Moral de la sabiduría
Volveremos a ser un país de tornillos que sufren y tuercas que los aprietan.
Svetlana Aleksiévich
Juan José Rodríguez Prats.- La necesidad de contener el poder es un clamor globalizado y, en nuestro país, cada vez más persistente y sonoro. Me permito transcribir una reflexión genial de Raymond Aron, gran pensador del siglo XX: “La única moral que supera a la moral del combate y de la fuerza es una moral a la que yo llamaría moral de la sabiduría que se esfuerza no solo por tener en consideración todas las particularidades concretas de cada caso concreto, sino también por no descuidar ninguno de los argumentos de principio y de oportunidad, por no olvidar ni la relación de las fuerzas ni la voluntad de los pueblos”.
Hay ciclos en la vida política en que se percibe un buen ánimo en la gente, hay estabilidad, buena gobernabilidad y una esperanza de alcanzar mejores niveles de bienestar. Hace más de 50 años, Gabriel Almond y Sydney Verba midieron la cultura cívica de varias naciones. Esto es, el conjunto de actitudes y creencias que dan orden y significado a un proceso político. Se empezó a hablar del capital social; es decir, la calidad en cuanto a preparación y conducta de la sociedad en su conjunto. México no fue mal calificado. Sin ser considerado una democracia, se le percibía como un gobierno en transición con avances mensurables. Hoy se nos considera como un régimen híbrido: ni democrático ni autoritario, con serias amenazas de retroceso.
¿Qué hacer? Aquí entra la acertada recomendación de Raymond Aron. La globalización, la pandemia, la inseguridad y, sobre todo, la lucha por el poder hace de nuestra época un ciclo de decisiones que nos marcaron por varias generaciones. Grave irresponsabilidad sería no percibirlo.
El mismo autor tenía un lema: “Sin ilusiones y sin pesimismo” y desde ese enfoque podemos afirmar que nuevamente hemos fracasado en nuestro anhelo de democratizar nuestra nación. Asumir ese hecho corresponde a una moral de la sabiduría y, por lo tanto, debemos ponderar en qué institución recae la tarea de corregir el rumbo. No tengo ninguna duda: en nuestras asambleas parlamentarias. Nuestra más grave carencia es la capacidad para deliberar.
El tema hoy, en todas las naciones, es si se puede hacer política con ética. El populismo, con su notable empuje, niega vinculación alguna, ese es su principio de identidad. Trump, Putin, Bolsonaro y muchos más son los más conspicuos ejemplos. La pregunta entonces es la misma desde hace siglos, ¿de qué ética hablamos?
El pensamiento de Aron coincide con Weber: La ética de la responsabilidad. Aristóteles hablaba de virtudes; Kant, de deberes; Jeremy Bentham de lo útil. A mi juicio, lo más importante en un funcionario público es que precise sus deberes y se esfuerce por cumplirlos. El primero de ellos es preservar de la mejor manera la institución de la que se ha asumido el mando, conservar lo que le ha sido entregado en calidad de custodio. Esa es la característica esencial de la democracia, que es un sistema político sustentado en deberes. Los grandes gobernantes no trascienden por grandes propósitos o planes, sino por asumir y cumplir sus deberes, una obviedad. Ni largas listas ni complicados proyectos para detectarlos. Los impone la circunstancia y lo exigen los pueblos. Claro que para cumplir esas obligaciones se requieren virtudes. El deber es un bien que obliga.
En resumen, una política sin ética no es política y una ética sin política no es ética. Me emocionó la reflexión de Volodímir Zelenski: “No quiero mis fotos en sus oficinas. El presidente no es un icono, un ídolo o un retrato”. En su lugar cuelguen la foto de sus hijos y mírenla cada vez que tomen una decisión”. El líder ucraniano, en otras palabras, señala que las nuevas generaciones son la conciencia que nos exige la preservación de lo bueno y la corrección de lo malo.
Es hora de retornar a lo sencillo y el único medio es enalteciendo nuestra capacidad para deliberar.