El suicidio de López Obrador
Juan José Rodríguez Prats.- Su trayectoria política pudiera calificarse como la de un enorme desperdicio. Escribo, no como analista ni desde una trinchera partidista, lo hago como tabasqueño y con un profundo dejo de tristeza. Saliendo apenas del agua, como dijera nuestro poeta Pellicer, nos trasladamos a la altiplanicie y naturalmente nos mareamos.
En política, uno nunca acaba de conocer a los seres humanos que la practican. Y no es cierto que nuestro estado haya aportado al país grandes personajes en este terreno. Considero que los más relevantes han sido Tomás Garrido Canabal (secretario de Agricultura y Fomento durante escasos meses en 1935 en el gobierno de Lázaro Cárdenas), Carlos Alberto Madrazo Becerra (presidente del PRI en 1965 sin llegar a cumplir un año en el cargo) y Andrés Manuel López Obrador, actual Presidente de México. Se pueden escribir muchas páginas de su desempeño en estos cuatro años, pero no de que ha hecho un buen gobierno.
Su personalidad le ha impedido conducirse con sensatez. Tiene una desbordada pasión para sobrestimarse, lo cual genera, desde luego, soberbia. Le fascina pelear y lo viene haciendo contra todos los mexicanos que no coinciden con él, pero de manera particular contra quienes escriben, quienes dejan testimonio, los cuales dirán la última palabra en el veredicto que se le dé a su sexenio. Comete el mismo error de Luis Echeverría, quien se echó encima al grupo de intelectuales que se encargaron de juzgarlo. En ese sendero camina nuestro paisano.
Su capacidad de autoengaño no le va a alcanzar para no percibir las monumentales equivocaciones en las que ha incurrido. Pretender una reforma antidemocrática ha sido la gota que derramó el vaso. La manifestación ciudadana del pasado domingo es un hito insoslayable de nuestra tortuosa transición hacia un auténtico Estado de derecho.
Por eso, quienes lo hemos tratado, aun sabiendo de la escasa probabilidad de que nos haga caso, insistimos en pedirle que no se suicide y retire la iniciativa tan severamente criticada. Que se olvide de su plan transexenal y que se desprenda de esas entelequias denominadas “Morena” y “4T”.
Estoy convencido que en el mundo ya inició un proceso político cultural que está decantando un nuevo prototipo de líder. Dadas sus varias afinidades, López Obrador debe verse en el espejo de Trump, Putin, Bolsonaro, tres populistas derrotados por los hechos. La política se hace a tiempo o se torna obsoleta y letal. Los grandes estadistas son quienes asumen los retos porque ante la presión, actúan en consecuencia y no quienes tienen un arraigado anhelo de victimizarse.
Desde luego que es difícil dar un giro, transcurridos ya dos tercios del gobierno. Por lo pronto debe dejar de regodearse con lo que le dicen las encuestas sobre la evaluación de su gobierno. Todos sabemos de la artificialidad de esos ejercicios y de quienes aprueban su gestión. Su popularidad obedece a los programas clientelares instrumentados con ese propósito a través de recursos públicos descomunales. Bastaría revisar cuáles son sus prioridades en la asignación de recursos en el Presupuesto de Egresos para confirmar el culto a la personalidad.
Es verdaderamente lamentable que ni siquiera se aprecie la trascendencia de los acontecimientos mundiales. Su autoaislamiento de los eventos internacionales tendrá consecuencias perjudiciales para nuestro país. El manejo de la política energética, quizá la de mayor importancia en este siglo, está depositada en una persona sumamente limitada. Tal decisión resulta inconcebible.
Ciertamente, es difícil rescatar una administración tan negligente como la actual. Sin embargo, por solidaridad con el paisanaje, soñamos con que se haga un poco de autocrítica para enfrentar los tiempos que vendrán. Como dijo alguien, “la situación global nunca ha sido tan compleja”. Al menos, que escuche la recomendación del papa Francisco: “La unidad es superior al conflicto y el todo es superior a las partes”.