A pesar de los daños, prefieren a Morena
Salvador I. Reding Vidaña.- Si el país va mal, si cada vez hay más pobres, incluyendo familias con pobreza alimentaria, extrema, falta de medicinas, pérdida de empleos, gravísima inseguridad pública y dispendio en obras faraónicas, división entre mexicanos, y mucho pero mucho más negativo del presidente morenista y su partido Morena, las preferencias electorales les favorecen, y por mucho. Y aún con muy malos candidatos, lo cual se ve que no importa a muchos ciudadanos: votarán por Morena, dicen, en 2023 y 2024. ¿Por qué?
El asunto no es nada sencillo, y las razones son diversas. Lo mismo ha sucedido y sucede en otras naciones, que aprueban y votan candidatos cuya política será (y es luego así) contraria al bien común de sus países. No es un fenómeno mexicano, lo es humano. Quizás la principal razón es el éxito que históricamente ha tenido lo que llamamos populismo. Muchos líderes populistas en el mundo son convertidos en ídolos sociales, admirados, queridos y apoyados. Y aún después de que muestran sus malas políticas y fracasos, millones de sus ciudadanos siguen admirándolos y apoyándolos, en promoción solidaria y en votos electorales.
A este respecto, es importante señalar, contrariamente a lo que muchos piensan, que quienes se hacen y permanecen como admiradores de malos políticos, muchos de ellos no son ni idiotas, ni iletrados, ni desinformados. Muchos los apoyan, aunque también muchas veces no los vean como “buenas personas”, porque les creen lo que dicen. Y les creen independientemente de la realidad en que viven.
Por supuesto que, tal como Andrés Manuel ha reconocido varias veces, su apoyo está principalmente en población de baja escolaridad, de bajo perfil económico, y esperanzados en redentores que les dicen y ofrecen lo que quieren escuchar. También es cierto lo otro que dice Andrés Manuel, que, entre las personas con mayor nivel de educación, se encuentran quienes rechazan lo rechazan. Son personas mejor informadas, al tanto de las noticias, y en especial de información política y económica. Si el país va mal, lo saben y se preocupan. En cambio, las personas de baja escolaridad y bajo nivel de vida, no se preocupan por saber qué pasa con el país, y lo que vean les parece que eso no es problema suyo, es de otras personas, como los ricos.
Pero aún entre gente de buena educación, como es la universitaria, y con acceso a la información, hay quienes se dejan llevar por el canto de las sirenas del líder populista y sus cercanos y partidos o grupos políticos. Un gran ejemplo, es el de un país con ese perfil ciudadano educado, que se dejó embaucar por un populista que, exaltando su nacionalismo, los convenció de apoyarlo tanto electoralmente, como en sus medidas tomadas desde el poder, y hasta para ir a guerra. Me refiero a Alemania y Hitler.
Una bien conocida característica humana, es que las personas toman sus decisiones más que nada por motivaciones emocionales, y no por razonamientos. Cuando la emoción predomina, en especial ante el discurso político, las razones son desdeñadas. No es, claro, un caso único, pero sí muy generalizado. Y la emotividad predomina en decisiones de todo tipo, no solamente en materia de preferencias y apoyos de política. Cuando observamos el apoyo ciego a un populista, y nos decimos que “cómo es posible que no vean lo falso, lo negativo y la famosa terca realidad”, estamos olvidando el proceso de toma de decisiones de preferencias y amores de todo tipo de la persona humana.
Y por la misma mecánica (llamémosla así) para decidir más con el corazón o el vientre, que con la cabeza, es que las personas tienden a confiar más en las palabras, los discursos, declaraciones y sobre todo promesas del populista, que como digo expresan lo que quieren, consciente o inconscientemente escuchar, que sobre los “hechos” de la realidad en que viven y el futuro que pueden esperar.
Las personas que se dejan embaucar por los dichos (las narrativas, les dicen ahora), se niegan a reconocer lo falso de todo eso y de la imposibilidad de las promesas de campaña y hasta de los daños si las llevan a cabo. Eso, además, y es muy incisivo en los desprecios, acusaciones e injurias contra los adversarios políticos del populista y sus seguidores.
Y si forzosamente se enfrentan al desastre creado en la administración de gobierno fallida del populista, lo siguen apoyando, es por otra causa profundamente emotiva: el amor propio. Cuando alguien “pensante” se ha dejado embaucar por el populista, le cuesta mucho trabajo reconocer que se dejó engañar, manipular. Eso es una forma de soberbia. Y vale tanto para el apoyo e identificación política como para la vida afectiva. Un enamorado que ve que se equivocó con la persona que le pintó una personalidad, calidad humana, sinceridad amorosa de maravilla, tiene al frente una humillación que daña su propia imagen. Es decir, que es un asunto general del ser humano. Vale también hasta para el auto que compró creyendo la publicidad y que le resultó un fiasco.
Desmentir mentalmente al populista en el poder, ya habiendo hecho mucho daño al país, aunque no le afecte personalmente (o crea que no le afecte), es un proceso emocional muy difícil de aceptar. Por eso muchas veces, a pesar del desastre del gobernante populista, muchos le seguirán apoyando en votos y hasta en las conversaciones de amigos y familiares. La soberbia, un amor propio mal entendido, hace que el ciudadano insista en su error de preferencias políticas, sabiendo que ya le fue mal, y que probablemente eso no va a ceder. Y se niegan a apoyar a otros políticos a quienes desdeñaron por el discurso que aceptaron del populista.
Y aún hay más, mucho más sobre este tema. Para un ciudadano activo en política de partido, o de organizaciones sociales que busquen revertir, en lo posible, la fuerza política del populista, el “qué hacemos ahora” se vuelve una enorme preocupación, muy justificada. Volveremos sobre este tema: qué se puede hacer por ciudadanos responsables.