PREJUZGANDO A LA JUZGADORA
Marcos Pérez Esquer.- Desde que Yasmín Esquivel no quedó como presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en una suerte de berrinche, el presidente Obrador se ha estado desquitando con quien sí asumió tan importante encargo, la ministra Norma Lucía Piña.
Obrador prefería -e impulsó- que Esquivel presidiera la Corte para tener control de la agenda que marca los temas y los tiempos en los que ese alto tribunal va desahogando los expedientes que le corresponde conocer, algunos de los cuales abordan asuntos que resultan torales para el interés presidencial, como el Plan B en lo electoral, o aspectos como la militarización en la seguridad pública, por poner dos ejemplos.
El escándalo del plagio de sus tesis de licenciatura en la UNAM, y de doctorado en la Universidad Anáhuac, le impidieron a Esquivel encabezar la Corte, y a poco está de impedirle seguir ejerciendo siquiera como togada, pero vaya que a Obrador le habría encantado verla ahí. Para nadie es un secreto que Esquivel forma parte del círculo cercano presidencial. Su marido es José María Rioboó, antiguo contratista del gobierno de la Ciudad de México, constructor de los “segundos pisos”, y actual asesor de Obrador y de Sheinbaum.
Con su perfil, más habría tardado Esquivel en rendir protesta que en rendirle pleitesía a Obrador.
La decisión de la Corte de elegir a Piña como su presidenta, y no a Esquivel, fue interpretado por Obrador como una afrenta, como un duro golpe en la cabeza propinado con el mismísimo mallete tribunalicio.
Para él nada importa que Norma Lucía Piña sea una ministra formada en la carrera judicial, de amplias credenciales profesionales e intachable trayectoria, y en quien la sociedad puede confiar sin reservas. Estos no son el tipo de atributos que Obrador más valora.
Recordemos que para él lo importante es la incondicionalidad, no la capacidad. Así que ni tardo ni perezoso, la emprendió contra ella. La ha vilipendiado, la ha insultado, y la ha linchado políticamente.
Tal es el prestigio de Piña empero, que tras esas diatribas y de acuerdo con una encuesta de El Financiero de esta misma semana, la Suprema Corte ha incrementado su nivel de aprobación y confianza entre la población a grado tal, que ya supera la del propio presidente Obrador. Lo que constituye otro golpe insoportable para el inquilino del palacio nacional, por cierto.
Como sea, lo importante acá es que la denostación presidencial en contra de Norma Piña ha detonado una ola de ataques tanto en redes sociales, como en la plaza pública. Desde publicaciones donde un simpatizante obradorista sugiere la conveniencia de acometer el homicidio de la ministra al mostrar su fotografía con la leyenda “el problema”, junto a la de una bala, con la leyenda “la solución”, hasta los cánticos de otra morenista que en la puerta de la Corte entonaba mentadas de madre contra Norma Piña en pleno Día Internacional de la Mujer, y ataviada con una réplica de un rifle de asalto.
Tal parece que el presidente no es consciente de la fuerza de las palabras. Cuando él, desde el púlpito presidencial de las “mañaneras”, incita el odio, calumnia y difama, injuria y descalifica, también instiga a muchos a hacer lo mismo, y en una de esas, a ir más allá.
Toco madera, pero me parece que el presidente Obrador coloca a la ministra en situación de riesgo. Y todo porque no le es incondicional, porque, en realidad, nada ha hecho Piña contra él; vaya, apenas está iniciando su gestión como cabeza de la Corte, ni siquiera ha tenido oportunidad aún de contrariarlo.
En realidad, la está prejuzgando. Su falta estriba en osar ocupar una posición que él había dispuesto para una de sus incondicionales. Nada más. Y nada importan tampoco los pesos y contrapesos, el equilibrio y la división de poderes, la autonomía e independencia judicial. Nada. Lo único que importa es su voluntad, su capricho.
La quema de la figura de cartón que representaba a Piña, realizada en el contexto de la concentración del sábado pasado en el Zócalo de la Ciudad de México para conmemorar la expropiación petrolera, es una línea que el presidente no debió cruzar. Es el linchamiento simbólico de las instituciones, en un evento por él convocado. Pero que nadie se llame a sorpresa, ya lo sabíamos, ¡al diablo las instituciones!, advirtió alguna vez.