Alianzas electorales especialmente complicadas
Juan Antonio García VillaGran sabiduría encierra el conocido refrán mexicano que dice: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. En el Quijote, Miguel de Cervantes escribe lo mismo, si bien desde una perspectiva diferente: “Júntate con los buenos y serás uno de ellos”. Lo que es aplicable a la relación entre personas también lo es a los grupos humanos, concretamente a los partidos políticos.
La legislación electoral mexicana previene que los partidos podrán formar coaliciones electorales para los comicios de gobernador, diputados a las legislaturas locales de mayoría relativa y ayuntamientos, y en general, a todos los cargos de elección popular, excepto los que sean de representación proporcional. Es decir, para los cargos “pluris”, los partidos no pueden formar alianzas.
Lo anterior significa que cuando los partidos deciden formar coaliciones o alianzas para una determinada elección, acuerdan postular a los mismos candidatos. Es de suponer que en esos comicios los partidos, en lugar de ser adversarios, participan como aliados. Lo cual a su vez exige que compartan, al menos parcialmente, una misma plataforma política.
Quiere decir que los partidos aliados proponen a los votantes una agenda legislativa común y que, asimismo, presentan una serie de políticas públicas en las que están de acuerdo en impulsar. La ley exige en tales casos que celebren un convenio de coalición, que deberán registrar ante la autoridad electoral. Cabe precisar que se está hablando aquí de la institución denominada coalición electoral y no de lo que se entiende por “gobierno de coalición”, materia en la cual, el marco jurídico mexicano es prácticamente omiso.
Si dos o más partidos políticos van en coalición en un determinado proceso electoral, quiere decir que durante la campaña política no han de verse ni tratarse -–entre ellos mismos y menos aún frente a los votantes— como adversarios y mucho menos como enemigos. Esto a veces no resulta fácil de conseguir. De hecho, dificulta enormemente o hace imposible la construcción de ciertas alianzas electorales, por varias razones. En primer lugar, por tener esos partidos un origen y trayectoria histórica muy diferentes.
También, resulta de alguna manera complicada una coalición electoral si los partidos que la pretenden formar tienen una posición doctrinal radicalmente distinta. Pero salvable si logran ponerse de acuerdo, según ya se indicó, en una plataforma legislativa y agenda de políticas públicas parcialmente comunes.
El mayor problema se encuentra cuando hay cuestiones recientes y aun lejanas en el tiempo, que han enfrentado profundamente, en batallas sin cuartel, a esos partidos. Y en mayor medida si tales diferendos son o han sido por señalamientos de carácter ético. Este aspecto sí resulta tremendamente complicado, muy difícil de entender y más aún de asimilar, tanto por los propios militantes de los partidos a coligarse como por los votantes y la sociedad en general.
Mayor grado de complicación se registra si un partido o partidos (por ejemplo, Morena y sus aliados) advierten que podrán enfrentar una potencial alianza (supongamos que formada por PAN y PRI) que les resultará difícil superar. Es común que entonces procedan aquellos a hacer notar los citados y graves diferendos de sus potenciales adversarios, incluso a magnificarlos ante la opinión pública a través de intensas y agresivas campañas mediáticas, para descalificar a la coalición que eventualmente enfrentarán.
Al PRI le quedan en todo el país un par de bastiones. Son éstos los últimos dos estados con gobernador emanado de sus filas y en los que jamás ha habido alternancia.
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Se trata de Coahuila y el Estado de México, que el año próximo tendrán elecciones para gobernador. Uno y otro tienen el priismo más rupestre y cavernario. Quizá, mayormente el primero que el segundo. Por ello no resulta fácil ir en alianza electoral con ese priismo sin caer en cierto desdoro y desprestigio. Razón por la cual aquel, si pretende hacer alianza, debe estar dispuesto a entonar y en voz muy alta su mea culpa, admitir sin regateos sus errores de todo tipo y demostrar con hechos –precisos y verificables— su verdadero propósito de enmienda. De no ser así, acelerará su tendencia irremediable a desaparecer.
AGRADECIMIENTO Y DISCULPA: Expreso mi agradecimiento a don Ángel Verdugo por el benévolo comentario que hizo en su programa “Platica con Ángel” a mi texto publicado en El Financiero el viernes pasado, sobre el olvidado artículo 29 constitucional. Y una disculpa por no haber tenido noticia previa del programa de Imagen en el que él y Pascal Beltrán del Río conversaron sobre este tema.