AGRAVANTES DE LA TRAGEDIA. Por Alejandro Díaz
La tragedia que sufre Acapulco por el huracán Otis no fue sólo el fenómeno metereológico; también por al previo manejo gubernamental de la información y su disposición para ayudar cuando pasó éste. El gobierno olvidó la necesidad de una cultura de Protección Civil por la recurrencia de terremotos y huracanes en buena parte del territorio nacional. Desde que el gobierno de Ernesto Zedillo vivió los embates del huracán Paulina sentó las primeras bases de Protección Civil para ayudar a paliar daños y auxiliar de inmediato a los afectados.
Ahora se desestimó la atención a las víctimas como sí se había hecho en el caso de otros huracanes, así como en el terremoto de 2017. Por ello debemos reimplantar tanto la cultura de prevención como la de atención a víctimas. Esta no puede ser mitigada sólo con la actuación de las fuerzas armadas, incluida la Guardia Nacional. Se requiere multiplicar el esfuerzo a través de organizaciones con capacidad de ayudar y aportar ideas, personal y recursos para auxiliar a damnificados. No sólo la Cruz Roja, también aquellas que proporcionen agua, alimentos preparados y ropa a damnificados.
Por muy organizadas que estén las fuerzas armadas no pudieron atender necesidades de una población de casi un millón de damnificados. El absurdo aviso gubernamental de que iban 8 mil despensas y 16 mil litros de agua era notoriamente insuficiente; son cantidades que apenas podrían satisfacer a una minoría durante un día. Se tiene que multiplicar el esfuerzo y esto sólo podrá hacerse cuando se permite la participación ciudadana, en especial de organizaciones no gubernamentales.
A Miguel de la Madrid lo paralizó la destrucción del terremoto de 1985 y fue la sociedad civil organizada la que comenzó el rescate de los atrapados en los edificios colapsados. El rescate de los damnificados del sismo de 2017 fue mucho más ordenado, el gobierno no perdió el control del rescate, mantuvo el orden y facilitó la ayuda de la sociedad civil que cooperó desinteresadamente. Ahora tan la dificultaron que ningún país ofreció su ayuda a pesar de la magnitud de la tragedia. La ausencia de la sociedad civil origina muchas desconfianzas.
¡Que siempre se permita a la sociedad actuar! En México estas organizaciones de la sociedad han mostrado su compromiso con creces. Desde grupos religiosos (como Cáritas), clubes sociales (como los Rotarios) hasta asociaciones de colonos, industriales y médicos, pasando por restauranteros e incluso empresas con capacidad económica.
La fuerza de la sociedad civil organizada es muy grande. Puede incluso, temporalmente, sustituir al Estado cuando éste está en estado catatónico como ante el sismo de 1985 o el huracán Otis. Nunca tendrá capacidades militares como el ejército pero reacciona con más celeridad, y con más tino, cuando se requiere ayudar. No puede sustituir al Estado pero complementa sus carencias. No tiene presupuesto asignado pero su voluntad de ayudar supera ausencias y excusas de quienes se suponen responsables.
El Estado en sus tres niveles: federal, estatal y municipal requiere de la sociedad civil. No sólo en el caso de desastres, también en la vida diaria. Sin ella no puede hablarse de una democracia participativa que contribuya a facilitar la vida cotidiana de todos.
Aprendamos de la experiencia: aprovechemos la participación ciudadana en todo esfuerzo de gobierno. No más decisiones unipersonales, éstas deben estar no sólo sujetas al control del Congreso, en un esquema real de separación de Poderes, también debe permitir la actuación de la sociedad a través de las organizaciones civiles. Aprovechar su conocimiento y motivación es imprescindible.
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