No hay casualidades en lo que hoy ocurre. Por Esther Quintana
Hoy día estamos viviendo un híper presidencialismo, y usted que tan gentilmente hace favor de leerme, dirá que esto no es nuevo, y tiene usted razón, es el eterno problema, herencia de este vetusto sistema político, que quienes siguen llegando al poder público se niegan a mandar al cementerio.
De este deviene el autoritarismo, el cochino autoritarismo que pudre cuanto toca. Este autoritarismo que se traduce en el ejercicio unipersonal de las decisiones tomadas en las cloacas… más fino …en los arreglos ayuntados en las cúpulas, en las que no tiene presencia la ciudadanía –de suyo tan escasa en nuestro país y por propia voluntad…¡Que tragedia!–, en la ausencia de pesos y contrapesos y también en la no rendición de cuentas públicas.
Este pergenio –autoritarismo– se ha encargado de que la democracia no sea entendida como un gobierno de instituciones. El autoritarismo desprecia a las instituciones, su sello es decidir acorde a conveniencias, por eso las iniciativas ciudadanas no tienen cabida en su esquema, cualquier movimiento las anula, no hay cabida para nada que amenace su permanencia.
El autoritarismo, como lo apuntan los estudiosos del tema, es “consustancial a los valores faraónicos del Estado, a la politización innecesaria de la economía, a la promesa de los paraísos incumplidos y a los objetivos que evitan que la sociedad pueda desarrollarse acorde a sus capacidades. No concibe a la sociedad sin la presencia abrumadora del Estado y finca en el uso discrecional de los recursos públicos, la efectividad de sus prácticas políticas”. Hágame el “re favrón cabor” –con su permiso don Armando-.
De tal suerte que, de acuerdo con semejante concepción, no hay cabida para la evaluación de las capacidades del Estado. Valoración que sirve para determinar los límites fiscales, legales, políticos y organizacionales de este, sino todo lo contrario, da pie a la legitimación de un poder piramidal y centralizado.
Esto es lo que tenemos hoy en México. Dios nos ampare de seguir alimentando a semejante engendro. No tendremos progenitora –discúlpeme el francés– si permitimos más paternalismo, populismo, más desgraciado presidencialismo.
Ya es hora de asumir responsabilidades, de tomar conciencia de que la soberanía radica en el pueblo, como se expresa textualmente en la Constitución de la República, no en los gobernantes, y ser soberano significa que somos nosotros los que decidimos lo que queremos para México, y hasta ahora sigue vigente que nuestra forma de organización política es la de una república representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una federación. ¿Por qué nos da miedo asumirnos como lo que somos?
Cobremos conciencia del protagonismo que nos corresponde como ente vivo y actuante. Este México del siglo XXI, debe articularse a una realidad distinta, y esta realidad nos está diciendo que es necesaria la liberalización de la vida política, que es imperativo un gobierno abierto que está obligado a escuchar todas las voces para generar consensos, y que debe ser el primer impulsor de los procesos de descentralización administrativa y política. Los gobiernos nodriza y centralizados ya no nos sirven.
En la democracia moderna, y lo enfatizo, los gobiernos y las administraciones públicas realizan sus tareas -y porque está demostrado que es lo más sano- con base en la separación y división de poderes. Se trata de instituciones concebidas para regular la vida política y social con la finalidad de alcanzar el bien común. Y destaco de nueva cuenta, se entrelazan con el sistema de pesos y contrapesos para evitar que el poder se concentre y con ello se convierta en muro que bloquee los movimientos que surgen con la participación de los protagonistas y dueños del país: los gobernados.
Por eso, la democracia política, como afirma Norberto Bobbio, debe entenderse también como un sistema de procedimientos susceptibles de corrección, ya que esto coadyuva a que los conflictos tengan espacios de solución en la institucionalidad progresiva; que la competencia se conciba en términos de adversarios, no de enemigos; que la alternancia en el poder sea ordenada y sistematizada, dotada de reglas claras para que el ejercicio de la función pública sea motivo de rendición de cuentas y las actividades del gobierno objeto de mejora continua, tomando en consideración las ventajas de la evaluación, partiendo de que las organizaciones ciudadanas pueden y deben formular opiniones que faciliten la focalización de aspectos relevantes de la intrincada acción del gobierno.
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Para fortalecer la democracia de nuestros días, es indispensable que los individuos y las organizaciones sociales accedan al debate público y al reconocimiento de instancias clave para orientar el curso de la vida colectiva. Lo que genera que los pueblos entronicen a mesías que se autoproclaman más puros que la Inmaculada, intachables, probos, es precisamente la falta de participación ciudadana en los asuntos públicos.
Por favor echemos un vistazo a nuestra realidad ¿Le gusta lo que hay? Si la respuesta es no, súmese a las organizaciones de la sociedad civil y empiece a trabajar por México. México es usted, México somos todos. Usted puede y debe hacerlo.