SER O NO SER IDIOTA
Alejandro Díaz.- La expresión “idiota” -insulto, calificativo, grosería- no siempre se usó así. Vocablo proveniente del griego antiguo, donde los asuntos públicos se abordaban en la plaza (en el “ágora”) de cada población, para decidir gobernantes, impuestos y destino de los recursos. Entonces los ciudadanos estaban obligados a participar y a votar las decisiones; quienes lo desdeñaban y solamente se ocupaban de sus intereses eran llamado “idiotas” como descripción de su interés por sólo lo propio.
Los ciudadanos que se interesaban en asuntos públicos y sí participaban eran llamados “polites” de la que se desprende nuestro vocablo “político”. Todos ellos podían hablar y argumentar a favor de iniciativas sin más compromiso que el votar y aceptar las decisiones de la mayoría. Algunos por sus virtudes ciertamente eran escogidos como dirigentes pero sus actos siempre sujetos a ser revisados, y juzgados, por la asamblea.
Político e idiota en la actualidad tienen acepciones distintas al original. El primero ahora se usa para referirse a quien ocupa su vida en forma profesional como parte de un equipo que interviene en asuntos que tienen que ver con el manejo de los dineros públicos. Ocasionalmente también se ocupan en asuntos referentes al bienestar de los ciudadanos, pero por desgracia no siempre lo tienen como objetivo principal.
El término “idiota” ya no se usa para designar a quien sólo se aboca a sus intereses particulares, ahora se usa básicamente para insultar o para describir a quien no concuerda con nuestro modo de pensar. Aunque también se emplea en medicina para catalogar deficiencias mentales, los idiomas modernos usan y abusan de esta expresión, haciéndolo sin mayor relación con el concepto inicial.
No es posible volver a la democracia griega porque tenemos poblaciones enormes y la vida actual es mucho más compleja. Si bien siempre se requerirá que haya quien atienda los servicios públicos, los políticos siempre deben continuar sujetos al minucioso escrutinio popular. Nadie debiera molestarse porque un ciudadano le reclame el por qué se enriquece con obras o contratos públicos, sea de manera personal, o a través de otras personas, inclusive de parientes.
Escoger a los políticos para que todos siempre sean responsables es tarea digna de Hércules. Pero no es así el cambiar la actitud de los ciudadanos para que dejen de ser “idiotas” en el sentido original de la palabra y se interesen en los asuntos públicos. Comencemos con cada uno de nosotros. No hace falta ingresar a una asociación o a un partido político, importa opinar sobre si las acciones de gobierno están bien o mal hechas y encauzar la opinión en forma constructiva.
No se trata de saturar de mensajes las redes sociales. Cada quien debe encontrar formas de unir sus opiniones con la de otros ciudadanos que piensen de manera similar y hacerlas llegar a quienes puedan verbalizar sus inquietudes. Aún quienes tienen aversión por los partidos políticos pueden encontrar cauces independientes para poder manifestarse pues siempre habrá periodistas y académicos muy receptivos.
En la medida que entre nuestros conciudadanos haya menos “idiotas” que eviten involucrarse en asuntos públicos habrá más “polites” que harán trabajar de mejor manera a los políticos profesionales. De cada uno de nosotros depende si la sociedad en conjunto pueda avanzar hacia una donde los políticos en verdad sean sus servidores y la virtud sea costumbre. ¡Asumamos nuestra dosis de responsabilidad!
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