Brega de eternidad
Esther Quintana.- Con toda mi admiración y respeto a don Manuel Gómez Morín.
El 19 de abril de 1972 falleció un mexicano excepcional, de esos que se dan cada mil años. Acaban de cumplirse esta semana 50 años de su partida. No hubo conmemoraciones ni menciones por ello, pero eso no le resta una décima al hombre fuera de serie que fue. Me refiero a don Manuel Gómez Morín, el fundador de Acción Nacional. Al margen de colores partidistas, don Manuel fue un visionario, un estadista que le hizo mucho bien a nuestro País. El historiador y académico mexicano Javier Garciadiego dice, refiriéndose a este ilustre compatriota: “Hombre de prestigio en los ámbitos financiero, universitario y político, pero cuya biografía sigue siendo desconocida en su plenitud y complejidad”. “…Manuel Gómez Morin es uno de los pocos constructores auténticos del México moderno: su influencia supera, sobradamente, la de muchos héroes y prohombres sobrevalorados”. A mí, particularmente me siguen deslumbrando su brillante inteligencia y su humildad, dos prendas que no es común encontrarlas reunidas en una sola persona. Don Manuel las poseía. Fue egresado y rector de la UNAM, fundó y dirigió el Banco de México, a sus 28 años era el presidente del Consejo de esta institución. Le transcribo, estimado lector, lo que le expresa a José Vasconcelos en una misiva, refiriéndose a su nombramiento: “Naturalmente, la nueva designación me obliga a trabajar como burro y, como no está remunerada, mi despacho está resintiendo las consecuencias. Pero el honor es positivamente enorme, las posibilidades de hacer cosas útiles son ilimitadas y yo estoy de verdad muy agradecido por la oportunidad que se me ha dado de intervenir activamente y ya sin el lirismo de discursos, en la vida económica de México”.
José Vasconcelos había dejado el País desde mediados de julio de 1925 por sus diferencias con el general Álvaro Obregón, con quien había estado a cargo de la Secretaría de Educación, y vaya que dejó huella. Don Manuel respetaba profundamente a Vasconcelos. Gabriela Mistral, la brillante maestra chilena, le escribe a Gómez Morin: “En ausencia de Vasconcelos queda usted, Gómez Morin. No es lisonja, por qué había yo de decirle floreos mentirosos a esta distancia, por encima del Pacífico. Queda usted, lleno de conciencia, rico de talento, pero sobre todo de pureza, porque los inteligentes abundan en nuestro continente y si para algo sirven es para desacreditar la inteligencia como factor moral. Un justo no puede redimir, Aquel que quiso hacer eso solo, aunque era Dios, no lo pudo; pero usted puede guiar a los menos manchados e ir formando entre sus discípulos a los jóvenes que su patria necesita con una urgencia mortal, los generosos y los limpios que salven la democracia mexicana”. Garciadiego apunta que sin duda la afinidad más profunda que existía entre Vasconcelos y Gómez Morín era que “ambos deseaban un país democrático dominado por el espíritu; esto es, rico en cultura y a la vanguardia en educación”, y cierra su comentario: “Hoy, varios decenios después, al iniciar un nuevo siglo, el reclamo por mayor democracia y mejor educación sigue vigente. Y coincido, y me duele como mexicana, como mujer pensante, como ciudadana, lo digo con todas sus letras.
Manuel Gómez Morín, como lo escribiera el novelista veracruzano Rubén Salazar Mallén, tuvo un gran defecto, y fue el no estar de acuerdo con los poderosos, el no rendirles vasallaje a los “amos” del poder público. Y eso le costó, no obstante su gran valía, el ser excluido implacablemente de la vida pública. Y aun con todo esto fundó, contra viento y marea, un partido político que por décadas fue esperanza y depositario de la confianza de muchos mexicanos que creemos que la democracia se construye en cada pueblo con la participación de todos, sin divisionismos, con generosidad, con alto sentido de responsabilidad, con nuestras luces y con nuestras humanas sombras, pero unidos en la esencia, que es el amor a nuestra tierra, a la única patria que tenemos. Hay ocasiones en que quisiera mandar a paseo esta pasión, estas ansias alimentadas en la constancia de un sueño que se niega a morir en mi corazón, y entonces vuelvo a Gómez Morín, a remembrar su obra y su devoción por México y recojo mis bártulos y me digo a mi misma, ya sabías que esto es brega de eternidad. Hasta siempre, don Manuel.