NUEVO ACAPULCO. Por Marcos Pérez Esquer
Cuando hoy hablamos de Acapulco, lo primero que nos nace expresar, son nuestras condolencias para con las familias de las personas que perdieron la vida o que se encuentran desaparecidas, y nuestra solidaridad para con quienes perdieron sus casas, su patrimonio, su lugar de trabajo, su modo de vida.
No cabe duda, sin embargo, que, como ha ocurrido otras veces en que hemos sufrido desastres naturales, todo México ayudará a la reconstrucción de ese hermoso puerto, y que su comunidad estará vigorosa y de pie muy pronto.
Pero si bien la sociedad mexicana siempre ha estado a la altura de las circunstancias en este tipo de eventos, también es cierto que ha sido el gobierno el que no siempre lo ha estado. Fue el caso del terremoto de la Ciudad de México en 1985 cuando el gobierno de Miguel de la Madrid se quedó pasmado.
Pero hay que decir que precisamente a partir de esa experiencia, se detonó en el país una cultura de la protección civil; México se preparó, y en los siguientes eventos, como el huracán Paulina en 1997, que golpeó Oaxaca y Jalisco, o el Wilma que pegó en Quintana Roo y Yucatán en 2005, o en las inundaciones de Tabasco en 2007, o el ciclón Ingrid de 2013, e incluso cuando el Ejército mexicano apoyó a Nuevo Orleans por el huracán Katrina en 2005, la actuación del gobierno ha sido ejemplar.
Sin embargo, esta vez algo cambió. Regresamos a los 80s. Lastimosamente, ante el desastre ocasionado por Otis, volvimos a ver pasmado al gobierno. No previno a la población a tiempo -cuando sabía de los alcances del meteoro desde el día anterior-, no conoció de sus efectos sino hasta bien entrado el día siguiente, y no reaccionó de inmediato como se esperaría -tardó más de una semana en tomar medidas más o menos serias-.
En un primer momento hasta el históricamente eficiente Plan DNIII de la Defensa Nacional brilló por su ausencia. Quizá el hecho de tener a los militares ocupados en cosas que no les corresponden, como hacer de policías en la Guardia Nacional, o de constructores de obras, o de administradores de trenes, puertos, aeropuertos y aduanas, como ocurre hoy, los haya distraído de tener bien aceitado el Plan DNIII.
Pero dentro de todo el dolor, dentro de todo el desastre y el sufrimiento, parece que también puede abrirse una gran oportunidad. La oportunidad de reconstruir, casi desde cero, lo que ha sido un polo turístico emblemático de México, reconocible en cualquier lugar del mundo.
Bien haría el gobierno en aprovechar esta situación para poner en marcha un plan de reconstrucción de mediano plazo, que implique un relanzamiento de Acapulco a nivel mundial, para que vuelva a ser lo que fue hace 50 o 60 años: el referente turístico del continente americano.
Tenemos que reconocer que el declive de Acapulco no empezó la semana pasada, comenzó hace alrededor de tres décadas con su contaminación, sus problemas de desarrollo urbano, su mal servicio al turismo, y más recientemente, con la presencia del crimen organizado que azota al lugar con asesinatos, cobro de piso y tráfico de drogas y personas.
Todo esto puede cambiar a partir de Otis, si nos lo proponemos y nos aplicamos a ello. Parece que, dentro de todo, hay una luz al final del túnel, y esa luz es un Nuevo Acapulco.
Podemos pensar, y es perfectamente posible, en un Nuevo Acapulco limpio, ordenado, seguro y libre de delincuencia, con infraestructura y servicios de primer mundo, que compita no solo con otros destinos turísticos de México, como Cancún y la Riviera Maya, la Riviera Nayarit, o Los Cabos, sino con los más importantes destinos del planeta. Por qué no podría un Nuevo Acapulco competir con Bora Bora, Hawaii, Ibiza, Cerdeña, Turcos y Caicos, Seychelles, Bali, Soneva Kiri, etc. Belleza natural le sobra a la bahía, y experiencia en servicios turísticos ni se diga. Faltaría hacer una gran inversión, blindarlo del crimen, y recuperar la cultura de servicio.
Pero más que nada, se requiere altura de miras por parte del gobierno. Mientras siga pensando que la reactivación consiste en reconectar la luz, dar algunos estímulos fiscales y repartir despensas, no iremos más allá. Desde luego que ello es indispensable en un primer momento, pero es insuficiente. Se necesita una gran visión, una visión que hoy no está ahí, pero que en un futuro próximo podría estar, y en consecuencia un Nuevo Acapulco podría estar por venir.