Aspiración inviable: Verástegui. Por Salvador I. Reding Vidaña
“Yo soy cineasta” dijo en alguna ocasión Eduardo Verástegui, y sí, esa es y ha sido su vida. Nunca ha sido un político, ni siquiera líder social. Pero ahora aspira a ser candidato a la presidencia de México, sin antecedentes, formación y muchos medios que se requieren para aspirar a la presidencia de un país. No tener nada de eso ha impedido que, en otros países y situaciones, personas llegadas de fuera de la política partidista o de movimientos sociales lleguen a gobernar un país. Pero en general, y con todos sus buenos propósitos y apoyos populares (que les dieron los votos necesarios) no lo han hecho bien. Caso emblemático: Lech Walesa.
Pero esos ganadores electorales a jefes de estado, lo han logrado en situaciones muy especiales, como de crisis políticas, en donde los ciudadanos ven una esperanza frente a condiciones de gran incertidumbre político-social. Muchos han salido de medios académicos. Pero en el caso de México, dichas condiciones extremas no se dan. No hay lugar para un aspirante salido de medios ajenos a la política, sindicalismo, academia o movimientos sociales muy amplios.
Eduardo hizo un video diciendo que el PAN había muerto, por impulsar la candidatura de Xóchitl Gálvez, que, en su entender, es contraria a los principios de Acción Nacional. Mal inició su aspiración pensando que eso lo convierte en la verdadera alternativa a Morena. Dijo también en otra declaración que buscar la presidencia no era digamos su decisión, sino la de Dios. Ah caray ¿cuándo el Señor ha actuado así en la historia?
Eduardo se convirtió, desde hace varios años, en un defensor de la vida ante la avalancha de políticas abortistas. Y eso está muy bien, pero no lo hace un posible gobernante de un país con tantos conflictos de todo tipo como es México. Quienes le han manifestado su simpatía por esa aspiración política, pueden verlo como un defensor de la fe cristiana. Pero eso no lo hace un buen candidato a dirigir un país.
Muchos lo han atacado, a él y a quienes lo promueven o apoyan, diciendo que están intentando manipular el interés religioso de los ciudadanos. Pero si vamos a la praxis política nacional, su aspiración es completamente inviable. Veamos.
La posibilidad de que un candidato sin partido llegue a tener ya no digamos el triunfo, sino una votación masiva a su favor, simplemente no existe, dadas las condiciones que una campaña política requiere. Eduardo puede tener apoyo de todo el dinero que necesite, que sin duda habrá quienes se lo den, pero se requiere una estructura de organización que no se construye en unos meses. Eso lo tienen los partidos políticos. Eduardo necesita, simplemente para ser oficialmente candidato sin partido, reunir más de 960 mil firmas de apoyo en al menos 17 de las 32 entidades federales, y eso, se ve muy difícil.
Con todo y su actuar a favor de la vida y de los derechos de los niños, que se ha vuelto muy popular por la película The sound of freedom, sigue siendo un personaje desconocido para gran parte de la población, y aunque su nombre suene y se haya leído tanto por la película, su personalidad, antecedentes y luchas sociales son desconocidas para quienes tendrían que darles primero su firma y después su voto. Independientemente de las críticas, justas o no en su contra, que se publican en medios y en redes sociales, y también de muestras de apoyo, su aspiración es inviable.
Él y quienes le apoyan deberían de tomarlo en cuenta. Quizás crean que mágicamente o por intervención divina todo va a cambiar en los próximos meses a su favor y por eso persisten en el proyecto presidencial de Eduardo. O no quieren ver la realidad procesal político electoral de México o son increíblemente ingenuos. Y las observaciones de muchas personas de que, si llegara a la votación, que no ganaría, le sería muy útil a Amlo, a Claudia y en general a Morena, son muy ciertas. Llegar a la candidatura iría en contra de lo que Eduardo y su gente dicen desear como bueno para México. Pero de entrada se ve que su aspiración no tiene ningún futuro, aunque por lo pronto, y quizás después también, su activismo político le es y será dañino al país, no por su voluntad, pero previsible por razonable análisis político.