Los maestros del siglo 21
Esther Quintana.- Aunque parezca, como se dice coloquialmente, disco rayado, no voy a dejar de lamentar que de entre las decisiones erradas que ha tomado el actual Gobierno, una de las más ruines fue haberse atrevido a echar abajo la reforma educativa que hicimos en la 62 Legislatura, vía su mayoría de incondicionales que cobran como representantes de los mexicanos pero son de él, y que además se vanaglorie de ello. La conocí, la estudié, vi en ella una luz de esperanza para llevar a las nuevas generaciones a ser formadas y educadas con valores que hace tiempo se habían perdido y continúan así hasta la fecha, y también una propuesta diferente para que los maestros fueran los más calificados para ser sus forjadores. La evaluación para acceder a una plaza, para obtener un mayor número de horas clase, para aspirar a un ascenso, para permanecer al frente de grupo, infortunadamente se tomó como un agravio, cuando no era más que el camino para ir generando una cultura de méritos y premios de reconocimiento al esfuerzo de quienes se dedican a esta noble y excepcional profesión poniendo lo mejor de ellos mismos. Se le devolvía al Estado su facultad de liderar el ámbito educativo, que jamás debió haber cedido a los líderes sindicales porque que dio lugar a la deleznable vendimia de plazas al mejor postor y a postrar al magisterio ante el partido del gobierno sempiterno a cambio de votos para mantenerse en el poder. Cuidamos el aspecto jurídico de los derechos de los maestros, toda vez que eran derechos creados, y no iban a perder ninguno de ellos. Había hasta cuatro oportunidades para presentar evaluación, con su correspondiente capacitación, si no se aprobaba en la última, el mentor tenía dos opciones, retirarse con todos sus derechos a salvo o reubicarse en una plaza administrativa.
La educación es un derecho fundamental para promover la libertad y la autonomía de las personas, de ahí que se establezca como obligación del Estado promoverla y garantizar el acceso de todos a la misma. Es un instrumento en virtud del cual –como lo afirmaba desde el siglo pasado E. Durkheim (1902)– “…la sociedad regenera una y otra vez las condiciones de su propia existencia…la finalidad es formar en nosotros este… ser social”. Y quienes están a cargo de semejante encomienda son precisamente los maestros. Por ello deben ser lo más selecto de la sociedad, como ocurre en los países que ya entendieron esto, verbi gratia, Finlandia, Singapur. Me queda claro que el futuro de la humanidad “está en manos de quienes sepan dar a la juventud razones para vivir”.
La educación sigue siendo imprescindible para tener una sociedad más vivible, más solidaria, más justa. La escuela necesita recuperar su prestigio y los mentores la autoestima que merece su trascendental ministerio social. Para educar hoy día se requieren maestros que sepan trabajar en equipo, profesionales de primera en su oficio, que construyan talento a través del aprendizaje de asignaturas curriculares, pero en un clima de convivencia e interacción. Los maestros deben entender que no basta con trasmitir conocimientos, al alumno hay que enseñarlo a pensar, a discernir. Esto es elemental, hace la diferencia. Necesitamos formar maestros para el siglo 21, ad hoc para un mundo que no es el mismo ya. Necesitamos docentes con dos licenciaturas, mínimo, versados en la tarea de educar a una generación cuyo principal reto consiste en alcanzar la sostenibilidad y la solventación de problemas ambientales, económicos, políticos y sociales nunca antes vividos. Orientados por ese derrotero, las cualidades, saberes, actitudes y características de los docentes de nuestro siglo, vinculadas con su preparación académica, socioemocional y tecnológica, implican: capacitación constante, conocer y poner en práctica diferentes enfoques didácticos y pedagógicos que mejoren su trabajo en y fuera del aula y aprender a usar la tecnología en el contexto educativo, con la finalidad de compartir ideas que enriquezcan su tarea. Y algo muy relevante, con formación ética de excelencia, porque la trasmitirán a sus alumnos y éstos serán mejores personas, ergo tendremos una mejor sociedad. Y toda esta nueva exigencia a los mentores, tiene que verse reflejada en los salarios que perciban. Deben de ser los profesionistas mejor pagados y más respetados de nuestro país.
He ahí el reto.