Acerca del suicidio de europa
Luis Fernando Bernal.- En 1978 se aprobó el aborto en Italia. Una aprobación temprana, ya que en otros países de Europa ésta se fue dando gradualmente, sólo para condiciones específicas, que se irían ampliando con los años hasta dejarlo como libre decisión de la mujer, antes de los 3 meses de embarazo.
En Italia, desde entonces, se incrementó el número de abortos, año con año, hasta llegar a su cifra récord en 1982. Después, la evolución de los anticonceptivos y de las pastillas abortivas –especialmente las conocidas como “del siguiente día”— facilitaron la infertilidad, pero el daño estaba hecho. A partir de ese 1978, luego de más de 20 años en que Italia tuvo aumentos de población, en promedio, de 300,000 habitantes por año, su población fue bajando marcadamente el ritmo de crecimiento. En ese año aumentó ya menos de 200,000 hab.; en 1980 menos de 100,000; en 1982, año en el que hubo más abortos, su población se estancó; y así hasta 1986 en que tuvo un primer decrecimiento. En los siguientes años, su demografía se vio frenada abruptamente con aumentos casi imperceptibles hasta el año 2002. En esos 20 años de crecimiento cero, se dio un fenómeno significativo: el porcentaje de población menor de 15 años de edad, es decir, la niñez, iba decreciendo, y el porcentaje de población mayor de 65 años, o sea, 3ª edad, iba aumentando. Precisamente a la mitad de ese periodo, en 1991, se da el cruce: la población de más de 65 años por primera vez supera a la menor de 15 años, y esta tendencia ha continuado y aumentado, de manera consistente.
A partir del 2002, hasta 2013, la población italiana aumentó otra vez un promedio de 250,000 hab. por año, pero esto fue consecuencia, principalmente, de la inmigración que fue incrementando su número, debido a que Italia ya no podía substituir con su propia población la fuerza de trabajo que requería. De 2.5% que representaban de la población de Italia en 1991, los migrantes son ahora el 10.4%. Desde el año 2014, aún con el aumento de la población migrante y de que ésta sí tiene hijos, la población italiana ha venido decreciendo hasta hoy. El índice de fecundidad (promedio de hijos por pareja) de Italia, en 2018, fue de los 3 más bajos del mundo: 1.29, lo que implica que ya no hay substitución poblacional. Para que ésta se mantenga de forma natural debería ser, mínimo, dos hijos por pareja. Sólo España le compite en ese rubro y también Corea del Sur, aunque en este país la población infantil todavía es más que la de 3ª edad. La tasa de natalidad (número de nacimientos por 1,000 habitantes) de Italia sí es la más baja del mundo: 7.3, pues ya rebasó a la de Japón que durante décadas fue la más baja. Lo anterior ha llevado a que, en este país, la población infantil, tomada de 14 años para abajo, sea 13% del total, y que la población en vejez, tomada de 65 años para arriba, constituya el 22%; es decir, una pirámide poblacional antinatural donde los viejos casi duplican a los niños.
Esto que acabo de describir es una tragedia demográfica. Lo que ha acontecido en esa República ha sido, en realidad, un suicidio poblacional, gradual pero constante. Esta estructura sociodemográfica es la que ha provocado que la epidemia de Covid-19 haya azotado con tal dureza a esa nación y también a España. El país ibérico, por su parte, tiene los mismos problemas estructurales de Italia: índice de fecundidad muy bajo desde hace lustros (1.26), que ya no alcanza para la substitución poblacional; tasa de natalidad de las más bajas (7.9), sólo arriba de Japón e Italia. Pero, claramente, el indicador más terrible es que, tanto en Italia como en España, el índice de mortalidad es mayor al de natalidad. Es decir, muere más gente en su país de la que nace, cada año.
La mayoría de estos mórbidos indicadores se repiten para Alemania, con casi la duplicación de su población en vejez respecto a la infantil; el promedio de edad más alto del mundo (48.3 años) y una tasa de mortalidad mayor a la de natalidad. Alemania se ha visto en la necesidad de remediar esto, en especial, la fuerza de trabajo que su población no le provee, abriéndose con más amplitud que otros países europeos a la migración, especialmente de 5 años para acá. Actualmente, la migración representa ya un 16% de su población y va creciendo.
En el caso de Francia, sus números se presentan mejores, pero es debido a la migración constante que ha vivido desde hace décadas procedente de sus excolonias cercanas, Argelia y Marruecos. Esto significa que esa población, aunque étnica y culturalmente no sea francesa, legalmente lo es desde hace generaciones. Ella es la que ha mantenido las tasas de natalidad y de fertilidad en Francia no tan bajas como las de los otros países europeos y, también, la que ha hecho que la natalidad sea mayor a la mortandad. Sin embargo, ha habido un suicidio étnico, puesto que cada vez son menos los franceses originarios y cada vez más los franceses de religión musulmana y cultura árabe. Es difícil de saber ese dato con precisión porque el mismo gobierno francés prohíbe que en los censos se pregunte la religión y el origen étnico de los habitantes.
Hay otros países europeos, no tan grandes, o de tanto peso económico, que se están acercando a esa misma estructura demográfica, como Portugal y Grecia, al igual que varios países de la Europa Oriental: Rumania, Rep. Checa, Croacia, etc… En fin, el suicidio poblacional es un fenómeno real y evidente en Europa. Aunque es como el elefante que está en medio de la sala: es el gran problema que está generando muchos otros problemas, pero del que nadie quiere hablar. En el siguiente artículo abordaré cómo esta cuestión ha afectado la intensidad de la epidemia en ese continente, y porque nadie quiere hablar del elefante.
*Fuente de datos: datosmacro.expansión.com, The worldfact book, C. I. A., 2018-2019.