POR FAVOR SEA CIUDADANO Por Esther Quintana
“El valor de una nación no es otra cosa que el valor de los individuos que la componen”. John Stuart Mill.
El fenómeno de la indiferencia es una especie de “auto destierro social”, es como decirse a uno mismo, “a mí me vale sorbete cuanto sucede a mi alrededor, me dedico a lo mío y que se haga la voluntad de Dios en las mulas de mi compadre”.
La realidad mexicana está en vecindad cotidiana con la tragedia, pero esa tragedia ni escandaliza, ni moviliza. El grueso de la población permanece “refugiado” en su Nirvana particular, aunque al país se lo esté cargando la trampa.
La inseguridad que priva en tantas entidades federativas es escalofriante, se asesinan personas a plena luz del día, dentro y fuera de sus casas, la delincuencia organizada domina calles y poblaciones completas, cobra hasta derecho de piso, van al alza los feminicidios, los servicios de salud pública están no para llorar, sino para reclamar a gritos la falta de medicamentos, de tratamientos para personas cuyas enfermedades los demandan o se mueren, la educación deja todo que desear, no mucho, todo.
Estoy hablando de tres derechos fundamentales que el Estado, entendido como organización, tiene el deber de solventar y no lo hace, y no pasa nada, nada. Hay implicaciones éticas en esta debacle, pero no constituyen motivo de preocupación, no les quita el sueño ni a las autoridades, ni a los políticos, ni a millones de mexicanos. Decidieron que se trata de algo común y corriente, “natural”… ¿De verdad usted estima que esto es algo “normal”? ¿Qué no implica ninguna responsabilidad para nadie?
Indiferencia es un término emparentado con lo frío, con el desafecto, con el desinterés. El diccionario de la Real Academia Española la define como un: “estado de ánimo en el que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado; no hay ni preferencia, ni elección”.
Pongo en paralelo un evento del pasado por lo que significó y el precio que se pagó: el exterminio nazi. Un pueblo culto como el alemán se dejó arrastrar por el discurso incendiario de su líder. Los convenció de que eran lo non plus ultra, la historia ya la conocemos.
Bertolt Brecht, el dramaturgo y poeta alemán lo expresó así: “Primero se llevaron a los comunistas pero a mí no me importó porque yo no era. En seguida se llevaron a unos obreros pero a mí no me importó porque yo tampoco era. Después detuvieron a los sindicalistas pero a mí no me importó porque yo no soy sindicalista. Luego apresaron a unos curas pero como yo no soy religioso tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde”.
Yo no quiero llorar así por lo que viene para nuestro país si lo permitimos. Si seguimos nadando de muertito y fingiendo que aquí no pasa nada, pasará. Quien hoy desgobierna este país nuestro no tiene escrúpulos.
Quien miente todos los días y pasa por encima de la ley porque él es la ley, y manipula a millones de mexicanos aprovechando su marginación material e intelectual, y trabaja a todo lo que da para desaparecer la división de poderes y a cuanto organismo autónomo que le represente “peligro” a su expansión plenipotenciaria, quien ha permitido el empoderamiento del narcotráfico y anexas, quien se ensaña y califica como sus enemigos a todo aquel que no le rinda vasallaje y discrepe de las barbaridades que está haciendo, quien envía iniciativas de ley a sus esbirros en las Cámaras del Poder Legislativo para que los jueces sean electos por el pueblo, para que las elecciones sean organizadas por el propio gobierno, para que la jornada laboral sea de 40 horas, con el riesgo de provocar que no se generen empleos, el cierre de empresas o un aumento de la informalidad, que en el país es de 55.4% de la población económicamente activa, etc., no vale un céntimo.
Cuando se es indiferente se abdica de la responsabilidad social que todos tenemos, se mandan a paseo los ideales colectivos y los que se entronizan son la ausencia de humanidad y el egoísmo. No participar en los asuntos de tu comunidad te denigra como individuo, te descalifica como miembro de la sociedad.
Vuelvo a Bertolt Brecht, él decía que el peor analfabeto es el analfabeto político. Se aferra a volver la cabeza hacia otro lado, se niega a aceptar que el costo de la vida, la paz, la seguridad pública, dependen de sus decisiones.
El analfabeto político es tan duro de entendederas que se enorgullece diciendo que odia la política. No sabe, porque se niega a saberlo, que su ignorancia política gesta prostitutas, niños abandonados, y lo peor entre lo peor, políticos corruptos, vividores del sistema, serviles hasta la médula.
Maquiavelo lo advirtió desde el siglo XVI, enfatizando en que si no hay ciudadanos comprometidos, capaces de vigilar y combatir a los “arrogantes y los viciosos” –y mire usted que en el país tenemos de a ma… de a montón- y de empeñarse en la búsqueda del bien común, la república fallece y se convierte en un sitio en el que unos pocos mandan y los demás obedecen.
En su texto Odio a los indiferentes de 1971, Antonio Gramsci expresa: “Vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano…”
Con todo respeto a los jóvenes, participen, cómanse al mundo con su ímpetu, su creatividad, activismo y deseos de una sociedad mejor. No se fastidien su propio futuro. La juventud no es eterna. Y a los adultos, pues asumamos nuestra responsabilidad. La vejez está a la vuelta. Y de seguir como vamos, no esperen ni paz ni arropo.
Y ya para cerrar, si salieron sorteados para ser funcionarios de casilla el próximo 2 de junio, por favor cumplan con su deber. La elección debe ser cuidada y vigilada por ciudadanos capacitados para ello, no con los que están formados en la fila. Así se fraguan los fraudes electorales y lo que le sigue. Ya tuvimos dos dictaduras.