La tercera independencia
Por Esther Quintana.- En 2006, el entonces canciller mexicano Jorge Castañeda escribió un artículo bien interesante sobre las dos izquierdas que existen en el mundo, y es fecha que siguen vigentes, no obstante el tiempo transcurrido. Decía categóricamente que una de esas izquierdas era “nacionalista, estridente y cerrada” y la ejemplificaba con gobiernos de la época, como el de Chávez en Venezuela y el de Bolivia con Evo Morales. La otra era “moderna, abierta y reformista” poniendo como regímenes típicos de ésta al de Michelle Bachelet en Chile, y en menor medida, el de Lula da Silva en el Brasil. Castañeda las clasificaba en uno o en otro esquema dependiendo del compromiso que tuvieran con la democracia.
A la “buena” izquierda la caracterizaba como moderada, ya que operaba en el marco de las instituciones democráticas liberales, entiéndanse partidos políticos, organismos financieros internacionales, mercados. En cambio la “mala” era autoritaria, demagógica y populista hasta el tuétano, esto último lo apunto yo. Con la “promesa” de generar una real transformación que empodere a los sectores históricamente más perjudicados, esta izquierda se vende como pan caliente. “Primero los pobres”, fue la bandera del que hoy desgobierna México. Hoy el número de pobres ha aumentado y muchos de la otrora clase media han ingresado a ese sector, y de ribete los acusa de aspiracionistas.
La concentración del poder en el Ejecutivo es grosera en esta izquierda mohosa, el titular se convierte en ajonjolí de todos los moles, y esto DAÑA la institucionalidad del ejercicio del poder público. Quiere un Legislativo y un Judicial a modo. Y se endemonia si no se cuadran a sus berrinches. El carácter “decisionista” del Presidente acarrea problemas en todos los ámbitos, verbi gratia, hoy está convertido, por la fuerza de sus calzones, en el coordinador de campaña de los aspirantes a sucederlo, protagonista en ese show mediático creado ex profeso, para que el “pueblo sabio” se meta en la batahola de la sucesión y se olvide de lo que realmente debiera ocuparlo, como es el despropósito de la cancelación de las normas oficiales mexicanas, o el problemón que se nos viene con la terrible sequía que azota al país, o el crecimiento incontenible de la inseguridad pública que ya transita a ser un factor importante de inseguridad nacional, y la tragedia del servicio de salud pública que afecta a millones de mexicanos, y adoctrinar en lugar de educar a niños y jóvenes, por mencionar alguno de los más acuciantes.
Necesitamos un presidente al que le dé la sesera para entender que gobernar no es, como dicen en el rancho, “enchílame otra”, que implica inteligencia, visión, conocimiento de la realidad y mucha humildad para asimilar que por más picudo que él se considere, necesita de la orientación de expertos en los diferentes tópicos que implica gobernar y administrar un país tan dispar como el nuestro y a la vez, tan parte de un mundo exterior en el que ocurren acontecimientos que directa o indirectamente nos afectan. México no es una isla, su inserción en el contexto geopolítico y económico transnacional genera tensiones por las diversas cosmovisiones de los pueblos y nacionalidades con los que se vincula. Y esto le vale una pura y dos con sal, se aferra a no salir de la valla autoimpuesta. Cree que puede manipular a los de afuera como hace con los de adentro.
En opinión de los expertos, la insistencia del Presidente en seguir a rajatabla los principios de la Doctrina Estrada, vigente en el país desde principios del siglo XX, evidencia que prefiere mantenerse en una visión del pasado, en la que México actuaba como país mediador en conflictos internacionales y no quiere adaptar su política exterior en un momento en el que se requieren soluciones globales a problemas globales. Por otro lado, el discurso polarizador y excluyente que maneja para referirse a quienes no coinciden con su pensar y/o con su actuar, es absolutamente erróneo. Como titular del Ejecutivo tiene que escuchar todas las voces y conciliar opiniones para tomar acuerdos en beneficio de los mexicanos, sin distingo alguno. Su estilo político está dejando lastres al por mayor, y como tales, atentan contra la buena marcha del país. Su empeño en otorgar funciones a las fuerzas armadas que no son de su competencia, sus políticas regresivas como la ausencia de una reforma fiscal, su apuesta por combustibles fósiles cuando la realidad y las circunstancias demandan solares o eólicas, y su obsesión por la austeridad presupuestaria a conveniencia.
¿Qué entiende por democracia? La ataca todos los días con sus desplantes groseros, con su altanería. A mí en la escuela me enseñaron que en su sentido más amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales, iguales ante la ley, con los mismos derechos, sin exclusiones. Él afirma lo contrario. Él vive en una realidad distinta. Se construyó en la imaginación un México que está muy lejos de existir. Lea su discurso del 1 de julio, triunfalista, eufórico. 250 mil almas en el Zócalo de la Ciudad de México. ¿Cuánto nos costó $$$$saciar sus ansias de emperador? Me imaginé a Nerón tocando el arpa –lo hacía pésimo– ante los romanos que no tenían de otra más que aguantarlo. Cuentas las crónicas que hubo mujeres que tuvieron que parir ahí mismo, porque nadie podía abandonar el sitio cuando el pergenio tocaba. Yo no voy a votar por un nuevo Maximato. Me enferman los dictadorsetes, la genuflexión y la coba.