Hablemos de la oposición que edifica
Esther Quintana.- En el artículo 41 de nuestra Carta Magna se establece que “los partidos políticos tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática”, por ende, son los instrumentos creados ex profeso para ello. Se trata de personas jurídicas que forman y expresan la voluntad del sector de la población que se identifica con ellos.
No todos los mexicanos pensamos igual, es un hecho irrefutable, entonces a quienes les corresponde canalizar las voces disidentes, en el marco de la legalidad, contra un gobierno, es precisamente a los partidos políticos. Y esta es una de las principales responsabilidades de los partidos de oposición.
La oposición es un elemento primordial en una democracia. Este cambio de paradigma, mejora la calidad democrática y se convierte en un instrumento generador de sinergias porque influye en la maniobrabilidad del Poder Ejecutivo. Si queremos realmente conocer la salud democrática y sus niveles de estabilidad, tenemos que volver la vista a la calidad de la oposición manifiesta.
¿Qué visión abandera el gobierno actual?, ¿qué oposición tenemos en México para encararlo? Apuntaré a la primera interrogante, que hay un amplio debate sobre ella. Y en cuanto a la segunda, el hecho es – tristemente – que los partidos opositores carecen de una visión coherente, articulada y ad hoc con la problemática que estamos viviendo hoy día. Y en mucho se debe a que estas instituciones siguen casadas con una práctica que está más que demostrado que no es la idónea para gobernar una nación, sobre todo una tan plural como la nuestra, porque somos muchos Méxicos en uno.
¿A qué me refiero? A que presentan en campaña candidatos y candidatas “carismáticos”, crecidos a la sombra de la mercadotecnia electorera, en lugar de liderazgos sustentados, en una lógica, como apuntaba Max Weber, racional-legal, que vaya por la institucionalización y la democratización, pero a fondo. ¿Tiene la oposición líderes de este tamaño? Claro que los tiene, pero los desdeña. Prefiere exhibir las miserias de muchos y muchas, que para lo único que han servido es para que la confianza y la credibilidad del electorado los mande a… adonde usted ya sabe.
Es NECESARIO que acaben los cacicazgos partidistas, es esencial que se garantice la movilidad ascendente de sus militantes, que se promueva la meritocracia, que se impulsen la enseñanza democrática y la formación política fundadas en el diálogo, la tolerancia, en el consenso, en lugar del conflicto y la división. Es complicado, por supuesto que lo es, pero también insoslayable que la oposición presente a los mexicanos una oferta político-programática capaz de llevar al plano nacional el debate de la economía, de la salud, de la educación, de la inseguridad pública, entre otros problemas enormes que nos agobian, o no tiene nada que hacer.
En la realidad que hoy discurre nuestro país, está dificilísimo que México cumpla una sola de las metas de los Objetivos del Desarrollo Sostenible; para empezar la pobreza va en aumento, no hay forma con el actual estado de cosas que se erradique en 2030, como tampoco hay visos de que se reduzca la mortalidad infantil y la violencia de género, ni que prospere el cuidado del agua, cada día hay más contaminación a la misma… entre otras.
Asimismo, la labor de la oposición, a más de gobernar, es inspeccionar muy de cerca al gobierno en turno, controlar su actuación, convertirse en contrapeso, en alternativa, en denunciar judicialmente cuando haya lugar.
La buena oposición es aquella que aporta crítica constructiva. Los insultos y las descalificaciones no sirven para NADA. Nuestro país lo que necesita es aprender a dirimir sus diferencias con el respeto por delante, sin polarizaciones, sin imposición de posturas radicales, pero sí con diálogo y disposición para la cimentación de un desarrollo social y humano que a todos nos mejore la vida. Esto es clave para el fortalecimiento de la democracia.
El odio y la inquina para lo único que han servido a lo largo de los siglos, es para destruir y violentar la existencia del hombre.