El PAN, 80 años (1)
Por Juan José Rodríguez Prats
La mayor forma de frustrar la realización efectiva
de justicia es llevarla a la calidad de ley.
Manuel Gómez Morin
La política se resquebraja, siempre ha estado en una tensión permanente entre ideales y hechos, pero lo que sucede en México y el mundo es, por decir lo menos, patético. Se habla, inclusive, de la época de la antipolítica, la negación de la posibilidad de organizar la sociedad para alcanzar una convivencia civilizada con acceso a niveles mínimos de bienestar. La pregunta es la misma, cómo hacer para que los gobernantes ejerzan el poder en beneficio de sus pueblos.
Hoy, cuando los filtros de la democracia fallan, arriban al poder personas descalificadas para ejercerlo. Si no hay calidad en las personas, lo cual implica ejercicio de virtudes fundamentales, no hay política. Tal parece que los ciudadanos del mundo han perdido la intuición para votar racionalmente.
En este contexto, es pertinente reflexionar sobre la doctrina panista y sus personajes. Hablar del PAN es hablar de Gómez Morin, su personalidad destaca como ejemplo. Todos lo recuerdan por ser amable, generoso, sencillo. La hazaña de haber creado un partido desde la ciudadanía, en 1939, en mucho es consecuencia de los afectos que sembró en todo el país. Lo comparo con cuatro de sus contemporáneos:
Adolfo Ruiz Cortines. Hombre responsable y honesto, no creía en la democracia. Asumía como su deber cuidar la estabilidad en todos los órdenes. En contraste, don Manuel pensaba que si el sistema político perseveraba en su autoritarismo, se convertiría, como finalmente sucedió, en un cascarón vacío.
Lázaro Cárdenas. Gobernó con el principio de que solamente el Estado cuidaba el interés general. Consideraba que, confiriéndole, mayores competencias, se vigorizaba la justicia y la soberanía. Gómez Morin, como liberal, prefería un Estado acotado, confiando en la iniciativa de los particulares.
Vicente Lombardo Toledano. Prolífico creador y líder de varias organizaciones políticas, siempre apoyado por el gobierno. Don Manuel fue rabiosamente independiente, celoso de su capacidad crítica.
Alejandro Gómez Arias. Tuvo la fama de ser el más brillante de su generación. Sin embargo, por cuidarla en exceso, desechó muchas oportunidades de servir a México. Al final de sus días reconoció que su vida había sido estéril. Gómez Morin siempre fue consecuente, asumió grandes riesgos para defender sus ideales.
En la discusión sobre cuál de sus facetas fue la mejor, Carlos Castillo Peraza afirmaba que era la de legislador. A los 21 años, en el octavo aniversario de la Universidad Nacional, expresó: “Porque no es escribiendo leyes en el papel, sino grabándolas en bronce en la conciencia nacional como se enaltece y se hace libre a un pueblo”. Creía más en la voz moral de la persona, en su autonomía, en actuar conforme a convicciones y principios, no en la sumisión para acatar el mandato de la autoridad. Creía en los valores humanistas, en el potencial del trabajo humano, en la solidaridad.
En su sepelio, el jurista Rafael Preciado Hernández expresó: “Cómo se entusiasmaba don Manuel hablando de la dignidad del derecho, de la imponente majestad del derecho auténtico, del derecho justo”.
A partir del inicio de nuestra transición hacia la democracia, se han generado malas leyes, se ha manoseado el derecho y, en consecuencia, se ha relajado su observancia. Gómez Morin condenaría la elaboración de una constitución moral o los demagógicos códigos de ética, elaborados, quién lo diría, por su partido.
Fue un estudioso profundo de dos materias, desafortunadamente subestimadas en la enseñanza del derecho: sociología, para conocer la realidad a transformar, y filosofía del derecho, para saber hacia dónde dirigirla.
Era un idealista pragmático, un planeador realista. Su frase: “Que no haya ilusos para que no haya desilusionados”, sigue vigente.
Hoy el cambio más urgente, paradójicamente, consiste en cumplir la ley. Así de sencillo, así de complicado.