¿Los niños y los jóvenes qué lugar ocupan en la agenda presidencial?
Esther Quintana.- La realidad no cambia nada más porque así se diga al calor de las campañas electorales, para expresarlo tal cual y sin darle vueltas a la glorieta, ni tampoco porque se siga machacando todos los días en televisión y a todo color. Y esto, como mexicana que soy, no me alegra, no lo festino, aunque no haya votado en 2018 por el actual Presidente. Porque resulta que igual que millones de compatriotas, aquí vivo y, sobre todo, aquí viven las personas que son más caras a mi corazón. Y los que me duelen más son los más pequeños.
En México hay 38.2 millones de niñas, niños y adolescentes de 0 a 17 años de edad (49 por ciento mujeres y 51 por ciento hombres); esto representa el 30 por ciento de la población total del país. El 26 por ciento tienen de 0 a 4 años de edad. El 28 por ciento tienen de 5 a 9 años de edad, el 29 por ciento tienen de 10 a 14 años de edad. El 17 por ciento tienen de 15 a 17 años de edad. El 5.2 por ciento de las niñas, niños y adolescentes de 3 a 14 años de edad hablan alguna lengua indígena y el 1.7 por ciento de quienes tienen menos de 18 años son afromexicanos o afrodescendientes. El 7.8 por ciento de las niñas, niños y adolescentes de 0 a 17 años de edad tiene alguna discapacidad. El 9.6 por ciento de las niñas, niños y adolescentes de 3 a 17 años de edad no tienen ningún nivel de escolaridad.
En 2019 había 3 millones, 269 mil 395 de niñas, niños y adolescentes entre 5 a 17 años de edad que realizaban alguna actividad económica; de los cuales un millón 755 mil 482 (53 por ciento) realizaban alguna actividad no permitida por la Ley Federal del Trabajo. Estos datos son de la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil (ENTI) 2019 y el Censo de Población y Vivienda 2020, ambos del Inegi.
¿Qué hay para ellos? ¿Qué hay para quienes no han tenido la fortuna de haber nacido en el seno de una familia que pueda darles la posibilidad de acceder a una buena educación, a alimentación tres veces al día, a servicios de salud de primer mundo, a la oportunidad de estar en otras latitudes y aprender que existen culturas diferentes a la nuestra y que somos parte de un todo? Por señalar sólo algunos aspectos de los que no gozan tantos niños y jóvenes mexicanos. Hay criaturas que en su corta existencia sólo saben de pobreza, de carencias y/o de violencia física, emocional y sexual. ¿Cómo con esas tragedias a cuestas a la edad en que se juega, se sueña, se ríe −porque todo se ve bonito con los ojos de la inocencia− van a ser más tarde adultos sanos y equilibrados?
La pobreza infantil, apunta la UNICEF, “tiene características particulares que le dan un sentido de urgencia, pues las probabilidades de que se vuelva permanente y las consecuencias que ocasiona son irreversibles, lo cual compromete el desarrollo físico y cognitivo de la niñez y la expone al abandono escolar, a una mayor mortalidad por enfermedades prevenibles o curables y a no tener una dieta adecuada o suficiente”.
Asimismo, el organismo internacional destaca que en México se viven grandes rezagos, verbi gratia, el 12 por ciento de los niños y niñas menores de 5 años aún padecen desnutrición crónica; únicamente el 30 por ciento recibió lactancia materna exclusiva durante sus primeros 6 meses de vida y 65 por ciento no tiene acceso a libros infantiles, lo cual puede ser un factor de incidencia en los deficientes niveles en lectura y escritura al cursar primaria. Los rezagos en materia de educación se observan principalmente en términos de aprendizaje, pues 8 de cada 10 estudiantes en el país no alcanza los conocimientos requeridos en su nivel educativo y 4 millones de niños no van a la escuela”. Y a todo esto se suma el bullying y los embarazos adolescentes, y las adicciones, y la vulnerabilidad que acompaña la orfandad de principios y valores. ¡Qué aridez interior!
Por eso me rebela la inconsciencia de quien hoy gobierna, y lo digo en singular, porque en este país no se mueve la hoja de un árbol si él no lo ordena. Con tantas carencias y males a ojos vistas que tiene nuestra patria, el individuo no ha tenido el menor empacho en ordenarle a sus esbirros en el Congreso que le destinen cantidades millonarias a sus caprichos de reyezuelo frustrado, llámense aeropuerto Felipe Ángeles, Tren Maya, refinería Dos Bocas, reparto indiscriminado de recursos a programas populistas que, está demostrado, no sacan de pobre a nadie, sino todo lo contrario. La austeridad con la que quiere distinguir a su gobierno es de lengua. Se solaza en repetir “no somos igual que los de antes”. Ese cuento nomás se lo tragan sus encadenados.
Continúan el favoritismo, las mentiras, los lujos en el Gobierno, los crímenes sin castigo por cuenta de la delincuencia más organizada que nunca, la corrupción en todas sus desgraciadas facetas solapadas con impunidad y el largo etcétera de porquería por el que se le va a mentar cuando se hable de su desgobierno. Hay quienes dicen que estamos tan mal que hasta extrañan a los anteriores. ¿Cuál transformación? Hubo mexicanos que de buena fe votaron por eso. Esto es lo que hay, y no lo celebro.
Pero bueno, no es tiempo para lloraderas, a ver si nos despabilamos, compatriotas, y vamos pensando cómo le cambiamos el destino a nuestra tierra porque lo que se ve no es nada halagüeño. Y si no es por nosotros, al menos tengamos por un lado los tamaños y por el otro la generosidad de hacerlo por tanta criatura que no merece esto. Los únicos que podemos detener esta plaga somos nosotros y no está fácil. Tienen los recursos económicos para seguir comprando voluntades y amarrando complicidades. Y aun así, se puede.