LA GUERRA DE SECESIÓN DE MÉXICO
Salvador Abascal Carranza.- La guerra de secesión en el México de principios del siglo XIX fue un fracaso. Me refiero a lo que se ha conocido siempre en la historia de México como guerra de independencia. Secesión, según el diccionario, es separación. Se dice que los insurgentes querían separar la Nueva España de la metrópoli, pero es bien conocido (por lo menos por los que sí saben Historia de México), que el “padre de la Patria”, el cura Miguel Hidalgo no tenía la menor idea de lo que significaba independencia ni cómo conseguirla. En realidad, era un revolucionario que mataba españoles, criollos y mestizos sin ton ni son. Quien sí sabía era Morelos, pero la historia oficial lo coloca en segundo lugar.
El verdadero Padre de la Patria es don Agustín de Iturbide. Me voy a permitir citar al propio Iturbide, teniendo a la vista su “Testamento”, que escribió estando en Liorna, La Toscana, Italia, el 27 de septiembre de 1823. “En el año de 1810 –empieza diciendo don José- yo era un simple subalterno, cuando hizo explosión la revolución proyectada por D. Miguel Hidalgo cura de Dolores, quien me ofreció la faja de teniente general; la propuesta era seductora para un joven sin experiencia, y en edad de ambicionar; la desprecié, sin embargo, porque me persuadí que los planes del cura estaban mal concebidos, no podía producir el objeto que se proponía llegara a verificarse. El tiempo demostró la certeza de mis predicciones. Hidalgo y los que le sucedieron, siguiendo su ejemplo, desolaron al país, destruyeron fortunas, radicaron el odio entre europeos y americanos, sacrificaron millares de víctimas […] corrompiendo las costumbres y, lejos de conseguir la independencia, aumentaron los obstáculos que a ella se oponían”.
“Es necesario no olvidar (dice en la nota 5 de su escrito) que la voz de la insurrección no significaba independencia, libertad justa, ni era el objeto reclamar los derechos de la nación, sino exterminar a todo europeo, destruir sus posesiones, prostituirse, despreciar las leyes de la guerra, las de la humanidad y hasta las de la religión.” -lo que en México se ha celebrado, por más de un siglo, ha sido, solamente, la insurrección, no la secesión o independencia- Por tratarse de los curas Hidalgo y Morelos (y algunos más), debió empezar Iturbide por señalar que la revolución atentaba, sobre todo, contra las reglas de la religión (Memorias, Ed. Jus, México, 1973, pp. 6-7).
Desde 1811, hasta 1816, Iturbide combatió a los revolucionarios. En todas las campañas, en todas las batallas tuvo victorias, algunas asombrosas, como cuando tomó Valladolid (hoy Morelia, su tierra natal), venciendo a las tropas de Morelos que lo superaban 5 a 1. En resumen, Iturbide culmina sus campañas militares como soldado invicto. En 1816 casi todos los insurgentes habían muerto, otros, habían desistido y se acogieron a las leyes de amnistía; los más importantes, ejecutados, como Hidalgo y Morelos. México había recobrado la paz, había terminado la guerra. Iturbide se retira del ejército realista: “En el año de 1816 –narra Iturbide- mandaba yo la provincia de Guanajuato y Valladolid y el Ejército del Norte; todo lo renuncié por delicadeza, retirándome a vivir según mi natural inclinación, cultivando mis posesiones. La ingratitud de los hombres me había herido en lo más sensible y su mala fe me obligaba a evitar las ocasiones de volver a ser el blanco de sus tiros” (p. 8).
“Todos los americanos (novo-hispanos o mexicanos) deseaban la independencia, pero no estaban acordes con el modo de hacerla, ni el gobierno que debía adoptarse”. Unos deseaban exterminar a los españoles; “los menos sanguinarios se contentaban con arrojarlos del país y los más moderados querían excluirlos de todos los cargos y empleos”. Unos querían la monarquía absoluta; otros, querían una monarquía constitucional (cual era la idea de Iturbide) y los terceros querían una república a la usanza de la del país del norte. Pero nadie se ponía de acuerdo.
Pese a su retiro, en Iturbide aún palpita el germen de la independencia -dice Luis Reed Torres- por lo cual se alista de nuevo en el ejército, esperando la oportunidad de incidir de alguna manera en la separación de México de España. La oportunidad se le presenta cuando pide, y le es concedido por el Virrey Apodaca, el mando de las tropas que se supone que habrían de combatir a Vicente Guerrero en el sur. Su idea -de Iturbide- no era vencer a Guerrero, sino sumarlo a sus tropas para conseguir la tan anhelada independencia. Poco después – dice Reed Torres- “logra que Vicente Guerrero se le una –para luchar por la independencia– y de ese modo evita perder tiempo en combates a fondo, por más que el suriano no representara en realidad peligro alguno dada su escasez de hombres y de recursos” (Lui Reed T., Auténtica Historia de la Independencia, p. 47).
Entonces fue cuando “formé mi plan conocido por el de Iguala; mío, porque solo yo lo concebí, lo extendí, lo publiqué y lo ejecuté: me propuse hacer independiente a mi Patria, porque este era el voto general de los americanos”. No cabe duda, -dice por su parte Luis Reed- “que el Plan de Iguala es el más completo de cuantos documentos se dieron en su época. Al invocar a la Religión como es, como ha sido siempre, lazo unificador de los mexicanos, Iturbide logra una entusiasta adhesión de casi todo el territorio. La Unión, otro punto clave del Plan de Iguala, se convierte también en llave maestra del Libertador. De ahora en adelante todos los grupos sociales compuestos por blancos, criollos, mestizos, indios, negros, etc., serán simple y llanamente mexicanos. Por último, la independencia, pero una independencia racional. Para Iturbide no significa vituperar a los padres cuando se alcanza ´la mayoría de edad, sino llegada a ésta para gobernarse a sí mismo, es obligación y necesidad preservar las enseñanzas de los mayores y venerarlos*. En este caso España, crisol de nuestra civilización en nuestra América” (Luis Reed T., op. cit., pp. 47-48 Edición privada, México, 2010).
*Las negritas son mías.
Continuará…