Y sí, tenemos que defender nuestra democracia
“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”: José
Saramago
Los movimientos sociales no son tema contemporáneo, son muy antiguos. En la vieja Grecia y en Roma, verbi gratia, fueron impulsados por esclavos. ¿Se acuerdan de Espartaco? Y después en la Edad Media surgieron en contra de los abusos de los señores feudales, contra el exceso de poder y contra determinadas leyes. Expresa el doctor Miguel Ángel Ramírez Zaragoza en el libro Movimientos sociales en México y América Latina, coordinado por Aguilar García que: “Los movimientos sociales siguen siendo actores que reivindican el respeto y garantía de los derechos ya existentes, pugnan por la no regresividad o pérdida de los mismos y participan en la creación de nuevos derechos —derechos emergentes— como parte de las exigencias de los diversos grupos de la sociedad, que cambian en la medida que cambian las sociedades mismas”.
Las causas que los generan pueden ser de tres tipos, incluso contribuir en conjunto. Por un lado están las estructurales, léase, tensiones que se incuban en el marco de una determinada sociedad, y que alimentan gradualmente la alienación, la frustración, el resentimiento o la sensación de inseguridad e indefensión. Luego, las coyunturales, es decir, crisis agudas que hacen evidente el estado de malestar. Y las detonantes, que se refieren a aquellos acontecimientos (promulgación de leyes, alocuciones públicas, accidentes, eventos noticiosos, etc.) que rebasan la capacidad de aguante y conducen a la necesidad de buscar alternativas. Hoy día el internet y las redes sociales han entrado a distintas áreas de nuestra cotidianeidad.
Los movimientos sociales no han sido ajenos a esta circunstancia. En la actualidad con un clic, la información seleccionada puede llegar a un número inimaginable de personas en todo el mundo. Los jóvenes son los que mayormente usan estos nuevos instrumentos, celulares, computadoras, tabletas. Antes, por ejemplo en el movimiento de 1968, la comunidad estudiantil repartía volantes, hojas impresas en mimeógrafos. Eso ya es historia. Y este preámbulo obedece precisamente, a que parece que al fin, la sociedad mexicana de estos días, está empezando a desperezarse, y asume la postura que su nacionalidad y su ciudadanía les tiene reconocida desde tiempo atrás en la Constitución de la República.
Y han decidido hacerse cargo de su investidura de dueños de este país y reclamar lo que por derecho les corresponde. Todo indica que han llegado a la conclusión de que el papel de protagonistas de su propia historia es mejor que el de mirones de palo. La democracia en nuestro país no está pasando por sus mejores días, y con esto no quiero decir que hasta antes del presente gobierno esto fuera jauja, pero de plano lo que estamos viendo hoy es cómo se fortalece el ascenso del populismo y se desdibuja la incipiente democracia que tenemos pegada con chinchillas.
Y es que la calidad de la democracia depende en mucho de la presencia permanente en la vida pública de las realidades que viven los ciudadanos y del respeto de sus derechos. Democracia no significa solo soberanía popular, deliberación pública, designación de representantes; también se traduce en atención a todos, en consideración explícita de todas las condiciones. Hoy la representación que se supone hemos delegado a los gobernantes, legisladores y partidos políticos, está dolorosamente erosionada. Los ciudadanos somos seres invisibles en la esfera pública, nuestros problemas no son tomados en cuenta y por ende discutidos, y mucho menos resueltos.