México en do mayor: la marcha del domingo 26 de febrero
POR ESTHER QUINTANA SALINAS.- El Instituto Edelman Trust publicó hace unas semanas el Barómetro de Confianza Global 2023. Se trata de una encuesta cuyo objetivo principal es analizar el nivel de confianza de la ciudadanía en sus gobiernos, medios de comunicación, empresas y organizaciones de la sociedad civil. ¿Qué encontraron en esa muestra? Por un lado, una tendencia global de polarización, ausencia de confianza en las instituciones públicas, una preocupante división social y falta de liderazgos. ¿Cómo salió México en ese ejercicio? Menos de la mitad de los mexicanos confían en el gobierno. Se acusa el riesgo de una polarización extrema debido al pesimismo económico, la desigualdad, la falta de identidad compartida y la desconfianza en el gobierno. Y si esto lo vinculamos al reporte 2022 de la organización Transparencia Internacional sobre la corrupción, nuestro país está estancado en los más altos niveles de percepción de corrupción. Ocupamos el deshonroso lugar 126 de 180 países enlistados. El reporte en comento subraya por enésima vez la falta de determinación en acciones decisivas para combatir la corrupción y fortalecer las instituciones, lo que repercute en el desarrollo, en la seguridad y, sin duda alguna, en la democracia.
Y entro al punto toral de estas reflexiones que usted me hace favor de leer. La democracia, por principio, en nuestro país sufre de anemia perniciosa y así se ha mantenido para desgracia de quienes soñamos con un país en el que, más allá de lo electoral, ésta se tradujera en un sistema que promoviera y permitiera el respeto irrestricto de los derechos fundamentales de todos los que aquí vivimos, en el compromiso fehaciente del gobierno con la generación de oportunidades que nos convirtieran en una sociedad desarrollada parejo, en la observancia por convicción y sentido común del orden jurídico, en la formación de valores de igualdad, tolerancia y respeto. La democracia así entendida se convierte en una forma de gobierno justa y ad hoc para vivir en armonía, se vuelve vigorosa porque se nutre de su elemento más rico: la participación de la ciudadanía. Es este el elemento por excelencia que materializa los cambios que una nación requiere para ser grande en beneficios para su población. El diálogo abierto y permanente entre gobernantes y gobernados se da y entonces se conjuga en plural, no desde la unilateralidad del mandatario. Es toda una cultura que en este país no existe.
En el Índice de la Democracia publicado el año pasado por la Unidad de Inteligencia Económica de The Economist, con base en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles, México se ubica en un régimen híbrido… gulp… Una categoría que incluye a países con un estado de derecho debilitado, presiones gubernamentales y altos niveles de corrupción. El puntaje más bajo lo tenemos en el ámbito de la cultura política, compuesto por factores como el nivel de consenso sobre una democracia estable y la relación entre desempeño económico y nivel democrático. Estas mediciones no son ni pretenden ser verdad de sangre, pero sí abstracciones de una realidad compleja que permiten visualizar el riesgo político, institucional y democrático que hoy enfrentamos. La falta de confianza en el gobierno de millones de mexicanos, la alta y generalizada percepción de corrupción y el deterioro de las instituciones, dan como resultado un desgaste sostenido de nuestra de por sí enteca democracia.
Y hoy, que por fin parece que la ciudadanía nos está emergiendo a los mexicanos, con la defensa al Instituto Nacional Electoral (INE) y a nuestro sufragio, la respuesta del régimen es una andanada de epítetos que brotan del “florido vergel” de la bocaza del presidente en turno: franquistas, pinochetistas, hipócritas, racistas, clasistas, taimados, mezquinos, conservadores, fascistoides, simuladores, corruptos y oligarcas, entre otras “lindezas”. Hágame el re favrón cabor. Permiso don Armando.
Los convocantes, tanto de la manifestación del 13 de noviembre como la de mañana domingo 26 de febrero, son ciudadanos y ambas son organizadas por ellos. ¿Qué derecho le asiste al Presidente para insultar así a sus mandantes? Estamos ejerciendo derechos fundamentales reconocidos en la Constitución de la República. No violentamos ninguna ley. Nomás faltaba seguir perdidos en el limbo de la indiferencia que tanto daño le ha infringido a México y es causa y motivo principal de que por décadas lleguen al poder sinvergüenzas, inútiles y perversos. A todas luces quiere desvirtuar el espíritu de la manifestación en 80 ciudades de la República y el extranjero, ahora con la mentira de que es para defender a García Luna. ¿Qué carajos tiene que ver eso con manifestar que no estamos de acuerdo con su empecinamiento de hacer del INE una institución inservible y que las elecciones se hagan como en el pasado? Un pasado del que proviene su “aprendizaje”, con todo su lastre de porquería, y al que se aferra porque es el que le garantiza la permanencia hasta la consumación de los siglos en el poder, per se o por interpósita persona. ¿Más hegemonía? No, no y no.
Celebro este despertar ciudadano. Al fin han entendido millones de mexicanos que este es el camino para que México sea nuestro y nunca, pero nunca más, de ningún gobernante y de ningún partido político.Quitar imagen destacada