¿De verdad, la patria es primero?
Esther Quintana.-
“Nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya”. Lucio Anneo Séneca
Michael Grant Ignatieff, escritor, académico y ex político canadiense, escribía en su libro de memorias familiares publicado en 2009 que: “Un país empieza a morir cuando la gente piensa que la vida está en otra parte y empieza a irse. Empieza a morir cuando el orden se desintegra, cuando la gente deja de creer en sus conciudadanos o en su gobierno. En un país que está de verdad vivo, las leyes se respetan no exactamente por el miedo al castigo sino también por nuestra adhesión a los valores y las tradiciones que las leyes protegen. Si esta adhesión se desvanece, si la obediencia se reduce al miedo, alumbra el caos o la tiranía”. Desde esta perspectiva pues hace mucho tiempo que nuestro país está en severos problemas, y hoy, verdaderamente exacerbados. Pregunto, para no divagar en subjetividades ¿cuántos y desde cuándo, muchos mexicanos han decidido hacer su vida del lado norteamericano, no obstante que allá no nos quieren, salvo para realizar labores que los de aquel país desdeñan?, ¿se respetan las leyes en nuestro país?, ¿observamos el orden jurídico establecido? –aquí el deporte favorito es burlar la ley y que no te agarren-, ¿usted confía en sus gobernantes? –muchos no saben ni siquiera el nombre de sus “representantes” y menos, pero mucho menos, sus funciones-, ¿usted tiene la certeza de contar con la solidaridad de sus vecinos cuando de encarar los abusos de la autoridad se trata?, ¿cuentan con usted ellos?
¿Usted ama a México?, ¿o solo lo ama durante el mes de septiembre? Cuando se ama a alguien se asume uno como responsable de cuidarlo y salvaguardarlo para que nada lo dañe, igual es cuando ama uno a su tierra. Es tener conciencia de la relevancia que conlleva nuestra participación en los asuntos de la comunidad a la que pertenecemos, precisamente por eso. Indignarnos cuando las cosas van mal y luchar para encausarlas. Amar a nuestro país es tener la certeza de que nuestra intervención aunque sea tan pequeñita como un grano de arena, abona a su prosperidad. Ser patriota en estos tiempos implica estar en discusión permanente con quienes están acostumbrados a tragarse la patria a dentelladas y que no les pase nada y atajarles el camino con argumentos y con acciones inteligentes y concretas.
Apunta Ignatieff que: “Ser ciudadano… es imaginar los sentimientos de quienes no creen lo que creemos. Tenemos que entrar en estos sentimientos para mantener el país unido”. De ese tamaño es la responsabilidad. Todo lo demás es palabrería inútil. Ser patriota de a de veras implica empeñarnos día a día en entendernos a pesar de nuestras naturales diferencias. Trabajar en serio por la empatía demanda voluntad, constancia, humildad y mucha inteligencia, pero es lo que puede salvarnos de la división que se alimenta en la arenga consuetudinaria que ensordece al país a mañana, tarde y noche. Igual que usted y millones de mexicanos estoy harta de la indolencia y la indecencia de la élites gobernantes, de todos los colores, que han llegado al poder a llenarse hasta el buche de billetes e incumplido el oro y el moro que prometen cuando andan pidiendo el voto, y volviéndose de espaldas ante la devastación que han ido dejando y expandiendo su mezquindad, su avaricia, y la impunidad que los arropa. Y no requiere mucha ciencia, solo recorrer México para ver el tamaño de la realidad que nos agobia. Regiones enteras hundidas en la ignorancia y en la corrupción, barreras infranqueables para aspirar a exterminar el desgraciado subdesarrollo material e intelectual. He tenido la fortuna de viajar y al hacerlo puedo comparar la realidad de mi país con la de otros, donde viven hombres de carne y hueso, ningún marciano ni habitante de Saturno, y me pregunto ¿y por qué en mi país no tenemos educación de PRIMERA, igual que en Finlandia, verbi gratia? Allá el niño de Helsinki y el que vive en lo más recóndito de Laponia recibe exactamente los mismos conocimientos. ¿Y por qué los servicios de salud no son como los que se prestan en Francia? El sistema de salud en Francia tiene una cobertura universal, con provisión de servicios mixta (pública y privada) a todos los niveles. ¿Cómo hemos permitido que tantos infelices envilezcan nuestra patria en su propio beneficio? “La indiferencia es una forma de pereza, y la pereza es uno de los síntomas del desamor. Nadie es haragán con lo que ama”, apuntaba el escritor inglés Aldous Huxley. Nuestro país está enfermo de indiferencia, lo gritan los índices de abstencionismo. Vuelvo a Ignatieff, en su libro “Sangre y pertenencia” alerta de los peligros del nacionalismo “cuando éste se convierte en una fuerza excluyente que antepone las raíces a los valores y cuyo objetivo es resaltar las diferencias”. La pregunta obligada es si cabe un nacionalismo que busque otra cosa que no sea excluir. Así estamos.