*_DON MIGUEL… DON QUIJOTE… Por Esther Quintana Salinas*_
Con afecto y admiración a mi amigo, Juan Antonio García Villa
Supe de ambos a los 9 años de edad, me los presentó mi maestra de quinto grado de primaria, la Madre Agustina. Todos los viernes de doce a una de la tarde nos leía un cuento y suspendía la lectura en lo más emocionante de la misma, la gritería de las chiquillas que formábamos su alumnado protestábamos a voz alzada, y ella sonreía de oreja a oreja. Estaba logrando su cometido. Esto lo entendí mucho después. Ella quería despertarnos el gusto por la lectura, quería aficionarnos a la misma. Y con muchas niñas, entre ellas yo, lo consiguió. Por supuesto, en aquellos años de mi infancia yo no ponderaba la magnitud de ese hábito que me marcaría para siempre, y que hizo y sigue haciendo maravillas en mi interior. “Yo hasta aquí llego por hoy, ya es hora de salida, de modo que hasta el otro viernes…” – decía la religiosa. “No, no…. – pedíamos a coro – siga con la historia…” Hice que mi madre me comprara el libro, y me enamoré para siempre de don Alonso Quijano y del “bueno de Sancho Panza”, como decía la canción de Mariano Morones.
Mi imaginación es pródiga, pero en aquella preciosa edad campeaba a sus anchas, igual que el galope de Rocinante cuando el viejo hidalgo se enfrentaba a los enormes molinos de viento que eran los gigantes y los rebaños de ovejas que concebía como soldados, con una lanza que jamás se rendía. Cuando tuve el texto en mis manos lo abrí emocionada y empezó la historia: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro…” Tengo una pequeña estatua de madera del personaje de don Miguel, la veo con cariño y con admiración, me trae una marejada de recuerdos de mis años niños. Don Quijote, el de la triste figura, largo y flaco, pero de mirada asombrosamente luminosa, en contraste con la humanidad de su cuerpo enjuto. Le debemos tanto a su creador, a don Miguel, jamás se ha vuelto a escribir una obra de la magnitud literaria del Quijote de la Mancha. Es la obra cumbre de la literatura universal y escrita en la lengua más bella y vasta que existe, el castellano. Nuestra lengua le debe mucho a don Miguel, no solo por haberla enriquecido, porque en su tiempo, como bien lo apunta el cervantista coahuilense, don Juan Antonio García Villa, el español no era precisamente la lengua que hablaba la clase pudiente, “los cultos”, sino la que salía de boca de los no escolarizados, para decirlo de manera educada, y Cervantes le dio belleza, y sobre todo, la salvó de la extinción a la que parecía estar condenada. Menuda deuda tenemos con don Miguel todos los pueblos de habla hispana y no se diga los de la Iberia.
A través de la lectura de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, se tiene el privilegio de conocer a uno de los hombres más sabios de todos los tiempos. No tenía estudios universitarios, era un lego, como llamaban a quienes carecían de formación académica, no obstante, Don Miguel, era un hombre que leía mucho y viajaba, y eso le dio una vasta cultura. Y si a ello se le suma que era un conversador apasionado, a más de observador y curioso, se explica la riqueza de su obra. Conocía todos los estratos sociales y ambientes de su época, el campo, la ciudad, la España de su tiempo, que por cierto cuando escribe su novela no estaba pasando por sus mejores días. Y todas esas vivencias aprendidas de primera mano, y sin duda los valores y principios éticos que anidaban en su interior, se vacían en el texto inmortal salido de su genio. Cervantes toda su vida fue pobre, nació y murió en esa condición, pero ni se amargó ni se dio por vencido jamás. Habla su pluma por la boca del hidalgo chiflado, enloquecido por la lectura de tanto libro de caballerías, que dominaron los años anteriores al nacimiento de la primera novela de la literatura moderna del siglo de oro de la lengua española, el Quijote. Su obra es una crítica burlesca a los libros de caballería. De ahí el escudero, imprescindible para el caballero, y la suma de Sancho Panza a su locura. Y el invento de Dulcinea del Toboso, una moza de taberna. A través de Alonso Quijano, Cervantes retrata las injusticias de su tiempo, y ni como lo callaran o condenaran, si hablaba quien no estaba bien de sus cabales. Esto es magistral. El personaje creado por Cervantes posee una personalidad única, rica en cualidades y valores que no han perdido ni perderán vigencia, y que sería bueno que nosotros, los hombres y mujeres de hoy, tratáramos de vivir, entre otros: humildad, lealtad, valentía, sentido del deber, agradecimiento, civilidad, caridad, sentido de libertad, constancia, amistad, justicia, respeto, honestidad, dignidad. Don Quijote de la Mancha es un canto a la libertad, Cervantes, destaco, se valió del caballero andante para defender su concepción del mundo, radicalmente distinta a la que imperaba en la que él vivió.
Los invito muy respetuosamente a leer don Quijote de la Mancha. Ah… y ojalá que la clase gobernante también se diera su tiempo. Don Miguel, siempre agradecida.