LOS MILITARES, LA LEALTAD Y LA OBEDIENCIA. Por Salvador I. Reding V.
Reflexionemos un poco: la milicia, a través de la historia y del mundo tiene su propio ser, sus propios esquemas de valores y principios, su propio concepto de lealtad, de disciplina y su visión de vida, la personal y la ajena. En México, las fuerzas armadas no se diferencian en principio de las del resto del mundo respecto a cómo se ven los militares a sí mismos.
La formación que se da a soldados y cadetes tiene en general las mismas bases, cualidades y defectos que las de la mayoría del mundo. La visión de la historia patria y el papel que la milicia ha desempeñado a través de la misma se centra mucho precisamente en las acciones militares, de guerra, de revoluciones, de caudillos militares, tanto en lo que fueron en la realidad como en lo que se interpreta a distancia de los años.
Una de las principales características de la formación y actuar militares es la obediencia al mando (que en mucho imitan los policías). Se inculca que el superior tiene siempre la razón, y si no se sabe el por qué toma tal o cual decisión y gira órdenes de obedecerlas el superior sí sabe. Las órdenes “no se discuten, se cumplen”, es regla milenaria de los ejércitos del mundo. Y eso para bien y para mal; muchas veces, en casos de crisis y conflictos populares, más que hechos de guerra extranjera, para mal, eso por razones políticas de intereses de los altos mandos militares con autoridades o liderazgos civiles.
El caso de mandos de las fuerzas armadas argentinas, sometidos a juicio tras sus dictaduras militares fue el alegato de los acusados de crímenes con un falso concepto de “la obediencia debida”. Y no puede ser así, todo militar debe sujetar sus acciones a la lealtad a la patria y a sus estructuras legales, constitucionales y de otras leyes antes que a sus superiores. En México, como en muchas naciones, la legislación en materia de disciplina y justicia militares penaliza el abuso del poder y las acciones criminales, incluyendo las de obedecer órdenes ilegales.
Hay y ha habido en las milicias del mundo un sentido de lealtad que se llega a confundir, lamentablemente, y que cuando ha sido para mal ha puesto a los militares al servicio ciego de causas contrarias al bien común. La lealtad a la patria, a la que se debe entregar quien se incorpora a fuerzas armadas, es la esencia del sentir militar, y para eso se vive. Pero luego hay una confusión entre la lealtad a la patria y la lealtad a quienes ejercen el poder nacional, o local y hasta a sus partidos políticos.
Y por esos principios de lealtad (ciega) y sumisión a las órdenes superiores, es que hasta ejércitos completos en conflictos de guerras intestinas, cambian de bando cuando así se los ordena el jefe. La historia del mundo está llena de ejemplos vividos. La lealtad y la orden superior son dos ejes principales del actuar militar. Y eso ha llevado al mundo tanto a acciones militares de justa defensa, como de injusto ataque a terceros, por ambiciones políticas de los dueños del poder nacional, y hasta a ponerse en contra de sus propios connacionales.
Todo militar o marino de guerra, al iniciar su incorporación a fuerzas armadas, ha recibido suficiente instrucción sobre sus obligaciones conforme a las leyes civiles y militares, en especial los formados como oficiales en escuelas y academias de ejército y marina de guerra. Así que no pueden decir que no lo sabían cuando actúan fuera de la legalidad “por órdenes superiores”. Igualmente los mandos militares, desde cabos a generales, no tienen ninguna autoridad ni legal ni moral para dar a sus subalternos órdenes contrarias a Derecho, y menos aún a exigirles que las cumplan y penalizarlos por no hacerlo.
A través de la historia, el mundo ha visto cómo militares y hasta policías actuando bajo los mismos torcidos principios, han atacado, fusilado y masacrado a civiles indefensos, destruido y robado sus bienes por órdenes aberrantes de sus superiores. Atacan, destruyen y matan sin pensarlo porque “tienen que obedecer”, tanto en guerras en el extranjero como en el propio país del que se supone son protectores de su seguridad y vida.
Amén de legislaciones nacionales de la milicia, también internacionalmente existen obligaciones frente a las personas, combatientes o no, ante los abusos de fuerzas militares. Los Convenios de Ginebra o Convenciones de Ginebra son el conjunto de cuatro convenios internacionales que regulan el derecho internacional humanitario, cuyo propósito es precisamente la protección a las víctimas de los conflictos armados. Todo militar debe tener al menos nociones básicas de este llamado Derecho de Ginebra.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la rendición de la Alemania nazi, un tribunal militar internacional sometió a juicio a los nazis de alto rango en Núremberg por crímenes contra la paz, de guerra y contra la humanidad, imponiendo la sentencia de muerte a doce acusados, responsables de dar y exigir órdenes criminales. En el ámbito internacional se hicieron valer los derechos de las personas por crímenes ordenados al ejército alemán por esos acusados y sentenciados.
La obediencia ciega por órdenes ilegales en contra de poblaciones indefensas, no ante rebeliones armadas e insurrecciones contra un gobierno legítimo, por más que se repitan en el mundo, seguirán siendo criminales, delitos, contrarios a Derecho, y también contra el orden moral. Igualmente la historia cuenta de casos en los que militares y policías también se han negado a obedecer órdenes de atacar a ciudadanos indefensos e inocentes y sus familias, dentro y fuera de su país. Y esto es ser íntegros y obedientes a sus principios de vida y al orden jurídico de su patria, sobre los intereses de dictadores y tiranos.