La elusiva seguridad
Por Alejandro Díaz.-
En los primeros tiempos del México independiente hubo decenas de bandas de asaltantes. A lo largo del país grupos de maleantes dominaban caminos y asaltaban pueblos y haciendas. Las escenas de “Los bandidos de Río Frío” de Manuel Payno eran pálido reflejo de lo sucedido. Estos forajidos continuaron asolando por años el país sin que las autoridades lograran controlarlas por completo.
Hubo momentos de tranquilidad pero las bandas siguieron asolando el territorio nacional hasta que Porfirio Díaz estableció lo que se llamó “La Paz Porfiriana”. Métodos radicales que ahora los gobiernos no deben utilizar por considerarse violatorios de los Derechos Humanos. Pero sí inhibió a los grupos delincuenciales.
Los gobiernos que hubo después del período revolucionario no tuvieron problemas graves de violencia hasta que apareció el narcotráfico. Este problema se origina a partir de la Segunda Guerra Mundial por la petición norteamericana para que México cultivara la amapola. De esta planta se produce la morfina que requerían sus hospitales castrenses. De ese modo floreció el cultivo de narcóticos legales en México. Al término de la Guerra prohiben el cultivo de las drogas, pero ya muchos habían aprendido a cultivarlas y lo siguieron haciendo. Al mismo tiempo, en Estados Unidos y el resto de los países industrializados siguieron consumiendo drogas.
Esa mezcla de alto consumo y proveeduría cercana desató la violenta situación en que vivimos: quienes trafican con la droga se agruparon en cárteles que dominan la producción, trasiego y distribución de drogas. Atienden en especial el mercado norteamericano por su importancia económica, pero también lucran con secuestros, robos a trenes, ductos y tractocamiones. Durante sexenios se les dejó operar o se simuló combatirlos ante la presión norteamericana (que por cierto nunca hizo nada por inhibir el consumo de narcóticos ni la distribución de ellos en su territorio). Era tan grande su poder que autoridades locales y federales no los combatían. Los grandes cárteles eran tolerados cuando luchaban fieramente por lo que consideraban su territorio, asesinando sin piedad a los adversarios.
Cuando el Presidente Calderón buscó contener a los cárteles y comienza a eliminar o detener a sus jefes, se destapa la lucha fratricida entre los del mismo cártel por la razón anotada: control del territorio. El número de homicidios se eleva exponencialmente pero sus víctimas siguieron siendo otros narcotraficantes, incluso vendedores al menudeo. Pero cuando algunos cárteles se diversificaron, comenzaron con secuestros y otros crímenes, por lo que la cifra creció.
Peña Nieto siguió combatiendo a los cárteles, y los homicidios siguieron aumentando. El actual Presidente dijo que él cambiaría la forma de combatirlos pero aún no disminuye la cifra de homicidios, inclusive el primer semestre de este año ha sido el más sangriento de la historia.
Se requiere una nueva estrategia para disminuir los homicidios. Ha subido tanto el número de homicidios, que afecta ya a ciudadanos ajenos al círculo del narcotráfico. La población de todo el país está alarmada. El Presidente no le da importancia a esta cifra mortal, y tendrá que escoger si sigue cerrando los ojos, si incrementa la presión policial y militar, si negocia con los principales cárteles (que pocos recomendarían) o si sigue la inercia que aumentaría la cifra de homicidios.
Es mejor que se decida pronto antes que la exigencia popular demande que inhiba los homicidios. Lo que si no puede declarar es que para acabar con el narcotráfico y los homicidios pida a los consumidores norteamericanos que dejen de consumir drogas. Sería igual de ingenuo que pedirles a los criminales que dejen de matar.
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