Aunque pensemos diferente… somos mexicanos
Esther Quintana.- Los seres humanos, no obstante compartir antropológica, biológicamente, las características que nos hacen diferentes del resto de las especies con las que por siglos hemos compartido este planeta denominado Tierra, somos distintos. Nuestras historias se entrelazan, pero cada individuo crea sentidos del mundo del que es parte de diferente manera, porque sus experiencias son personales, y esto es una maravilla por lo que aporta al imaginario colectivo, que es precisamente lo que ha movido al mundo, lo que ha creado cultura y le ha dado sentido a nuestra presencia sobre la faz de la tierra. Y en esa multitud que puebla cada rincón del espacio en el que nacemos y trascendemos, hay sin lugar a duda unos más parecidos y las coincidencias se dan naturalmente, pero también hay otros con quienes no es tan simple el entendimiento, de ahí, que la convivencia en una sociedad tenga que normarse. Ese pacto lo vemos reflejado en las leyes, en la adopción de conductas preestablecidas, en el establecimiento de límites. Vivir bien con otros es conveniencia propia. No ha sido fácil llegar a un acuerdo de esa naturaleza, es decir, conjugar en plural. De hecho las luchas no han concluido, a estas alturas del siglo 21 la cordura y la tolerancia tienen avances y retrocesos, y en ese estira y afloja las injusticias derivadas de los egos ensoberbecidos siguen rompiendo esfuerzos que la civilidad requiere para fortalecer la democracia entendida no sólo como forma de gobierno, si no de vida.
Pensar diferente nunca ha sido fácil. Por fortuna siempre han existido hombres y mujeres que han luchado por ello. Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, verbi gratia, decía: “Prefiero prensa sin gobierno que gobierno sin prensa”. Don Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca, en la España de la dictadura franquista, y tuvo los arrestos de expresar frente a los falangistas: “La Universidad es el templo del intelecto y vosotros con vuestra intolerancia estáis profanando un recinto sagrado”. Y George Orwell, en su libro “1984”, escrito en el Reino Unido de la postguerra: “Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.
Pensar diferente no es un delito, es un derecho y un privilegio que tenemos los seres humanos. Pensar diferente implica respeto, respeto a los que piensan diferente a nosotros. Me queda claro que habrá mucho de nuestro pensamiento que no compagine con el de otros, y del ellos, que no comulgue con el nuestro, pero la circunstancia de este hecho no debiera crear un clima de agresión, ni de insultos, ni de burlas, sino de apertura al debate, a privilegiar la racionalidad y a permitirnos conocer a la gente que piensa distinto, y así enriquecer nuestra visión y llevarnos a la toma de decisiones más idóneas para solventar nuestra realidad común.
En este país necesitamos tener alma grande, ser capaces de entender nuestras diferencias como un ejercicio de democracia, de libertad de expresión, de integración inteligente por compartir el mismo espacio y tiempo, porque aquí vivimos, aquí vivieron nuestros ancestros, quienes ya están y los que vendrán mañana, porque la vida sigue.
No nos permitamos, ni permitamos, que la libre expresión de las ideas y el debate serio, respetuoso y responsable, quede secuestrado por el monopolio de una opinión. Opinar con libertad y decir lo que se piensa, no es sinónimo de agresión. Sólo se sienten agredidos quienes permiten que los domine la intransigencia y la intolerancia, quienes no saben argumentar y sobre todo, los que tienen problema para aceptar que existen diferencias y que existe la posibilidad de estar equivocados. Si amamos a México tenemos el deber ineludible de revisar nuestros deberes como mexicanos y como ciudadanos, y empeñarnos en trabajar a favor de la unidad en la diversidad. No le sigamos el juego a ningún político, del color que sea, para abonarle a la beligerancia, a los separatismos entre hermanos. Los políticos van de paso, nosotros, con ellos y sin ellos, aquí seguiremos.