LA ‘EMOCRACIA’ Y SUS CONSECUENCIAS Por Esther Quintana
Empezaré por subrayar el asunto de la polarización emparentada con la radicalización, que le están ganando a ojos vistas, terreno a la inteligencia, a la cordura, al diálogo respetuoso de la política, entendida esta como instrumento de generación de bien común en una sociedad civilizada.
Las causas de esta situación son una real amenaza a la democracia, a la convivencia y hasta a la salud mental de la ciudadanía. Confundir a las personas en sus ideas representa dos peligros que debieran estremecernos, uno de ellos es el político y el otro el social. El político lo tenemos galopante y rampante, nomás hay que hacer conciencia del grado de radicalismo y de polarización, de decrecimiento de confianza, provocada por lideretes con rasgos autoritarios… ¿Qué gestan? Una democracia de la peor calidad, sumadas, acciones políticas erradas que dañan en lo económico y en lo social, provocando una merma al estado de bienestar que deja a la población en un estado de vulnerabilidad que la convierte en presa farsa de cualquier mercanchifle de la política.
Y en lo social, fragmenta a la población en grupos que se detestan, intoxicados de una animadversión que les impide sostener un diálogo racional y razonado. Subir el tono a veces en la declaración política no es lo ideal pero pasa, lo que no se vale es convertirlo en práctica consuetudinaria. La discusión en el ámbito político suele ser vehemente, no obstante, lo que resulta inaceptable es negarle legitimidad política al adversario nomás porque piensa diferente y atreverse hasta apuntar que no tiene representación alguna. Politizar, es PELIGROSÍSIMO, desgastante.
Y hoy día en el trajín de las redes sociales, se han brincado todas las barreras de contención. Las redes tienen elementos dañinos en grado superlativo. Escribir tuits provocadores, con retórica demagógica, están alimentando más y más esta radicalización, este divisionismo entre hermanos de la misma patria. ¿Y sabe qué es lo peor? Que hay millones que los asumen como verdad de sangre.
Me preocupa como mexicana, como ciudadana la elección que tenemos en puerta el próximo 2 de junio. Con una sociedad polarizada y de ribete acicateada por la irresponsabilidad de políticos sin patria ni matria, dispuestos a lo que sea con tal de ganar la elección, pero a lo que sea y como sea, ¿Quo vadis, México? ¿Por qué renunciar a nuestra capacidad de escucharnos?
No nos hagamos… nadie tiene la razón inmersa en su persona. ¿Por qué hacer nuestro un comportamiento irracional? No nos es fácil debatir con personas que piensan diferente a nosotros y mucho menos a admitir que estamos equivocados ni a tener los arrestos para incorporar sus puntos de vista.
No nos ceguemos, lo que define a los humanos no son las ideologías ni las plataformas electorales de los partidos políticos, sino los valores. Sino tendemos puentes estamos finiquitando nuestra propia naturaleza gregaria. ¿Por qué privilegiar lo que nos separa en lugar de los que nos une? Dejemos al hígado fuera de esto, no les demos juego a nuestras emociones, con estas últimas juegan a placer los políticos de carrera, sobre todo aquellos que carecen de principios y que hay de todos los colores. Eso es lo que destruye la confianza y desune a la sociedad. Es de sentido común, proteger nuestra democracia aunque esté enclenque y anémica por culpa del valemadrismo, la indiferencia y la complicidad, o nos van a tragar el autoritarismo el populismo dominante.
El populismo OJO, en su versión más deleznable, propone soluciones rápidas, fáciles y ramplonas. El filósofo Daniel Innerarity subraya que “los conflictos se vuelven irresolubles cuando caen en manos de quienes los definen de manera tosca y simplificada”. ¿Quiénes son sus presas más fáciles? Los que sienten que ya no pueden estar peor. El politólogo español Manuel Arias Maldonado, experto en el tema, dice y dice bien, que el populismo es una muestra de la tendencia a la sentimentalización irracional de las demandas ciudadanas, ya que “apuntan en una misma dirección: hacia un movimiento de introversión agresiva dominado por las emociones antes que por la razón”.
Y Niall Fergusson, el historiador inglés, señalaba que “ya no vivimos en una democracia. Vivimos en una ‘emocracia’”, y no está errado, actualmente las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos aplastan a la razón. Y si a todo esto le suma la ausencia de educación cívica, la banalización de la política, la orfandad de principios y valores éticos, y la endeble cultura democrática que arrastra un número considerable de personas, pues estamos aviados. Los radicalismos tienen campo propicio.
Por otro lado, cuando los extremistas radicales, sean de derecha, sean de izquierda, gobiernan, suelen arroparse con los vestidos de la superioridad moral y se sienten más puros que la inmaculada. Y su verbo vocifera que “los buenos son los que están conmigo” y los “malos quienes no lo están”. Y esto es historia antiquísima, échese un clavado a los hechos de Stalin, de Hitler, de Mussolini, de otros más de la América, como Castro y Chávez… Estos tipos tuvieron una conexión emocional con la gente de 100 y nomás ponderen las atrocidades causadas. Cabeza, no corazón. Razones, no emociones.