La defensa de los transexuales… ¿los qué?
Salvador I. Reding Vidaña.- Los casos sociales, mediáticos y políticos sobre el trato o maltrato, el reconocimiento o desconocimiento de las personas que se dicen transexuales, y los alegatos de sus supuestos “derechos” se estrellan, aunque no se quiera reconocerlo, con una realidad de absoluta certeza médica: es imposible cambiar de sexo. En el más estricto sentido, la transexualidad es de transformación del cuerpo, no de la psique. Quienes alegan ser transexuales lo alegan respecto a su cuerpo.
¿Qué es una persona considerada transexual? Es aquella que, en base a determinadas cirugías y tratamientos hormonales, aparenta haber cambiado su cuerpo de sexo. Pero eso nunca ha sucedido ni puede pasar conforme al estado actual de la ciencia médica. Se eliminan determinadas partes de la anatomía sexual de una persona y se intenta poner o construir alguna, pero nunca se termina de cambiar de sexo. La anatomía es una realidad, y aun con alteraciones, no cambia.
El sexo físico se determina por los órganos sexuales y por otros elementos corporales, imposibles de sustituir, aunque parezca que se ha logrado. Siempre queda algo de un sexo (que, además, prevalece) aunque se deshaga de otra parte en la persona que intenta ser transexual. Los ovarios no se pueden convertir en testículos, por ejemplo, sólo se puede aparentar. Un varón que desee renunciar a su virilidad no tendrá ni ovarios, ni trompas de Falopio, ni matriz ni vagina. De ésta última se puede hacer un hueco que parezca serlo, pero no lo es. Se pueden poner implantes en el pecho, pero no serán glándulas mamarias. Y la lista sigue. Que como alegan algunos, esos “detalles” no importan, son la esencia misma del asunto, son lo más importante.
Aun otras cosas no se pueden cambiar, como es la estructura ósea, diferente entre hombres y mujeres, y por eso se puede distinguir si un esqueleto era de hombre o de mujer. La famosa “manzana de Adán”, la tráquea sobresaliente, el tamaño proporcional de manos y pies, las caderas, y mucho del cerebro, no se pueden transformar. Aún la psicología propia de cada sexo prevalece, a pesar de tratamientos psiquiátricos o psicológicos que se sigan.
El arrepentimiento que mucho se ha visto, de personas que han destruido en parte su cuerpo y lo han deformado para tener otro sexo, ha llevado a profundas depresiones a dichas personas, a veces hasta el suicidio. Hay frustraciones precisamente por comprobar que no han logrado completamente su objetivo de transexualidad en su cuerpo, y que es ya irreversible. Los casos abundan en los anales de la psiquiatría y la psicología clínica, o hasta en el medio religioso personal.
Considerar que una persona ha cambiado de sexo, que se ha transformado de hombre a mujer o viceversa, es un auténtico fraude, un engaño, una farsa. Como en otras cosas ¡las apariencias engañan! Hacer un cambio legal de un sexo a otro es también una farsa, pues el cambio es sólo aparente, forzosamente incompleto. Un hombre sujeto a ciertas cirugías que le privan de parte de su sistema sexual y de tratamientos hormonales que alteran su apariencia nunca ha dejado de ser hombre, sólo que deformado. Y lo mismo vale para una mujer que intente ser hombre. Siempre, siempre, tendrán el sexo con el que nacieron, aunque deformado, pero nunca transformado.
Las quejas entre deportistas mujeres, de que se permita competir contra ellas a varones con cuerpos deformados con apariencia de mujer, mencionados como transexuales, son totalmente justificadas. El varón tiene más fuerza muscular que una mujer en general, y por tanto la competencia de mujeres con un hombre deformado considerado como transexual-mujer es inequitativa, inaceptable por la ventaja de fuerza masculina, que persiste, aunque se haya tratado de cambiarle el sexo y en apariencia se haya logrado, pues es así, sólo en apariencia.
Reconocer el verdadero sexo de una persona, sobre todo si afirma y se respalda por otras personas que ha cambiado de sexo, se lograría con una prueba completamente fiel, imposible de alterar, la misma que se utiliza como prueba de paternidad, y es la del ADN. El ADN es la prueba definitiva de cuál es el sexo de una persona, imposible de cambiar (ni siquiera tras su muerte, pues sus restos lo conservarán), y definido desde el momento mismo de la concepción, cuando, al unirse el espermatozoide con el óvulo, se genera el nuevo ADN personal (en humanos y en animales).
Exigir que se reconozca ese cambio y supuestos derechos a dicho reconocimiento formal, legal, es injustificado, aunque haya legislaciones que aceptan como posible dicha transformación y lo asienten en los registros civiles y más que correspondan, no deja este proceso legal de ser una farsa. Para hacer semejante registro, debería ser indispensable demostrar que no hay rastros de un sexo original, y de que todas las partes del supuesto nuevo sexo están allí, completas. Y para concluir, que una prueba de ADN así lo demuestre.
Cada vez que personas defiendan a un supuesto transexual porque terceras personas no le reconocen como tal, por más alegatos y gritos (porque gritan) peguen, no podrán demostrar que su defendido tiene un nuevo sexo, por más papelitos que digan que así es. La medicina dice y prueba lo contrario. Porque muchas veces es más enérgica la defensa de la transexualidad por quienes le apoyan, que la que hace el supuesto transexual de su intentada transexualidad.
La resistencia a reconocer que existen personas transexuales es más que justificada, pues efectivamente, de acuerdo con el estado actual de las ciencias médicas, es absolutamente imposible transformar el sexo de una persona. Sólo se cambian las apariencias, y ni siquiera totalmente. No: la transexualidad no puede existir, no la hay, a pesar de que, pasando por esta verdad científica, se le reconozca legal (o socialmente al menos) a alguien que ha dejado de ser varón para ser mujer o viceversa.
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