Emilia
Esther Quintana.- Con todo mi cariño, respeto y admiración a una mujer excepcional.
Emilia nació en 1882, en un pequeño villorrio muy cercano al puerto de Acapulco. Emilia era hija de un extranjero, un chileno, de los que llegaron al puerto a partir de 1848, atraídos por la fiebre del oro de California. Acapulco quedaba en la ruta de San Francisco a Panamá, entonces se convirtió en escala obligada para las embarcaciones que realizaban esa travesía. El barco en el que viajaba Hilario Salinas -era el nombre de su padre, oriundo de Viña del Mar- se descompuso, y tuvieron que esperar a que lo arreglaran. Hilario no siguió el viaje, se quedó en el puerto, igual que otro número importante de chilenos. Nunca regresó a su país. Isabel Cabello era su madre, nacida en La Sabana. Tuvieron dos hijos, Tadeo y Emilia. Pero Hilario nunca se hizo cargo de ellos, incluso darles su apellido fue muchos años después. Isabel no era mujer de dependencias. Tenía un solar en el que abundaban los mangos, los limones y los cocoteros, de modo que vendía los frutos y además hacía jabón. Ella misma enseñó a leer y escribir a sus dos vástagos, había aprendido con el cura de la iglesia. Emilia creció con aquella formación basada en el trabajo y con valores religiosos. Era una joven linda, morenita clara, con facciones exquisitas, muy alta y espigada, con una hermosa cabellera de rizos negros y unos risueños ojos castaños. Aprendió a montar caballo y tenía uno propio. Era su medio de transporte para ir al puerto a vender la fruta y el jabón que aprendió a hacer, a base de sosa y manteca. Había un tipo que se encaprichó con ella, le pidió matrimonio, pero ella lo rechazó. Nunca lo hubiera hecho, lo enrabió la negativa en su “orgullo” de macho. Determinó que la única forma de obligarla era llevársela a la fuerza y entonces no tendría más alternativa que casarse con él. La raptó y la violó. Emilia no accedió al matrimonio. Le dijo que prefería cargar con la deshonra, con todo lo que implicaba y sabiendo que su vida jamás volvería a ser como antes. Era el año de 1906. Se necesitaban muchos arrestos para tomar una decisión así. Isabel apoyó a su hija. Pero aquella vileza de la que fue objeto tuvo consecuencias, quedó embarazada. Y no obstante, Emilia decidió tener la criatura. Vittorio nació sano y fuerte. No debió ser nada fácil para ella cuidar y amar al niño, era en sí mismo el recordatorio permanente de la vejación sufrida. Emilia tuvo dos hijos más y los amó a los tres de igual manera, sin distingo alguno, con todo su corazón. No los vio crecer. Murió a los 33 años. Esto me lo contó mi madre y a ella su abuela Isabel.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación, sus ministros, por unanimidad, esta semana, legalizaron la irresponsabilidad en el ejercicio de la sexualidad. Ahora las mujeres podrán deshacerse de un ser humano en gestación igual que como se deshacen de una muela que les está fastidiando. En nombre de los derechos que tenemos las mujeres para disponer de nuestro cuerpo y mandando al carajo los que tiene el ser indefenso que se concibe al calor de un coito sin previsiones, existiendo éstas, los jueces decidieron legalizar un crimen con todas las agravantes de ley, premeditación, alevosía y ventaja. Se pasaron por debajo de las extremidades inferiores las cinco excluyentes de responsabilidad para aquellas que deciden abortar, es decir, los cinco supuestos que de darse, liberan de sanción a las mujeres que se lo practican, como son la malformación del bebé, que corra peligro la vida de la madre –acompañado de un diagnóstico médico y que se practique en los tres primeros meses de gestación-, cuando el embarazo es producto de una violación, cuando se le insemina artificialmente contra su voluntad, y cuando ocurre por accidente. El legislador previó todo esto partiendo de que también tiene derecho a vivir el ser en gestación. Pero ahora los ínclitos juristas decidieron que es inconstitucional reconocer la vida humana desde la concepción. Bravísimo ministro Zaldívar y etcéteras que lo acompañan, hurra por su fallo a favor de la muerte. Ahora sí ya estamos a la vanguardia de las grandes transformaciones del siglo XXI. Cero educación sexual para enseñar a los mexicanos a ejercer su sexualidad con responsabilidad. ¿Qué caso tiene invertir en eso, si decretar la muerte de un inocente resulta más simple y más barato? Sigamos promoviendo la deshumanización, la ausencia de valores, desprendámonos de tantos “incordios”… total, eso no implica ningún esfuerzo, basta lavarse las manos como Poncio Pilatos.
Emilia era mi abuela.