LA COYUNTURA CRITICA
Por Julio Faesler Carlisle.- Una vez mas nos encontramos en la coyuntura del cambio sexenal. No sabemos en qué fase del proceso estamos. Se anticiparon los tiempos y reglas. El juego que ya se inició simula la guerra electoral para distraer la atención nacional de 95 millones de empadronados en una clara estrategia.
Desde hace tiempo López Obrador la tiene anunciada. La siguiente administración 2024- 30 ha de ser continuación de la fórmula personal de gobierno que hemos vivido desde que asumió el poder en 2018. El siguiente capítulo es el gobierno autocrático de la 4 T muy alejado de la democracia representativa vigente a lo largo de los gobiernos de tradición post revolucionaria instalada desde 1910 hasta 2018 con corta inserción panista.
La coyuntura política actual favorece la orientación hacia un cambio. Es patente la quiebra de la democracia liberal como instrumento de bienestar y dignidad, fruto de la libertad. El hecho se confirma en las realidades de inequidad social e inestabilidad política que se expande en todo el mundo. La frustración popular, intensificada por el crecimiento demográfico, genera profunda decepción en la fe que existía en las elecciones como vías de respuesta a las demandas de mejor calidad de vida para las mayorías asfixiadas en éxitos expresados en crecimientos estadísticos ajenos a la necesidad de dignificar condiciones de vida.
Hace tiempo se demandan fórmulas de cambio para resolver tantas inquietudes populares. Las resistencias de intereses enquistados son muchas. Es este el ambiente en que, como muchos otros países, nos encontramos.
El dilema ni tiene que describirse en la fatalidad de acabar regidos por ineficaces regímenes de dictaduras socialistas que los empresarios y las clase medias tanto temen. El peligro está en que, sin soluciones alternativas efectivas a la vista para remediar las inequidades sociales, la repulsa popular se abre la probabilidad de desórdenes y violencias rompiendo estructuras de autoridad con daño a todos menos para los que navegan las turbulentas aguas con privilegios. La clase media aspiracionista continuará siempre sacrificada. La ineficacia de las elecciones democráticas para ofrecer seguridad y vida digna para todos da pretexto en México hasta para grupos de comandos armados privados para llenar el vacío.
Nuestro actual proceso electoral es el escenario en que, en lugar de esquemas simples y entendibles de tiempos y reglas el presidente de la república provoca un juego de confusiones con candidaturas oficiales de ficticia independencia en campañas ilegales que complican la transición.
Los candidatos oficiales son los juguete en este sainete que los humilla. Su única posibilidad honorable sería de negarse al juego. En realidad, los únicos que están trabajando en serio son Creel y Xóchitl que retan a AMLO con apuestas personales.
Es explicable que la mayoría del sabio pueblo respalde a AMLO. El resto de la población deja las decisiones de gobierno a los políticos profesionales que han convertido su actividad en cómodos modus vivendi y disfrutan las mieses de la aceitada maquinaria electoral que controlan a nombre del desinteresado electorado.
En 1910 el pueblo tomó la Revolución en sus manos. Hubo luego participación en crear instituciones que dieron orden a la vida nacional. En los años noventa, la ciudadanía marcó el alto al sistema del fraude patriótico para montar instituciones electorales que hoy defendemos contra las agresiones del personalismo sectario de Morena.
La disyuntiva actual no se plantea entre dos o tres partidos políticos que comparten la misma concepción liberal de democracia consagrado desde el siglo xvii y perpetuada en la visión individualista de gobierno. No importa mucho las alternativas que ofrecen gobiernos personalistas de derecha o de izquierda. La fórmula que amenaza es otra, la de MORENA, partido oficial que todo lo dispone fingiendo democracia. El plan es entregar a México a la formula de centralizar los tres poderes desapareciendo al ciudadano en el imperio de un solo partido oficial mayoritario que decide lo que conviene sin usar las desprestigiadas vías de la democracia popular.
Es evidente que la esencia de nuestro dilema está en defender la acción ciudadana en las decisiones públicas o abandonarlas a otros. Mientras cada ciudadano desprecie la actividad política no habrá esperanza en modificar la inercia corruptora que está por arrastrarnos á repetir el error de haber renunciado al deber de atender los intereses nacionales. Regresar a la ciudadanía su poder perdido solo es posible si la ciudadanía está dispuesta a asumir su responsabilidad o si una vez más prefiere volverla a dejar a los profesionales del abuso. Aquí está la coyuntura.
juliofelipefaesler@yahoo.com