Palabras señeras. Por Juan José Rodríguez Prats
Toda mejora en la esfera de la política debe partir del ennoblecimiento del carácter.
Friedrich Schiller
Hemos enredado la política. Nuestras certidumbres se desmoronan. Creo que fue Ortega y Gasset quien afirmaba que las izquierdas claman por las dictaduras y las derechas exigen el libertinaje. Nuestro albedrío se deprime, los indignados quieren la anarquía y las elites exigen privilegios. Las opciones se estrechan.
La política, que es cultura y por lo tanto memoria, no se practica con la auténtica voluntad de la congruencia. El voto se manipula y no castiga al mal gobierno, por el contrario, lo premia.
Acostumbro iniciar el mes leyendo las revistas Nexos y Letras libres. En octubre, la primera hace el repaso de un gobierno caótico: el nuestro. La segunda describe la dramática historia de la democracia argentina. En ambos casos la conclusión es la misma: cuando las decadencias se inician, siempre es posible estar peor.
Hay una alarmante convergencia, a mayor desprestigio de los personajes en el escenario nacional, mayor apoyo en las preferencias electorales. Ante esa situación, la democracia se distorsiona. Es tiempo de charlatanes. En esta coyuntura, acudo a nuestros más insignes pensadores.
Jaime Torres Bodet: “Enseñar a conocer es enseñar a juzgar. Pero enseñar a juzgar es enseñar a elegir. Y enseñar a elegir implica la obligación de enseñar la mejor manera de defender lo que se ha elegido”.
Continúo con el mismo escritor y político ejemplar: “México es un país que ha vivido buscándose en la definición de una estructura legal”. Resignémonos. Es muy poco lo que se puede lograr haciendo leyes. Las normas jurídicas se crearon para evitar males. Por lo tanto, el derecho tiene que ser escueto y contundente. Ni ambiguo ni prolijo. Entre más civilizado es un pueblo, menos códigos requiere.
Octavio Paz: “La degradación de la historia en mera sucesión, entraña la del lenguaje en un conjunto de signos inertes. Todos usan las mismas palabras, pero nadie se entiende”. Si no restauramos los puentes de comunicación, el acuerdo se torna imposible. El discurso político debe pasar por el cedazo de la veracidad. Nunca, en nuestro pasado, la distancia entre el decir y el hacer ha sido tan abismal.
Así lo expresa Arturo Arnáiz y Freg: “En México ningún gobernante ha podido conquistarse el apoyo del partido enemigo del que lo condujo al mandato”. Creo que ha habido algunos casos excepcionales que desafortunadamente han sido estigmatizados. Alejandro de Humboldt, hace más de 200 años, escribió: “Al mexicano le place hacer un misterio de sus actos más intrascendentes”. Así, el entendimiento es inasible.
Sí, necesitamos un llamado al orden y a la seriedad. Gastón García Cantú señala: “Para nosotros la utopía no es resultado de haber puesto a prueba un juego de la imaginación, sino respuesta a la barbarie contra la cual se ha organizado la vida colectiva”.
Daniel Cosío Villegas apunta: “La bondad de un gobierno es hoy el problema mayor de cada país, y para conseguir el mejor gobierno posible, ningún ciudadano puede desdeñar la participación en la cosa pública”. México acuñó una tradición en política exterior pensada en la defensa de los derechos humanos. Lamentable y condenable el abandono de este principio, la actitud tibia y timorata del presidente López Obrador ante los recientes acontecimientos de violencia y confrontación.
Pensadores no nos han faltado. Nuestra falla radica en la endeble dignidad para defender nuestras convicciones.
Soy un irredento militante de un partido político, institución irreemplazable para organizar la participación ciudadana sosteniendo ideales que atemperen las ambiciones personales.
La única forma de combatir la mediocridad que nos agobia es la pedagogía política. Esa es la asignatura más importante en una campaña política como en la que estamos inmersos. El entreveramiento generacional lo reclama. Ése es el camino generoso que recorre la democracia.