CAMPAÑAS ELECTORALES EN COAHUILA: TIEMPO DE PALABRAS, TIEMPO DE PROMESAS
Esther Quintana.- Las campañas electorales en Coahuila no tardan en iniciar. De modo que preparémonos para cuanto traen consigo, y que no es nuevo para nadie. Los discursos estarán al orden del día, malos, regulares y buenos. Si desde ahora ya estamos oyendo de todo, y entre menos posibilidades tienen los suspirantes más le arrecian contra el adversario. Es un río de dimes y diretes que corren por las redes, donde se “gritan” de todo. Y como lo último es celebrar improperios, leperadas, y hasta idioteces, pues aquello va in crescendo. El papel de las redes sociales en esta vorágine no puede ignorarse. Los “likes” y los corazones se multiplican ante el desfile de muchas de las palabrotas con las que “aderezan”, políticos y usuarios, sus intervenciones. Tan hermoso que es el castellano.
La política es uno de los instrumentos más vinculados a la convivencia humana, tiene que ver más con esto que con el poder en sí mismo, aunque sin duda forma parte del discurso, pero no es lo más relevante, ¿por qué? Porque el hombre está diseñado para convivir con otros hombres, y de ahí que el diálogo resulte indispensable para entenderse y acordar proyectos comunes. El expresidente del New York Times, Mark Thompson, en su texto “Sin Palabras”, subraya la importancia del lenguaje entre los hombres y advierte de cómo se había corroído en la política y en el periodismo político. Pareciera, apunta, que los principales líderes habían perdido conciencia de la necesidad de contenerse cuando se expresaban. Es factible que pudiera establecerse en esto una relación proporcional entre su uso y la repulsa que hoy día le merece el ejercicio de la política a la ciudadanía.
Hay un abandono a todas luces del discurso racional y del pensamiento analítico y lo que se estila es dirigirse a los electores con mensajes ramplones, básicos, que sólo transmiten emoción pero no conllevan a la reflexión. En plena expansión del populismo, la interrogante que surge es hacia dónde vamos con este discurso vacuo; y no obstante, lea la opinión de Inés Olza, investigadora en Lingüística del Instituto de Cultura de la Universidad de Navarra: “No se trata de que los políticos nos hablen como si fueran Tarzán o que nos tomen por idiotas, pero la tendencia a una simplificación es bastante consistente. Esto permite democratizar el discurso y abrir los espacios públicos de debate, pero también nos lleva a los polos, al blanco o al negro, y ahí es normal que emerjan los extremismos”.
Como decía mi madre, todo tiene sus “asegunes”. Steven Pinker, psicólogo experimental canadiense, científico cognitivo, lingüista, escritor y profesor en el Harvard College, explica la tendencia: “Los líderes políticos tienen que dirigirse a un grupo mayor de votantes cada vez y esto no lleva a una mejora de la calidad de su comunicación, sino a una mayor simplicidad y emocionalidad. Y esto no tiene nada que ver con sus habilidades comunicativas, sino a su necesidad de conseguir votos”. Pero lo simple no está peleado con lo inteligente.
No caigamos más en el garlito, de sobra sabemos que gran parte de la acción de muchos políticos estriba en inventarse una historia y los “argumentos” ad hoc para poder contarla, y la otra mitad de su tiempo a repetirla hasta que se las crean. En esos lodos se mueve el clásico político sinvergüenza, hábil con la lengua, engatusador profesional, siempre moldeando la realidad para que esta encaje con sus intereses huérfanos de ética, y así conecta con sus escuchas, simplifica, exagera, se desdice, inventa según convenga. Una “alhaja” de estas sabe aparentar que se cree a pie juntillas lo que dice, y es precisamente este autoengaño lo que le da para venderse como político digno de crédito.
Esta preeminencia de las emociones sobre los hechos en la formación de la opinión pública y la mentira o la propaganda política que impera tanto en las democracias como en los regímenes totalitarios ha prevalecido desde tiempos inmemoriales, vía “el poderoso sistema de la seducción con promesas”. “Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas”, escribió Hannah Arendt en su artículo “Verdad y política”. Pues ya es hora, ¿no le parece? Hágalo usted en su calidad de ciudadano: sea ciudadano al cien por ciento en esta elección del 4 junio que tendremos en Coahuila.
Si quieren nuestro voto que le pujen los aspirantes, pero no con billetes ni despensas, ni con cuanta cosa reparten con esa hambre que tienen por el poder, que pujen con los cuestionamientos de usted cuando les exija que le expliquen cómo le van a hacer para cumplir cuanto andan prometiendo para que sufrague por ellos. Sorpréndalos, dese el lujo de comportarse como quien es, el dueño de Coahuila, decidiendo a quienes quiere como sus servidores en Palacio de Gobierno y en el Congreso local. Ya póngase en su lugar y ubíquelos a ellos en el que les corresponde al alquilarse para un cargo público. Eso sí, usted bien informado. ¿Quiere democracia? Participe, a usted le toca construirla.
Bernard M. Baruch, financiero y asesor político estadounidense, aconsejaba en tiempo de elecciones: “Vota a aquel que prometa menos. Será el que menos te decepcione”. ¿Cómo ve?