Por Mishelle Miranda.-

A un mes del sismo, hay que decir que en el entorno se percibe una mirada diferente, un caminar distinto y voces e imaginarios que conciben lo colectivo de manera distinta.

Lo que te trastoca te cambia, te atraviesa, aquello que vives de cerca, que escuchas y te despierta, te acerca a un lugar, olor, persona, recuerdo o historia que te mueve.

El 19 de septiembre cambio la vida de muchos, pero también cambio el sentir de lo que nos rodea.

El pasado mes, todas y todos lo recordaremos como el parteaguas que dignifico el sentido por el otro, el reconocimiento más lejano de sus diferencias que nos enriquecen claro está, sin embargo, mi referencia para esta reflexión radica en una dimensión de empatía.

Derribó barreras y prejuicios, desarmó egoísmos y cultivó generosidad, solidaridad y recobró la fraternidad que vivió siempre dentro de nosotros, en lo personal e individual para con el otro.

Habrá que retomar, sanar y curar lo que las secuelas a su paso irán dejando.

No hay que descartar que para el sistema político también representó un cambio y una adaptación a la demanda, acciones ante la necesidad de recursos económicos.

Había que ser consuelo y acción de la emergencia nacional.

La trascendencia de este lamentable suceso, nos permitió conocer la capacidad de inmersión con la que contamos como ciudadanía, en particular de la juventud, ambas como soporte sólido de una tragedia inimaginable.

Y es que en medio de las dificultades encontramos sensibilidad y empatía, la más honda que latimos juntos, que no las olvidemos.

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