LOS SÚPER-DELEGADITOS
Marcos Pérez Esquer.- Los resultados de la elección del pasado 6 de junio en la Ciudad de México dejó perpleja la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum; nunca se esperó esa derrota estrepitosa. 9 de las 16 alcaldías que integran la ciudad, quedaron en manos de la oposición: Benito Juárez, Miguel Hidalgo, Álvaro Obregón, Cuajimalpa, Coyoacán, Cuauhtémoc, Tlalpan, Azcapotzalco y Magdalena Contreras, serán gobernadas ahora por personas postuladas por alguno de los partidos integrantes de la alianza opositora.
Este revés, que pone en entredicho la viabilidad de la eventual candidatura presidencial de Sheinbaum, puso a la Jefa de Gobierno a la defensiva contra las y los alcaldes electos.
En vez de entablar inmediatamente una comunicación respetuosa que permitiera un diálogo y coordinación interinstitucional democrática, ni tarda ni perezosa empezó a poner trabas a la relación.
La primera muestra de ello fue la modificación que intempestivamente hizo a los lineamientos de entrega-recepción de las alcaldías. Resulta ser que poco antes de la elección, la misma Sheinbaum había publicado los nuevos lineamientos que regularían el proceso de entrega-recepción de las alcaldías, y, a decir verdad, se trataba de lineamientos bastante sensatos que preveían iniciar esa etapa desde el momento en que cada candidato recibiera su constancia de mayoría mediante la instalación de mesas de transición constituidas una por el equipo entrante, y otra por parte del equipo del gobierno saliente. Así, estas mesas (la Comisión Receptora y la Comisión de Entrega) debieron instalarse hacia el 11 de junio pasado, pero ¡oh sorpresa!, la jefa de gobierno ordenó que no, y el 7 de julio publicó una reforma a los lineamientos para postergar la instalación de estas comisiones hasta el 1 de septiembre, a apenas un mes de que se instalen los nuevos gobiernos.
Trascendió, además, que instruyó a los alcaldes salientes de esas 9 alcaldías, que gastasen sus presupuestos antes de entregar, para no dejar margen operativo a los entrantes durante los últimos tres meses del año.
Se niega, por otra parte, a recibir al grupo de los nueve alcaldes opositores, y les exige que se presenten uno por uno, con lo que viola su derecho de asociación, así reconocido legalmente.
Les impide, además, entrar al Congreso de la Ciudad a manifestar su inconformidad por los cambios legales que proyectan en detrimento de las competencias de las alcaldías, y la policía los recibe a golpes. Lía Limón, alcaldesa electa de Álvaro Obregón requirió de cuatro puntadas para cerrar la herida que le provocaron en la nariz.
Y la más reciente: al modo de lo que hizo en su momento López Obrador de crear la figura de los súper-delegados en los Estados para controlar los programas sociales y darles uso electorero, la Jefa de Gobierno emitió un decreto para reformar el Reglamento Interior de la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo de la Ciudad de México, para crear una red de direcciones ejecutivas territoriales, una por cada alcaldía, justamente para controlar los programas sociales en esas demarcaciones.
Si López Obrador tiene a sus súper-delegados, Sheinbaum ahora tiene a sus súper-delegaditos.
La noticia no es menor, revela la cerrazón anticipada de coordinarse con las alcaldías para implementar sus programas sociales. Revela también poco respeto por la autonomía de las alcaldías y por el voto popular. Pero revela, sobre todo, una intencionalidad política electoral, de seguir dando uso clientelar a los programas sociales vinculando esos beneficios con su partido político -Morena-, como consta que sucede en el orden federal en múltiples videos que han circulado en las redes sociales en los meses recientes.
Igual que ocurre en el nivel federal con los súper-delegados, ahora estos súper-delegaditos también aprovecharán los recursos públicos de los programas sociales para impulsar sus carreras políticas y posicionar sus perfiles para competir contra los alcaldes. La tensión interinstitucional y el clima de confrontación, siendo -en principio- absolutamente evitables, ahora serán irremediables.
Todo esto parece indicar que Sheinbaum no está, como creen algunos, a la altura de la presidencia de la República a la que aspira.