Buscar por

Sobre aviso no habrá engaño

Por Julio Faesler

Va creciendo la opinión en varios sectores, antes resueltamente contrarios a todo lo que podía referirse a la nueva administración presidencial que, bien vistas las cosas, México necesitaba un cambio profundo en sus conceptos políticos y formas de actuar.

Ha transcurrido el temido primer año con Andrés Manuel López Obrador. Al lado de decisiones muy discutibles que decretó, aparecen varias realidades que pintan un escenario más tolerable y hasta aceptable. Particularmente las macroeconómicas.

El respeto que el presidente le tiene a la yunta SHCP–Banco de México le ha rendido frutos: la inflación con la que termina 2019, ligeramente inferior al 3%; el buen comportamiento del peso frente a la divisa estadunidense y la aprobación de un presupuesto equilibrado son datos que agradan a los observadores financieros.

Preocupa, por el contrario, el estancamiento general de la economía, la insuficiente creación de empleo y la escalada de precios de alimentos que ya despuntó.

El panorama es mixto y alienta optimismo. Pero, por encima de las estadísticas, desconcierta sobremanera la terquedad con que nos asuela la violencia más primitiva que, con jactancia, a diario agrede en todas las formas imaginables a la inerme sociedad. Este siniestro fenómeno se atornilló en lo cotidiano y no tiene solución mientras que por doquier reine la sique que todo lo soluciona a base de insultos soeces en las redes o, afuera, a balazos. Hay que transformar la mentalidad negativa en actitud constructiva confiada en la capacidad personal y la fuerza indomable del optimismo que da la educación.

Pero la evolución que urge a la comunidad no emergerá, por si sola, desenvolviéndose a su propio ritmo acompasado y vegetativo para que luego tenga a bien llegar a los deseados niveles de la madura concordia productiva que nos colocarán en la compañía de los más adelantados y prósperos pueblos del mundo. La tarea atañe al gobierno que realiza con los ciudadanos la evolución pareja de todos. En este trabajo el papel del congreso es primordial y con ello la oportunidad que ahora nos llama.

Las experiencias contradictorias de 2019 dejaron claro que hay que apretar el paso y saber responder pronto y con eficacia inmediata a cada uno de los retos que tenemos en frente. Se pide desplegar una energía convencida de que sí somos capaces de superar nuestros propios problemas como lo hacen otros pueblos que, sin valer más que nosotros, actúan con decisión colectiva para poner remedio a situaciones inaceptables, porque saben que las cosas no suceden por sí solas.

2020 es el año en que hay que preparar los momentos políticos que 2021 nos presentará con elecciones federales y estatales. Desde ahora se necesita una acción ciudadana y poner en práctica el rescate de valores democráticos como los años ochenta y noventa del siglo pasado cuando la sociedad mexicana, en prácticamente todos sus niveles y actividades, se alzó resuelta a exigir y a obtener un trato digno de las autoridades para el voto ciudadano depositado en cada pueblo y estado de la república.

Ese blanco fue el que inspiró y dinamizó la energía general que sumó la masa crítica que acabó con décadas de descuido y abuso del partido oficial que parecía enquistado para toda la eternidad.

El ciclo se repite. Las elecciones para diputados en 2021 son la coyuntura para que la cámara baja de nuestro Congreso se integre con la diversidad de banderas políticas y de sectores de la sociedad civil que aseguren la vigencia de la democracia genuinamente participativa e incluyente, por la que muchos próceres de este y el pasado siglo se sacrificaron por establecer, pero que se ha diluido.

Para lograr un Congreso realmente representativo de todas las fuerzas políticas válidas que deben formar el poder legislativo necesitamos lanzar candidatos idóneos y comprometidos que se encuentran entre nuestros conocidos y amistades. Sus campañas darán voz y sustancia a las demandas de todos los mexicanos para que nuestro parlamento trabaje con sentido de unidad nacional y no sectario.

Dejar que las elecciones del 2021 pasen sin haber participado en ellas es tanto como declarar no interesarnos por el rumbo que llevará el país, y con ello, ni por el contenido de las decisiones públicas ni por sus consecuencias que a diario nos afectarían. Sobre aviso no habrá engaño.