Si no actuamos HOY, no habrá mañana…
Esther Quintana.- La caída de Roma obedeció, entre otros factores, a que su sociedad perdió de manera importante los valores que un día hicieron de aquella península el centro del imperio más grande que el mundo de todos los tiempos haya conocido. Las grandes aportaciones a la civilización occidental, como el Derecho y la administración, constituyeron fuente y principio de las instituciones del presente. El listado de las causas que produjeron su declive es largo, destacan entre ellas el antagonismo sostenido entre el Senado y los emperadores. El emperador tenía poder legal para gobernador en todos los ámbitos, militar, civil, incluso el religioso, con el Senado actuando como cuerpo consejero. Y así como hubo emperadores sensatos y probos, como Marco Aurelio, también los hubo perversos, inmorales y mentirosos, verbi gratia, Calígula y Nerón. Y esto provocó choques insalvables entre las dos entidades. Otra causa que coadyuvó a su desmoronamiento fue la pérdida de la moral, especialmente entre la clase alta, la nobleza y los propios emperadores. La inmoralidad y la promiscuidad, incluyendo el adulterio, el incesto, las orgías, impactaron de manera devastadora al pueblo romano. Los burdeles, la prostitución forzada, tuvieron un auge demoledor, igual que el consumo masivo de alcohol y la crueldad aplaudida en el circo romano. La corrupción política se extendió hasta la Guardia Pretoriana, a tal grado, que la potestad de ésta llegó a decidir cuándo un emperador debía ser depuesto y nombrar uno nuevo. Por otro lado, el alto costo que demandaba la manutención del imperio, su economía estancada y los elevados impuestos, sumaron al declive. Asimismo, el desempleo de los plebeyos, los llevó a depender de las dádivas del Estado. Todo esto al final del día, lo que retrata es una pérdida estremecedora de valores. Sin estos, no hay sociedad que permanezca en pie. Y se preguntará usted, generoso (a) leyente, ¿a qué obedece este largo preámbulo relativo a un evento que ocurrió hace siglos? A que la historia es cíclica, solo cambian los protagonistas. La naturaleza humana está presente, ese es el punto. Aunque casi nadie o muy pocos reparen en ello.
Los valores son convicciones profundas que anidan en el interior de los seres humanos y determinan nuestra manera de ser porque orientan nuestro comportamiento. Se trata de normas éticas y morales. Son parte sustantiva de nuestra identidad y se vinculan fuertemente con nuestros sentimientos y emociones. Son criterios que le dan significado a la cultura y a la sociedad en general. Hoy día ya se nota su ausencia. La mentira, la violencia, la corrupción, entre otros antivalores, han invadido todos los ámbitos de nuestra comunidad, el social, el económico, el político, el religioso, el cultural. Y esto es grave porque sus “frutos” son la confusión, la desorientación y la presencia de una serie de conductas dañinas para la vida gregaria. Sentimientos como el honor, la vergüenza, el reconocimiento de la culpa, se han eclipsado. La familia, que es el núcleo primario de una sociedad, se está minando, la violencia, la falta de respeto entre la pareja, en el trato con los hijos, el que se debe a los padres, a los abuelos… se pierde en la nada. Cobremos conciencia de que el individualismo y la pasión por lo superficial nos están comiendo vivos. Tenemos que cerrarle el paso al egoísmo y recuperar nuestra preciosa condición humana, volver a beber de las aguas de la generosidad y de la solidaridad que nos debemos como hermanos de la misma especie.
En el ámbito educativo, hoy menos que nunca el reconocimiento al trabajo, al mérito de los maestros por su esfuerzo y desempeño, son los que les otorgan más horas clase con mejores sueldos. En el terreno laboral lo que abundan son el acoso sexual o sicológico. En los medios de comunicación no están mejor las cosas, las emisiones difunden estereotipos para una sociedad mercantilista y de consumo. En la calle, una inseguridad que aterroriza, en ella se perpetran toda suerte de conductas ilícitas, que abarcan desde el robo, el vandalismo, el ataque sexual y hasta la muerte, con una autoridad que practica el laissez faire, laissez passer con arrogante cinismo. Y en el sitio político se arraiga con fuerza el populismo autoritario sin contrapesos. Se multiplica el adoctrinamiento de las masas por parte de manipuladores profesionales cuya aspiración es perpetuarse en el poder, al precio que sea. Y a las multitudes más desfavorecidas les fascinan estos entes surgidos del asco, del hartazgo, de la rabia, de la desesperanza y hasta del odio. Y es tarea estéril convencer a alguien que ha caído en las garras del fanatismo de que están llevando al país al voladero. Y es toda esta bazofia la que pudre el tejido social y convierte naciones libres en dictaduras. No permitamos que esto le suceda a México. Es nuestra amada patria, la casa de todos. Tenemos que salvarla. Cada día se hace más plausible la decadencia que impera en la presidencia de la república y en el comportamiento de muchos legisladores. Es grotesca la exhibición que nos ofrecen.
Ya despertemos del letargo, de nuestra pasividad ante la cosa pública. Necesitamos elegir con inteligencia a nuestros gobernantes, es urgente que quienes ocupen un cargo público se desempeñen con diligencia y honestidad, con madurez de juicio, responsabilidad y alto sentido del deber. No más incapaces y sinvergüenzas. Nos lo debemos. Se lo debemos a México.