nuestro necesita políticos con auténtica vocación de servicio, con iniciativa para crear e innovar, con honestidad, con actitud y aptitud para enfrentar la problemática en turno. Pero también requiere ciudadanos dispuestos a elegirlos con inteligencia y a llamarlos a cuentas a mañana, tarde y noche, que para eso son sus empleados a sueldo y temporales.