Hey… hey…
El concepto dictadura tiene una diversidad de matices, sin duda alguna, y en diferentes momentos de la Historia han pasado individuos que han dejado el sello indiscutible de su impronta. Abarcando épocas distintas, que van desde Julio César, Cromwell, Robespierre, Mussolini, Franco, Stalin, Hitler, y en nuestra era Sadam Husein, Gadafi y ya más tropicales Somoza, Castro, Chávez, Ortega… y… usted agréguelo… Cada uno de ellos arrastra una ristra de abusos y atrocidades. ¿Qué sucede en la cabeza de estos tipos?, ¿delirio de omnipotencia rayano en la locura?
Para el consultor político uruguayo y miembro de la International Society of Political Psychology, Daniel Eskibel, “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, sorprendentemente idéntica al cerebro que tiene cualquier reptil y que empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la autoubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida”. Llegado al cargo público toma conciencia de su capacidad para influir en la vida de los demás. “Si la persona no está preparada, entonces es sólo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes del mando”, destaca Eskibel. El resultado es que pierde contacto con la realidad y elabora una propia. No escucha, salvo a sí mismo, por eso tiene tendencia a rodearse de incondicionales que a todo le dicen que sí. Por ende su gobierno es ineficiente e ineficaz. Ah… y el único público que cuenta para ellos, afirma el psiquiatra norteamericano Jerrold Post, “es el espejo…”. También son sujetos, en la opinión de Iñaki Piñuel, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y experto en acoso laboral, que no siempre obtienen resultados vía la coacción o el miedo, se les da de manera innata la manipulación, con ella, fascinan, mienten y convencen. Pasemos revista a algunos dictadores y sus hechos. Mussolini engatusó a los italianos diciéndoles que le devolvería al país la gloria imperial. Y los arrastró a una guerra sin sentido. Julio César, para muchos el primer dictador democrático de la historia, contó con el respaldo de una amplia gama de la población. Cromwell interpretó la jefatura del Estado como si fuera un rey. Bipolar y violento, sus conflictos en la infancia influyeron en su personalidad. Stalin, eliminó uno a uno a sus enemigos y rivales y se convirtió en un jefe poderoso. Sadam Husein, fue refrendado por su pueblo propagando la teoría de complots y enemigos externos para justificarse.
Pero también hay que subrayar que para que estos engendros crezcan y se fortalezcan se requiere de la “anuencia” de la población. En el siglo XVI Étienne de la Boétie escribió, y con sobrada razón, que los humanos tenían una tendencia casi natural a la servidumbre. Circunstancia –nefasta– que los conducía a subordinarse a hombres con una personalidad atrayente, por lo general. Cita textual de su libro: “El pueblo sufre el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito. A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación, desconoce el ardor de la batalla, vacila ante la arena del torneo y carece de energía para dirigir a los hombres mediante la fuerza”. ¿Qué tal? De tal suerte que si hay de estos gobernantes, no obedece únicamente a su personalidad “desbordante” sino a que existen quienes los entronizan. Carl Jung, el célebre psicoanalista alemán, dijo lo mismo cuatro siglos después: “Creo que los diferentes dictadores tienen poco en común. Pero la diferencia no está tanto entre ellos como entre los pueblos que dominan”. Y en el mismo sentido, el psicólogo Gustav Bychowski publicó en su libro Psicología de los dictadores: “Ciertos factores psicológicos colectivos favorecen el ascenso de la dictadura. La obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad son posibles únicamente cuando el pueblo se siente debilitado por su propio yo y renuncia a la crítica y a la independencia conquistadas previamente. Así, el grupo confía en este individuo y lo venera, del mismo modo que el niño ingenuo confía en el padre y le confiere poderes mágicos. Para ellos el dictador es como la encarnación de sus propios ideales y deseos, la realización de su propio resentimiento y su propia grandeza. Creen en las promesas del líder, pues le atribuyen omnisciencia y casi omnipotencia. Y es cuando el influjo del dictador sobre las masas recuerda el poder exhibido por un hipnotizador”.
Pase revista, al gobernante y a sus hechos, que hoy tenemos en México. ¿Por qué no gustará la historia al grueso de los mexicanos? Sus lecciones son inapreciables.