¿Alianza posible?
Esther Quintana.- El 5 de octubre de 1988 los chilenos le dieron un rotundo no a los planes de Augusto Pinochet para permanecer ocho años más en el poder. Ese resultado en las urnas, vía un plebiscito, no se dio por obra y gracia de la casualidad, demandó un arduo trabajo político y organizativo, fue todo un despliegue de acción cívica sin precedentes. Chile vivía en aquel 1986-1987, en palabras de Antonio Gramsci “un equilibrio catastrófico”, en el que Pinochet era lo suficientemente fuerte para quedarse en el poder, pero no tanto como para pasar por encima de la oposición. Y fue esto lo que detonó el movimiento a favor de tener elecciones libres. El único mecanismo que tenían para hacerlo era una disposición de la Constitución del 80, en la que se establecía que después de 16 años en el poder, Pinochet podía ser ratificado por ocho años más a través de un plebiscito. La oposición decidió aceptar el plebiscito sabiendo de antemano que se enfrentaría a toda la maquinaría del gobierno dictatorial, con la salvedad de que si no se observaban las condiciones mínimas en su implementación lo denunciarían como falso.
Convencer a la gente del no por la permanencia de ocho años fue toda una odisea. El resultado ya lo conocemos. Lo que quiero destacar, y por eso este preámbulo, es que la oposición tuvo que unirse para lograr el objetivo. La izquierda y la derecha chilenas sabían que si actuaban divididos no iban a alcanzar el no. De modo que tuvieron que hacer a un lado sus diferencias, que eran muchas y colmadas de resabios y rencores, y salir juntos a convencer a la población para que saliera a votar por el no en el plebiscito. Había que defender la democracia. Hoy día se tiene que seguir defendiéndola porque abundan los movimientos populistas autoritarios a lo largo y ancho de nuestro mundo.
Qué lástima que yo no pueda cantar con una voz engolada, esas brillantes romanzas a la gloria de la patria… Que lástima que yo no tenga una patria”.
En México tenemos elecciones el año que entra. No hay partido único, esa es una realidad, está el partido en el poder, Morena, sus satélites y la oposición, de ahí que a lo que se vislumbra, la competencia se dará con una fuerte configuración de alianzas. En lo federal, tenemos la elección de los 500 diputados, en lo local, 15 gubernaturas, alcaldías y congresos locales. El partido en el poder está más que claro que no ha crecido con la fuerza suficiente como para ir solo, pues corre el riesgo de perder, ahora cuenta además con los que le obsequió el tribunal electoral hace unas semanas. Por el otro lado está la oposición: PAN, PRI, PRD, MC, más los movimientos sociales apartidistas, como Sí por México y Alternativas Ciudadanas.
Estos son los actores que tenemos a la vista. Aún no hay definiciones de los cómos sería la alianza de la oposición, declaraciones las ha habido, pero no hay nada escrito entre los partidos, ni tampoco en el cómo sería la participación de las organizaciones de la sociedad civil. Por mandato de ley si se va a en alianza o en candidatura común, los partidos tienen que presentar ante la autoridad electoral un convenio con el clausulado correspondiente de términos y compromisos que se pacten entre ellos.
No es una tarea simple, implica consensos, acuerdos traducidos a acciones concretas que conlleven a alcanzar el objetivo que los lleve a materializar la alianza. Sin duda que la elección de diputados federales es sustantiva, por la trascendencia que tiene en un momento crucial para el País, en el que estamos asistiendo al desmantelamiento de instituciones del Estado por caprichos de un presidente autoritario, con evidente talante dictatorial que utiliza su mayoría en la Cámara para hacerlo. De tal suerte que es un imperativo generar el contrapeso en la Cámara de los diputados, y eso se alcanza con votos de la ciudadanía.
De manera que todos los esfuerzos de una virtual alianza de la oposición –virtual porque no se ha dado todavía– deberán estar orientados a convencer a los electores de ir a ejercer su derecho al sufragio en junio del 2021 para tener una mayoría distinta a la actual. Han dado cuenta los medios de acuerdos entre PAN, PRI y PRD de ir en alianza por gubernaturas, por lo menos en tres, pero faltan alcaldías y legislaturas locales. Y no es asunto menor.
Hay quienes se les antoja una locura ver a partidos antagónicos unidos y hay quienes lo contemplan como una alternativa viable para evitar el descarrilamiento del País. Lo que a mí me queda claro como mexicana, como ciudadana, es que si en el pacto de esa alianza, en el supuesto de que se dé, no se privilegian la inteligencia, la generosidad, el interés de México por encima de cualquier otro, no habrá sumas, el divisionismo enraizará con más bríos y las nuevas generaciones recibirán un país desmembrado, como el que describe el escritor español León Felipe en su poema “Qué lástima”, y no nos alcanzarán las lágrimas para llorarlo.