Las locuras del emperador
Marcos Pérez Esquer.- Como tratando de rescatar el modelo de “la presidencia imperial” a la que se refería Enrique Krauze, para calificar a la del periodo del PRI hegemónico, Andrés Manuel López Obrador se conduce más como Emperador que como Presidente.
Sus arrebatos autoritarios, casi dictatoriales, son cada vez más frecuentes; ahí están esos por los que se resiste a acatar la ley, o incluso ordena incumplirla (recordemos el “decretazo”, o el memorándum para no aplicar la ley de educación, por ejemplo), y hasta declara que no le vayan a salir con eso de que “la ley es la ley”, pero también muchos otros en los que amenaza, ataca denosta a diestra y siniestra a quienes considera sus adversarios, sean políticos de oposición, periodistas, intelectuales, activistas, o lo que sea.
Ahí están también sus enfrentamientos con otros poderes y organismos del Estado mexicano; sus maniobras para capturar a la Suprema Corte; sus ataques al Instituto Nacional Electoral; sus denostaciones al INAI; su abordaje, a través de colocar a incondicionales, en órganos reguladores; etc., etc., etc. Para decirlo rápido, ahí están sus intentos, unos más exitosos que otros, pero ahí están sus intentos por concentrar absolutamente todo el poder.
También a través de sus propuestas de reformas legales pretende concentrar poder. Lo ha hecho ya en múltiples ocasiones, pero destaco dos ejemplos: la reforma para concentrar el control de la industria eléctrica en la paraestatal CFE, y el anuncio de reforma electoral, por la que pretende debilitar a la oposición quitándole espacios en el Congreso reduciendo la representación proporcional, o mermando el financiamiento al sistema de partidos.
Sus desplantes autoritarios pues, desde hace tiempo son más que evidentes; el problema es que están siendo cada vez más frecuentes y más disparatados. El Emperador parece estar perdiendo los estribos, y la cordura. No soporta la idea de la derrota política. Así quedó claro el domingo pasado cuando, tras la votación de la reforma constitucional en materia de energía eléctrica, en la que, al no conseguir las dos terceras partes de los votos en San Lázaro, hubo de desecharse, y acto seguido, hizo llegar otra propuesta de reforma, esta vez de nivel legal, en la que planteó una supuesta “nacionalización” del litio, del que nuestro país a la fecha no ha explotado un gramo, ni tiene reservas probadas, sino meras especulaciones.
Viendo que no alcanzaría la votación necesaria para sacar adelante la reforma eléctrica, de manera intempestiva, ordenó el envío de esta iniciativa de reforma a la Ley Minera, ese mismo día domingo ya casi a la medianoche. La intención parece obvia, instruye a sus legisladores a aprobar esta ley en menos de 48 horas, para empatar los cartones, para simular que no fue derrotado, que ganó algo importante.
Lo cierto es que el asunto tiene menos importancia de la que se dice. Tan es así, que basta leer la iniciativa para ver que la elaboraron sobre las rodillas esa misma noche: la exposición de motivos fue plagiada de un artículo de divulgación escrito por Jaime Cárdenas; los preceptos fueron redactados sin cuidar la más elemental técnica legislativa; y el fondo del asunto, devine claramente inconstitucional. Pero la aprobación del proyecto, le permitió salir a decir que había “nacionalizado” el litio, cuando en realidad ya era nacional desde la independencia de México.
Como sea, esto no le bastó para serenarse y ordenó a sus huestes, emprender una campaña de odio contra quienes le votaron en contra la reforma eléctrica tildándolos de traidores a la patria. Nueva locura. La traición a la patria es un delito así tipificado por el Código Penal, en el que no encaja en absoluto la conducta de quien, simple y sencillamente opina diferente al Emperador.
Parece ser que la derrota estrepitosa que la oposición le propinó este domingo, sumada a la que la sociedad le asestó el domingo antepasado desdeñando su convocatoria a “ratificarle” el mandato, lo han descolocado a grado tal que su reacción raya en la locura.
Con su innegable olfato y habilidad político-electoral, seguramente está leyendo el cause de los nuevos tiempos en los que su voz hegemónica empieza a menguar. Está de por medio su lugar en la historia. Quien se percibe a sí mismo como un nuevo héroe nacional que transformaría a México, podría pasar a la historia como un presidente más, entre mediocre y malo. Como sea, su frustración lo está llevando a exacerbar eso que él sabe hacer muy bien: dividir a los mexicanos mediante el discurso de odio. Quizá ya vaya siendo hora de dejarlo con sus fantasmas, y emprender nosotros, la sociedad, un camino para la reconciliación nacional.